Aunque ya acostumbrado y obvio, vuelve a destacarse que todos los impactos noticiosos de la semana, pese a provenir de información disímil, terminan en el único hilo del papel del Estado.

Según sean los casos, son datos de interés mayoritario o atracciones de minorías.

En la cancha de Gimnasia, el escenario bestial que provocó la policía bonaerense, a cargo del comediante milicoide Sergio Berni, es un aspecto que apenas refuerza la condición históricamente criminal de esa fuerza represiva. Es el Estado.

Ligada cada día más a los negocios de las pasiones enormes y pequeñas, al narco, al menudeo transado con los barras cuando hay partidos, en esta oportunidad surgiría que pasó otra cosa. Indicios extendidos apuntan a una interna de la Departamental La Plata; y otros, directamente, a que le hicieron la cama al gobernador Kicillof.

Como fuera, es la imagen invariable de una suerte de Estado autónomo e incontrolable. La policía de la mano en la lata, como ya la definía Rodolfo Walsh en los ’60, para aplicarlo con seguridad a todas y nunca, sólo, a La Bonaerense. El Estado de ellos. Del poder que se sirve de la gente a la que, en términos de clase, sólo se contempla a favor en contadas excepciones.

En el Sur profundo, una mirada superficial sobre el conflicto con miembros de la comunidad mapuche, y la represión consecuente, oculta que hay de por medio qué hace o deja de hacer el Estado con la tenencia y producción de la tierra.

No es cuestión central de soberanía indigenista contra huincas invasores, ni de actos delictivos, y sí de que el Estado nacional -y el provincial, desde luego- se allana a lo decidido por la Justicia blanca que le es constitutiva. Es que el Estado ése no tiene, ni tuvo nunca, el más mínimo proyecto de desarrollo integrador, sustentable y productivo, susceptible de amortiguar o superar bretes ancestrales sobre la propiedad de la tierra. Facilita los negocios inmobiliarios y punto.

Como si fuese poco, echan leña al fuego con decisiones brutales en las condiciones de las personas detenidas. La ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad hizo lo que debía hacer. Renunció. Y si, en verdad, hace rato que quería irse, es un entretenimiento para comidillas de palacio. La clave no es eso, sino un Estado lejanísimo de, siquiera, intentos de soluciones estructurales.

Lo concreto es que quedó un combo de brutalidad, tiros y gases a mansalva, traslados siniestros de mujeres mapuches a 1500 kilómetros de distancia. Es intolerable en un Gobierno que no quiera parecerse a lo peor de lo peor.

Luego -o en el lugar que se desee- todo el andamiaje de la economía cotidiana pasa por la inflación desbocada, sin más pretensiones que controlar la macro.

Como a esta altura de la descripción podría parecer que el peso recae exclusivamente en el Gobierno, mejor pegarse una vuelta por el espectáculo purulento de la oposición cambiemita.

El outsider u out-insider Facundo Manes, quien no tiene nada que perder, mentó la manía de espionaje ilegal de Macri, en el programa preferido de Macri, en la señal televisiva de Macri. Le bastó para desatar un escándalo intestino, ratificador de que Juntos por el Cambio también es un conglomerado de egos sin más sustancia que el antikirchnerismo.

A todo esto, en consecuencia, ¿el Estado dónde está como ámbito en el que deberían congregarse las necesidades de las mayorías? ¿Dónde, siendo que se hable del para qué lo quiere la oposición o para qué no lo usa el movimiento popular que supuestamente encarna el peronismo?

El ingeniero Enrique Martínez, ex director del INTI, citado aquí en varias ocasiones al considerárselo sin dudas como uno de los productivistas más eficaces y creativos en todo el espectro del pensamiento nacional, acaba de elaborar otro de sus documentos desde el Instituto para la Producción Popular.

Es un trabajo medianamente extenso que invita a lectura y análisis pormenorizado. Pero intentaremos una síntesis capaz de reflejar su propuesta.

Tras un recorrido breve y preciso por los objetivos políticos y sociales que se dieron al interior del peronismo hace más de 70 años, con el quiebre de 1952, Martínez describe la secuencia que claramente aleja al “Movimiento” de su razón de ser.

Con docilidad o por torpeza, dice, los gobiernos quedan absorbidos por los problemas que causa la hegemonía financiera. Y pregunta: si la macroeconomía se ordena según los dictados de las finanzas y sus aliados, ¿es posible conseguir escenarios en que las necesidades comunitarias sean atendidas con prioridad?

