La potencia emocional de la multitudinaria despedida de Marcelo Gallardo como director técnico de River tapó cualquier otra consideración. Lo que se vivió el domingo por la noche reconoce escasos antecedentes: acaso sólo pueda compararse con el partido homenaje a Diego Maradona en 2001 y el adiós boquense a Martín Palermo en 2011. En ambos casos tembló la Bombonera. No lo hizo menos el Monumental que también supo despedir a lo grande a ídolos como Norberto Alonso (1987), Enzo Francéscoli (1999) y Ariel Ortega (2013). Pero nunca dio una demostración de afecto y agradecimiento tan conmovedora como la que recibió Gallardo casi hasta la medianoche del lunes.

Coronado de gloria, Gallardo ocupará por siempre un lugar privilegiado en la inmensa historia riverplatense. Pero ya forma parte del pasado. Y cuando se aquiete el latido de los millones de corazones millonarios y se disipe la tristeza por la partida imprevista del gran conductor, el presidente Jorge Brito y el manager Enzo Francescoli, los máximos responsables del fútbol de River, deberán encarar sin demoras la reconstrucción indispensable de un equipo que tuvo un año muy malo en cuanto a resultados. Y que da una sensación de ciclo cumplido o a punto de cumplirse en buena parte de sus jugadores.

No está de más repetirlo: Gallardo nunca encontró el recambio para compensar la salida de sus dos mejores jugadores. Las ventas de Julián Alvarez al Manchester City y de Enzo Fernández al Benfica de Portugal enriquecieron la tesorería con millones de euros. Pero en paralelo, empobrecieron al plantel. Los refuerzos contratados, salvo algunas pinceladas del talento de Juan Fernando Quintero, nunca estuvieron a la altura de lo que de ellos se pretendía y por eso, River se transformó en un equipo que ganaba y perdía como cualquiera y ante cualquiera. La localía siempre inexpugnable del Monumental, este año resultó el escenario de las frustraciones más grandes: allí Tigre lo eliminó de la Copa de la Liga, Vélez de la Copa Libertadores y en este campeonato, perdió ante Godoy Cruz, Sarmiento, Banfield, Talleres y Rosario Central. 

Hay una enorme tarea por delante para que River recupere el protagonismo extraviado en el plano local y continental. Y es muy posible que Gallardo se haya marchado porque siente que ya no tiene las energías (ni las ganas) para volver a hacerlo como tantas otras veces lo hizo a lo largo de su ciclo memorable. Y haya percibido que el club tampoco cuenta con los recursos como para salir al mercado y traer los jugadores de real jerarquía que necesitaría para empezar desde cero.

De todas maneras, la reconstrucción asoma impostergable. Y de acuerdo con lo que por estas horas se ha ido sabiendo, Martín Demichelis, por ahora técnico de la segunda unidad de Bayern Munich, es el preferido de Brito y Francescoli para liderarla. Sea con él o con algún otro, River deberá rearmarse con estrictos criterios de realidad y sin sentimentalismos. Gallardo ya fue. Sin él, el futuro de River aparece incierto, mucho más espeso.