Desde Ciudad de México

En todo el mundo se habla sobre la muerte del rock. Hay motivos, claro. La música urbana y el pop parecen haber copado el panorama actual del negocio, ese en el que un videíto de TikTok puede generar más que un tour mundial. Y los argumentos para "defender" al rock a veces suenan como los que esos mismos que los entregan debían soportar de sus abuelos tangueros. ¿El rock ha muerto? ¿Y qué? Pero bueno, va siendo hora de cortar tanto palabrerío y correrse a un costado, porque ahí viene Jack White y trae un desfibrilador en la mano.

Ah, no, perdón, es una guitarra. Pero entiéndase la confusión del cronista en pleno Pepsi Center WTC de la Ciudad de México: la descarga eléctrica que emite ese instrumento provoca que el pecho se agite y algo vuelva a latir. Jack White sale a escena en medio de un despelote de luces y distorsión, y todo es como era entonces, cuando se convirtió en uno de los representantes de la anteúltima generación a la que le importó el rock (los Arctic Monkeys vinieron después; ellos sólo querían ser uno de los Strokes). Ya no lo acompaña su exesposa/ "hermana" Meg -aunque en el show suenen varios temas de The White Stripes- sino un trío descomunal, que junto con la guitarra de Jackie suena como si los Black Sabbath iniciales hubieran nacido en Detroit y no en Birmingham.

Ante una multitud de mexicanos +30, White y compañía se plantaron en el presente con "Taking Me Back", la canción que abre Fear of the Dawn, el disco que publicó en abril. El electroshock continuó con el tema que le da nombre a ese álbum, centro de la gira que traerá al cantante y guitarrista a Buenos Aires como parte del Primavera Sound. Pero ojo, Jack no se tiró a descansar durante la pandemia ni a pensar en discos de covers ni feats ni reversiones: en julio publicó otro trabajo, más "folk" (entre muchas comillas), titulado Entering Heaven Alive. De ahí extrajo algunas canciones ("Love Is Selfish", "If I Die Tomorrow") para cuando precisó bajar las pulsaciones por el riesgo de electrocución. En ese plan también recurrió a "We Are Going to Be Friends", de su pasado White Stripes, que le dedicó a Cat Power. La cantante había abierto la noche y también lo acompañará en la Argentina (junto a Pixies, el viernes 14).

Pero la mayor parte del show en la capital mexicana pasó por esa misma sensación con la que había comenzado: una nueva piel para el viejo rock, con una vitalidad y una enjundia que se extrañaba. White ha transitado un camino notable en su carrera, desde el minimalismo revisionista de los orígenes del blues y el folk hasta el presente en el se muestra capaz de disparar en cualquier dirección: desde la lúdica "Hi-De-Ho" (que en el disco tiene un sample de Cab Calloway y una colaboración del rapero Q-Tip) hasta la reinvención de su sonido de guitarra, que transpira en todo Fear of the Down. A modo de ejemplo: "The White Raven", que también sonó en México, tiene unas violas robóticas que parecen sacadas de un disco de Nine Inch Nails, pero deviene en un solo repleto de efectos y jugueteos, unos coros y ecos fantasmagóricos, todo sobre una base tan espesa que se podría cortar con un cuchillo.

"Black Math" y "Dead Leaves and the Dirty Ground" fueron las primeras canciones de The White Stripes que sonaron en México. Después, mezcladas con las recientes, aparecieron "Hotel Yorba", "Cannon" (que contuvo dentro de sí a "I Think I Smell a Rat") y "Little Bird". También hubo algunas del pasado reciente de White, como "Missing Pieces", "Blunderbuss", "Black Bat Licorice" y "Sixteen Saltines". Todas atravesadas por el sonido incendiario de Quincy McCrary (un tipo que hace magia con cualquier cosa que tenga teclas), Dominic Davis (el notable bajista y contrabajista, al que presentó como "nacido en la ciudad mexicana de Detroit") y el descomunal Daru Jones (el baterista que ya visitó Buenos Aires junto a White en 2015). Los tres se ubicaron más atrás en el escenario y le dejaron al cantante espacio para moverse a su antojo, que este aprovechó con soltura.

Antes de irse a tomar aire por un ratito, las cuatro bestias se despidieron con "Cut Like a Buffalo", de The Dead Weather, uno de los proyectos paralelos de White. Y cuando volvieron fue con el hit de otro de esos, The Raconteurs: "Steady as She Goes". Ahí el cantante y guitarrista hizo cantar al público y hasta lo mandó a sentarse en el piso, para luego estallar como nunca (un truco tan remanido como efectivo, por lo visto). Más White Stripes con "Fell in Love with a Girl", otro rato de presente con "What's the Trick?" y el final con "Seven Nation Army", que podría haberse catalogado de obviedad si no fuera porque la versión fue una animalada y porque el público mexicano le hizo honores, a los saltos y revoleando cerveza por el aire.

Después, Jack guardó el desfibrilador y se fue. Su tarea en CDMX estaba hecha.

Cat Power, casi a oscuras

Los mexicanos que fueron a ver a Cat Power seguramente se fueron decepcionados, porque si algo no fue posible en el show con el que la cantante abrió para Jack White fue precisamente verla. Durante 45 minutos hubo que conformarse con su silueta, proyectada por unas luces de fondo bastante tenues de por sí, y adivinar que volvió a dejarse el flequillo y que tenía un vestido largo. ¿Habrá sido por su rol de telonera o porque ella así lo impuso? De cualquier modo, al frente de un trío sólido, Chan Marshall (tal es su verdadero nombre) mostró que está de regreso a su mejor forma.

Es que su última visita a Buenos Aires no había dejado buena impresión: se presentó sola con una guitarra que apenas sabía tocar. La anterior, a medias, con un concierto repleto de altibajos. Pero ahora todo se nota encaminado para que esa voz de terciopelo áspero vuelva a remover sentimientos puestos bajo la alfombra de quienes la escuchan con devoción. Como en tiempos de The Greatest -la canción que le da título cerró el concierto en México-, cuando ella atravesaba un buen momento de su vida y lo trasladaba al escenario.

Las versiones de "(I Can't Get No) Satisfaction" y "New York, New York" sonaron parecidas a las de sus discos y, por lo tanto, a años luz de las de los Stones y Frank Sinatra. Pero por ahí pasa también parte de la magia de Cat Power cuando se apropia de una canción, al punto que cuesta distinguirla de las suyas como "Metal Heart" o "Good Woman". La tradicional "He Was a Friend of Mine" (que también grabó Bob Dylan) fue precedida por un agradecimiento especial: le habían arrojado un muñeco, al que ella llamó "mi abuelito" (en español). Sus seguidores mexicanos no habrán podido verla, pero se llevaron el elogio: "Ustedes son número 1 y lo saben".