Javier Milei llegó a Tucumán y a poco de andar puso en duda la cifra de 30.000 desaparecidos durante la dictadura como si el número de víctimas pudiese significar un atenuante o un agravante de un ya aberrante e imprescriptible crimen por el que, justamente, se condenó a Antonio Domingo Bussi, a la sazón padre del legislador por Fuerza Republicana, Ricardo Bussi, el anfitrión de Milei. No hay sorpresa en el rostro del hijo del genocida cuando lo escucha a su aliado aunque es muy probable que lo estuviese envidiando ya que nunca se atrevió a decirlo de esa manera tan cruel e impune. Milei se niega a repudiar esos crímenes y pide el número exacto y la lista de los desaparecidos porque dice que es la única manera de no tener "una mirada tuerta de la historia". Hay malicia en esa frase porque bien sabe el diputado de La Libertad Avanza que la represión de la dictadura no sólo fue ilegal sino que fundamentalmente fue clandestina y, por lo tanto, estuvo alejada de toda esa burocracia estatal que ahora exige.

En rigor Milei es el tuerto, pero es de aquellos que se tapan un ojo para poder acomodar la realidad a su gusto y necesidad. Esta exigencia es una variante de la memoria completa que pregonan los negacionistas de la dictadura como la diputada de La Libertada Avanza, Victoria Villarruel, su compañera de bancada.

Milei pide listas, con número al lado de los nombres. Tal vez sepa de la existencia de esas nóminas, tal vez se las relató Antonio Bussi cuando el economista era su asesor. Tal vez el general tropero, como le gustaba describirse, le relató mientras disfrutaba de un Partagás (sus habanos preferidos), cómo le disparaba en la sien a los detenidos desaparecidos en los terrenos del Arsenal Miguel de Azcuénaga, el mayor campo clandestino del NOA. Se trataba de una ceremonia que se concretaba con la participación del resto de sus oficiales para que la sangre en las manos sirviera de garantía de por vida para mantener una omertá sin fisuras. Pero si Bussi padre no se las dio, tal vez las haya heredado Bussi hijo.

Vale la pena aclarar y recordar, sobre todo ahora que miles retornan a los cines para ver Argentina, 1985, que la represión que Milei minimiza fue planificada, sistemática y abarcó todo el territorio del país. Es preciso recordar que la matanza sirvió para imponer un modelo económico que destruyó el tejido social y el aparato productivo argentino y que, a pesar de los 40 años de democracia, esas políticas económicas se renuevan y retornan, con todas sus consecuencias negativas, como sucedió entre 2015 y 2019.

Eso es lo que Milei reivindica cuando se tapa un ojo y minimiza la existencia de desaparecidos. Su negacionismo no es solo una afrenta a los familiares, es también una cachetada a la humanidad, a la memoria, la verdad y la justicia.