Providence es una ciudad en Rhode Island, costa este de los Estados Unidos, la zona del país que con más habilidad esconde la pobreza. En la ciudad, casi un 30% de la población es pobre. En el centro, sin embargo, cerca de la universidad de Brown –que es dueña de muchos edificios espectaculares-- todo es elegancia puritana: las casas de madera, las bibliotecas como templos, el río silencioso, los viejos cementerios. Es una de las primeras ciudades del país y es famosa, entre otras cosas, por ser el hogar de H.P. Lovecraft, gran maestro del terror, misántropo extremo, racista convencido, mitólogo sin precedentes. La ciudad, sin embargo, no lo quiere. Basta leer sus ofensivas cartas, incluso para la época, los años 20, para enterarse de por qué la tirria. Un pequeño monolito lo recuerda, con su perfil en bronce, pero una estatua más importante, que lo presenta con gatos alrededor y tamaño natural, languidece en casa de su autor: la ciudad no quiere apoyar tanto a su controvertido ciudadano más famoso. La biblioteca que tiene sus manuscritos, casi la totalidad de su obra, muestra sus tesoros con cierta reluctancia y no se lo estudia en la Universidad. Cada dos años, eso sí, se organiza la convención Necronomi-con para fans y artistas y escritores que celebran su figura. La venganza final de Lovecraft para esta ciudad que lo desdeña es su tumba: un poco escondida, modesta, tiene algunas flores y muchas monedas (es el tributo principal, porque murió en la miseria) y el epitafio, definitivo y desafiante, es “I Am Providence”, que quiere decir Yo Soy Providence. En algún sentido es verdad: muchos de sus relatos describen la ciudad y él sólo fue capaz de vivir ahí. Su casa, sin embargo, fue cambiada de lugar: del emplazamiento original la trasladaron a unos 300 metros de distancia. Ahora vive una familia en la propiedad, que no está abierta al público. No hay museo Lovecraft ni nada parecido.

La ciudad tiene, sin embargo, a otra figura célebre con una historia extraordinaria. Es la poco conocida fuera de su país Sarah Helen Whitman, poeta, excéntrica, ensayista, espiritualista. Tanto en la biblioteca Providence Athenaeum, la cuarta más antigua del país, como en la Biblioteca Pública de la ciudad los grandes salones están dominados por su rostro en pinturas. Una mujer de ojos azules y nariz imponente, vestida con extraños velos. Se cuenta que caminaba por la ciudad como flotando, entre los jardines y las rosas, a veces vestida de negro con un colgante en forma de ataúd alrededor del cuello. Era viuda, nunca tuvo hijos, y decía que se trataba una enfermedad cardíaca aspirando éter. En su casa se hacían séances, es decir, encuentros con médiums para hablar con los espíritus de los muertos, actividad que estaba de moda hasta la locura en la segunda mitad del siglo XIX.

Por algún motivo, otro de los primeros maestros del terror, Edgar Allan Poe, viajó a Providence a “buscar novia” en 1845 –y también a encontrarse con amigos--. Vio a Sarah en un jardín de rosas pero no quiso que se la presentaran. Sarah había leído los relatos de Poe y le gustaban muchísimo. El cortejo empezó raro. Ella, sin conocerlo, aunque sabía que estaba en la ciudad, le escribió un poema para el día de San Valentín que leyó en una fiesta (a la que él no fue). Poe respondió con “Para Helen”: “Vestida de blanco, sobre un campo de violetas, te vi medio reclinada/ mientras la luna se derramaba sobre los rostros vueltos / hacia el firmamento de las rosas, y sobre tu rostro, /también vuelto hacia el vacío”. 

La primera vez que le mandó el poema lo hizo de manera anónima y no recibió respuesta de Sarah. La segunda vez, ya firmado, se desató el romance. Se organizó un encuentro en Providence. Poe llegó drogado, inundado de láudano, e incluso tan cerca de la sobredosis que algunos biógrafos lo consideran un intento de suicidio. Sarah no se espantó. Ni bien Poe se recuperó pasaron varios días juntos, charlando y pasándola bien, aunque los amigos y familia de Sarah estaban en un grito (hay que recordar que, en vida, Poe fue un paria, en general objeto de burla, admirado por pocos). La pareja tuvo una relación epistolar hasta que se comprometieron en 1848 pero ella le exigió que se mantuviera sobrio hasta la ceremonia. Antes del casamiento, la madre de Sarah descubrió que Poe también noviaba con otras dos mujeres y la propia Sarah recibió una carta en la que le contaban de los paseos borrachos de su futuro esposo, que claramente no cumplía la promesa de sobriedad. Poe se defendió pero no hubo caso. Murió un año después, en circunstancias que aún no pueden ser del todo explicadas, a los 40 años.

La ruptura, aparentemente, ocurrió en el Athenaeum, un edificio estilo griego, con sus columnas, imponente y algo siniestro, o quizá sea el cielo siempre gris de Providence. En la colección Poe de la biblioteca se conserva un El cuervo original, la traducción del poeta francés Guillaume Apollinaire y una pieza hermosa y rara: el libro de 1860 Edgar Allan Poe and His Critics, de Sarah Helen Whitman, donde la mujer, sin ningún rencor ni resentimiento, defiende a su ex novio especialmente de biógrafos y críticos como Rufus Griswold y otros que decían, por ejemplo, que Poe era incapaz de tener amistades por su personalidad insoportable y sus adicciones (y su posible enfermedad mental). Sarah Helen afirma que son todas tonterías en el prólogo y lo firma como “Una de sus amigas”, en un gesto de lealtad y ternura que se mantiene en el tiempo, en ese libro algo ajado y pequeño guardado con afecto en una sala silenciosa.

 

La biblioteca pública de Providence conserva un mechón de pelo de Poe. O supuestamente de Poe porque,reconocen, nunca le hicieron una prueba de ADN. No pregunté si porque no hay descendientes o porque eligen creer. Sarah Helen se mantuvo toda su vida como defensora de Poe: eran un equipo junto con Baudelaire en Francia y colaboraba con biógrafos e investigadores. Escribió toda su vida, hablaba tres idiomas, era feminista, sufragista y defensora de los derechos de los animales; también era crítica de arquitectura y arte. Admiraba a Lord Byron y Shelley, otros dos proscriptos en su época. En su ensayo “La pregunta sobre la mujer”, de 1868, escribía: ¿Cómo puede una mujer pretender adaptarse al estándar masculino de perfección, un estándar tan caprichoso, tan variable?” Su trabajo como poeta y ensayista se volvió a publicar en libro en 2019, en inglés. Creo que en castellano no es posible leerla, no está traducida y pocos conocen su nombre.