Cuesta imaginar el tiempo en el que Sally Rooney asomó por primera vez en el mundillo literario. Cuesta porque pese a que Conversaciones entre amigos se publicó apenas hace cinco años, su nombre ya es considerado como uno de los emblemas de la literatura millennial. Es claro que entre aquel tiempo sin celebridad, de mayor juventud y también de interrogantes sobre el destino de una obra naciente, y el hoy pasaron muchas cosas. En primer lugar, la publicación al año siguiente de su segunda novela, Normal People, que concitó aún mayor atracción precedida por presiones y expectativas. En segundo lugar, el estreno de la adaptación de Normal People a la pantalla en 2020, convertida en una miniserie de la BBC, comprada por Hulu y receptora de múltiples premios y ovaciones críticas. Ese hito televisivo además conformó el equipo creativo que este año se decidió a llevar a la pantalla a aquel fascinante debut literario. 

El equipo lo conforma la propia Rooney pero también el director irlandés Lenny Abrahamson, conocido por su éxito con La habitación (2015) –que le valió el Oscar a Brie Larson-, y la guionista Alice Birch (autora de la célebre adaptación de Lady Macbeth en 2016, película que llevó a la fama a Florence Pugh). Ese mismo tridente emprendió este año el difícil desafío de evocar el éxito y el impacto de su serie insignia pero con un material diferente, si bien ejemplar del estilo de Rooney: Conversaciones entre amigos, publicada en 2017, es una novela más íntima, centrada en el punto de vista de una joven poeta y estudiante de literatura de 21 años, que vive un amor embriagante en sintonía con el despegue de su vida creativa. Arte y pasión se conjugan, hay que hallar las imágenes para representarlas.

Por supuesto las comparaciones se hicieron inevitables. A diferencia de la recepción unánime de Normal People, que fue admirada sin condiciones por la crítica y un bálsamo para los espectadores en plena pandemia, Conversaciones entre amigos dividió aguas. Para Judy Berman de Time, “a diferencia de Marianne y Connell en Normal People, amantes creados a propósito como el yin y el yang en un artilugio aún más conspicuo en la pantalla, los protagonistas de Conversaciones entre amigos son cuatro personas completas y consistentes, cuyas relaciones con los demás son siempre únicas”. Mientras tanto para Shirley Li de The Atlantic, el talento de Rooney consiste en haber capturado la forma en que su generación se esfuerza por ser genial y perspicaz mientras se hunde en la ansiedad irremediable. Así, “mientras la puesta melancólica y atmosférica de Abrahamson permitía examinar la intimidad en Normal People, Conversaciones pierde esa sutil oscuridad con la que Rooney explora a su grupo etario”. De alguna manera, los que defienden Conversaciones la perciben como aquel atisbo del genio de Rooney en crudo, sin el halo de la fama; la observación por sobre la escritura, la distinción por sobre la universalidad. En cambio, los que extrañan Normal People es porque Conversaciones parece haberse quedado a mitad de camino, haber perdido cierta sintonía con ese malestar generacional al que la escritora irlandesa le dio la mejor forma literaria.

Es cierto es que hay algo que se pierde de esa perspectiva íntima y desgarradora que consigue articular Sally Rooney en el cuerpo y la voz de Frances, su evidente alter ego. Ocurre con todas las adaptaciones de novelas centradas en el monólogo interior. Sin embargo, el hallazgo mayor de la producción televisiva, que decide prescindir de todo atisbo de voz en off y palpitar los silencios y opacidades del personaje, es la elección de Alison Oliver, una joven actriz de 25 años, absolutamente desconocida, que brinda a Frances toda su exquisita complejidad. Era difícil competir con el trabajo de Daisy Edgar-Jones –también desconocida en su momento, y hoy convertida en una de las jóvenes actrices más prometedoras-, como la atormentada Marianne de Normal People. Pero Frances se afirma en su excepcionalidad, la misma que Oliver le regala con tanta convicción. Cada conversación es realmente única, y devela una faceta de su personalidad: ingenua, insegura, hermética, egoísta, desbordante de un deseo que todavía no comprende. Su reflejo nunca es el mismo, no lo es para su padre alcohólico con el que siente culpa por no poder quererlo lo suficiente, o para Nick (Joe Alwyn), aquel amante gentil y vulnerable con el que el sexo puede ser la conquista liberadora de su propio placer. Oliver conjuga en su belleza reposada y juvenil algo más que un rostro nuevo, una verdadera aparición.

Los que sí resultan más tenues en el universo de Conversaciones entre amigos son los contornos sociales que sí nutrían la tensión de clase en el centro de Normal People. Marianne era la oveja negra de una familia acomodada; Connell (interpretado por Paul Mescal, convertido luego en meteórica celebridad), el chico popular de la clase trabajadora. En su relación sorteaban barreras y prejuicios, su encuentro era fruto del riesgo de esa trasgresión. En Conversaciones, Frances y Bobbi (Sasha Lane) estudian literatura en Dublín –en el Trinity School donde estudió Rooney y todos sus personajes literarios- y frecuentan el mismo círculo de amigos; fueron novias, ahora son amigas y comparten una performance de poesía. En una de sus presentaciones en un pub se encuentran con Melissa (Jemima Kirke) y Nick, una pareja adulta y vistosa, bañada en las mieles del éxito. Ella es una escritora de moda; él, un galán en ascenso. El coqueteo de Bobbi con Melissa parece ser el termómetro de esa múltiple interacción; la relación que unirá a Frances y Nick es de una intensidad paciente pero devastadora. En sus encuentros cruzados, y pese a que esas barreras sociales y etarias no parecen tan firmes, sí lo son los cuerpos que las encarnan y el dolor que siempre resulta amenazante para quien lo sufre. Lo social está menos presente en sus formas habituales pero se inmiscuye dando peso a la experiencia del desamor familiar, de la inseguridades profesionales, de las pasiones intelectuales.

“Soy su musa. Dejamos el sexo y nos quedamos con la poesía”, exclama Bobbi cuando introduce a Frances a ese mundo adulto que trae a cuestas la pareja de Nick y Melissa. Su desparpajo sacude la timidez de su amiga artista y al mismo tiempo alimenta el misterio de su creación. La química entre Oliver, quien todavía estaba estudiando teatro cuando se presentó al casting para la serie, y Sasha Lane –actriz estadounidense de más experiencia que adquirió fama con la excepcional American Honey (2016) de Andrea Arnold-, se nutre de esa diferencia. Cuando el dolor se hace inocultable para Frances, es Bobbi quien consigue ponerlo en palabras, en alaridos. Pero es Frances quien formula sus disculpas como poemas de rendición. Sus conversaciones son verdaderos actos de amor, prodigios de escritura en el papel, una danza de miradas y silencios en cámara. Las resoluciones de Rooney nunca son sencillas ni previsibles, su verdadera poesía emana de esos vericuetos.