Responde que hay, al menos, cuatro conceptos e iniciativas elementales para intentarlo.

  1. Acceso a la tierra en la medida necesaria, para todos aquellos que quieran producir.

  2. Acceso a la tecnología de producción de bienes y servicios, requeridos por las necesidades básicas comunitarias (NBC).

  3. Derecho a formular proyectos vinculados con NBC, y contar con un ámbito para evaluarlos y orientar su concreción.

  4. Esos bienes y servicios deben generarse en cadenas de valor productivas, como la tierra, en su condición más primaria. Y al agregarle valor, debe impedirse que algún eslabón se adueñe del valor generado por otro y que el resto quede sometido a la apropiación abusiva de renta.

Del dicho al hecho hay mucho trecho y Martínez explica, entonces, modalidades de aplicación que reemplacen a lo que, hoy, consiste en funcionarios provinciales y municipales remitidos a pedirles recursos a los gobiernos centrales. Sus ideas (digamos) son de factibilidad no analizada: sólo se trata de imaginar inversores sin otra cualidad que una billetera abultada. Y con la fantasía del tío rico americano (o chino, podría agregarse), dominando cualquier escenario de un modo penoso y hasta ridículo.

“Los escenarios nacionales se hacen así más y más complejos, generalizándose la dolorosa sensación de que las conducciones políticas no tienen más remedio que adaptarse mansamente a la lógica de los dueños del poder. (…) Todo ese proceso no puede (o no debería) ignorar que la unidad mínima de vida no es una Nación ni una parte de ella: es el individuo”.

Agrega lo quizá no tan obvio de que la relación entre querer y poder depende de la capacidad de articular metas y esfuerzos con otras personas, en un ámbito también básico para dirimir dudas, conflictos, contradicciones. Ese ámbito es lo que llamamos Estado.

¿Cuál es el nivel de Estado al que puede accederse de manera concreta?

Lo que podríamos llamar Estado de cercanía, responde Martínez, para poder ordenar un posible escenario optimista que cuente con alguno de gobierno que comparta la meta.

En el país hay 24 gobernaciones y más de dos mil intendencias, de cuya inmensa mayoría -adosa uno- no parece caerse una idea al respecto, más que aquella de reclamarle fondos al poder central.

Martínez culmina señalando, “con una mezcla de melancolía, resignación y bronca, pero también de esperanza”, que a este planteo puede llamárselo Peronismo Micro.

¿Para qué?

Para entender que está fuera del alcance de los ciudadanos de a pie tener influencia importante en la Macro.

“Y (porque), además, la dirigencia política está enredada en la red que arman las finanzas globales (el capitalismo concentrado de una manera brutal que, ante todo, gana dinero manipulando dinero)”.

Sumado a eso, “el especial deterioro de fracciones de la población que se acostumbraron a no participar en política; a vivir dentro del marco conceptual de las mentiras organizadas, para finalmente respirar sin realmente vivir, como auténticos zombies”.

Eso es el neoliberalismo y va venciendo por goleada, sin más vueltas.

La conquista de la subjetividad de las almas, presas y creyentes en que no hay más nada que hacer gracias al imperio decisorio de la Infocracia manejada por sus mandantes.

¿A qué se asistió en las “noticias” de esta semana, como no ser la confirmación de que el Estado es, para la gente del común, mucho antes una lejanía abstracta, o una presencia funesta, que una cercanía reparadora de las injusticias sociales?

¿Por dónde, que no fuese allí, se cuela acá y en el mundo que derecha y ultraderecha, cuya diferenciación es altamente improbable, ganan elecciones o tienen una presencia determinante?

¿De dónde, que no sea ahí, se explica el interrogante bien fundado de que acaso la rebeldía viene haciéndose, justamente, de derechas?

¿Qué tendría la izquierda, en cualquiera de sus acepciones localizadas, para entusiasmar o reconquistar a quiénes? Tal vez empezando por las franjas juveniles, nada menos.

Hablamos, claro, de una izquierda seria, que no se fugue en declamaciones facilistas. Reconstructora de ideales que sepan diferenciar a lo posible del posibilismo.

Y que se siente a pensar aquello de que cuando teníamos todas las respuestas nos cambiaron todas las preguntas.