Nadie puede negar que Alta suciedad es el disco que finalmente consagró a Andrés Calamaro como solista, y que El salmón es una proeza única e inabarcable y al mismo tiempo la locura más cuerda que fue posible imaginar al borde del abismo digital. Sin embargo, tal vez el disco que mejor encarne todas las facetas, ambiciones, logros y también (im)posibilidades de Andrés Calamaro en la segunda mitad de la última década del siglo pasado sea Honestidad brutal. Quizás porque es excesivo, pero sin embargo abarcable; o porque es crudo, pero en ningún momento te expulsa. Para resumirlo en términos geográficamente porteños, si Alta Suciedad es como el barrio de Palermo en su pulcritud y El salmón es como Once en su brutalidad –y volumen–, Honestidad vendría a ser Almagro en su capacidad de tomar un poco de ambos, o tal vez simplemente porque está en el medio, tanto geográfica como temporalmente. Y porque, a no olvidarse, es un barrio que contiene al Abasto, y con eso debería estar todo dicho, histórica y musicalmente.

Cuando se habla de Honestidad brutal, invariablemente se hace referencia a su condición de superproducción, y se enumeran todas las ciudades por las que grabó nuestro León más allá de los horarios, un Andrés Querido cada vez más desatado y testeando sus flamantes poderes. Pero yo inmediatamente evoco al estudio más pequeño de todos, el que estaba ubicado en un cuarto piso sobre la calle Pez, casi en la exacta mitad del que por entonces era el departamento de Calamaro en Madrid. Un estudio hogareño propiamente dicho, diminuto como un baño de invitados pero con una puerta contundente, digna de los más grandes, totalmente fuera de lugar pero que ayudaba a hacerse la escena. Cierro los ojos y puedo recordar alguno de los trofeos que bendecían las paredes del lugar: faxes triunfales con la firma de Joe Blaney, aquella foto de Dylan tocando para el Papa y una santa trinidad de camisetas de jugadores de futbol argentinos colgando de una esquina, cada una con su correspondiente dedicatoria, firmadas por Gustavo López, Fernando Redondo y Diego Armando Maradona, astros del club de su ciudad natal, de la ciudad adoptada y del mundo, lisa y llanamente.

La pelota no se mancha, y mucho menos las canciones, y es algo que me consta. Tuve el privilegio de experimentar en ese estudio eso de que fuesen las nueve y creer que eran las tres, como en la canción, o viceversa. ¿Qué diferencia hay? Alcanzaba con tocar el timbre cerca de la medianoche, y todo ya estaba sucediendo. Se podía llegar con un verso anotado en un papel, y entonces las estrofas de un tema que estaría terminado al final de esa misma velada se escribían sin demora, como en un dictado, en este caso en la pantalla de una computadora: los cuadernos espiralados llegarían después. Pero las canciones ya estaban ahí, dando vueltas, como espíritus invisibles para los demás pero que se acercan a los que pueden escucharlas, darles voz y hacerlas inmortales.

Andrés dijo entonces que nunca antes le había pasado lo que le pasó cuando estalló la primera chispa de lo que luego sería un doble que hubo quien supuso excesivo, pero que daría paso a un quíntuple, y luego a varios discos duros más. Honestidad brutal arrancó como un álbum compuesto en una semana, pero terminó siendo un vendaval que apenas si anticipó la tormenta que se venía. En el debut de Rickie Lee Jones, un disco que Calamaro –como todo buen rocker de los tiempos en que el rock era un lenguaje secreto– debe conocer muy bien, hay una balada hermosa e inolvidable bautizada The Last Chance Texaco. Se refiere a esa última estación de servicio antes del desierto, la última parada antes de perderse en lo desconocido. De alguna manera, eso siempre fue Honestidad brutal, aunque entonces no teníamos ni idea. Es la Texaco de la última oportunidad, el punto límite después del cual ya no tiene sentido regresar a casa. Tal vez ahí resida su belleza: en que lo podemos ver perderse en el desierto y, al mismo tiempo, también podemos sumarnos a ese viaje. Sin vuelta atrás. Con todo por delante.

Portada de la nueva edición de seis discos

Honestidad brutal se acaba de reeditar en una versión “extra brut” que, al disco doble original, le agrega cuatro más: uno con la versión inicial del disco y otros tres con mezclas alternativas e inéditos.