El locutor lo presenta como “el chuncano” y en la platea del Festival de Cosquín de 2022, salvo los locales, pocos saben qué significa. Flaco, con guitarra y boina, el chuncano arremete solo en el escenario gigante, y cada fraseo de su voz cautiva la atención de propios y extraños. Canta la criolla “Pisando nubes”, movediza y saltarina en los acordes de su viola, y ese gesto despojado mete al gran público folklórico en su sonrisa pueril. Minutos después su ídolo Peteco Carabajal sube a cantar una canción con él, a pura chacarera, en uno de los momentos más reveladores del Festival.

Ser chuncano es ser como uno simplemente es. Sin caretas y con simpleza, es pertenecer a un lugar cercano al latir de la madre tierra y protegerlo. Es la manera de decir y el acento de pueblo adentro con sus silencios y sus picardías. Es hacerse el sonso para que el otro crea que uno es sonso. Es una manera de sentir el paisaje y expresarlo de haberlo andado nomás”. José Luis Aguirre habla de una geografía –a los habitantes como él, del Valle de Traslasierra, suelen llamarlos chuncanos– que al mismo tiempo es una filosofía musical desde un pequeño rincón del país. El cantautor y guitarrista cordobés, premio Gardel 2020 al mejor álbum de folklore por su disco Chuncano, es también escritor: acaba de editar un nuevo libro de poemas, Libreta de agua, donde explora lo místico y lo cotidiano de la vida como en sus canciones, mezclado con el movimiento de los seres, la naturaleza y sus enigmas. El agua, la tierra, la luna, los pájaros, el viento, los recuerdos de infancia. Cruzar la noche larga, dice Aguirre, para entender a qué vinimos. Escribe: “Jugar/ no es juzgar/ Prefiero juglar/ jaguar/ Hawái”. O: “No te pongas mal si lloro /es la manera que tengo de estrujar la tristeza /las cosas que no entiendo /y traigo de quién sabe dónde y cuándo /Lloro /hago las camas /soy vulnerable /Quiero que la sal de las lágrimas /absorba lo que no es mío/ y caiga al mundo para nutrir otras formas”.

El transerrano, nacido en Villa Dolores y afincado en Villa Los Aromos, vive una etapa prolífica en su carrera. Además de su poemario, hace unos meses se presenta de gira por el país con las partes de su nuevo disco. Aún inconcluso, Suelto (Los Años Luz) ya comenzó a salir de a tres canciones en las redes, casi a la manera de un folletín, en una novedosa forma que altera las condiciones de producción artística. Y los temas están siendo acompañados por un relato audiovisual ambientado en las sierras cordobesas, una especie de video de mediana duración que se puede ver en su canal de YouTube.

“Suelto de soltar palabras, canciones, mensajes, emociones. Suelto de poder andar, encontrarse en otras miradas, en lo real de un abrazo, después del encierro. Suelto de soltar lo que ya no se quiera y animarse a mirarse para adentro. Suelto oraciones hechas canto para que viajen en el viento y lleguen allí donde se las necesite, ese sería su más hermoso destino. Suelto”, escribió José Luis Aguirre en sus redes sociales, adelantando que a fines de noviembre estará en Buenos Aires presentando tanto las canciones de su nuevo disco como su libro Libreta de Agua (en el Auditorio Oeste de Haedo y en la peña Sombra Blanca del Abasto porteño).

Suelto es una suerte de radiografía del alma para este notable compositor y cantante argentino, su quinto disco que en la línea de autores como Lucas Heredia y Raly Barrionuevo –con quien comparte una amistad y suele compartir escenario– apuesta por una búsqueda interior a la vez que pondera la lucha por causas sociales como la denuncia del feroz desmonte en los campos. Allí, hasta el momento, en Suelto se escuchan la vidala “Canta canta”, la chacarera “Volvé a las chapas” y la zamba “De la raíz a la piel”. En ellas, con una ductilidad en el manejo de los ritmos populares, Aguirre hace referencia a la vuelta al terruño, a avivar el fuego sin esquivar la aspereza de la montaña ni el rugir de las lluvias con el río crecido. “Siento, existo y luego pienso... Canta canta corazón”, recita y luego canta: “La gente simple, la mesa larga, si no hay más vuelo, si no hay más alas. Juntada, minga, manos que amasan, volvé vencido, ciudades largas, volvé no importa, matienzo y charla, volvé tierrita, el valle aguarda”.

Prudente a la hora de poner tilde, como canta en “Canta canta”: así se escuchan sus canciones, frescas, hermanadas y con un aire de cálidas metáforas. “Es una suerte de canto a mí mismo, inspirado en la poesía de Walt Whitman. Mi esencia sigue siendo la de ser un narrador de historias pequeñas, las que conozco en el paisaje que vivo. Hago música de raíz de mi tierra, esa raíz criolla que perdura en el tiempo, como decía el maestro Ica Novo”, puntualiza Aguirre, al que le gusta definirse en su rutina de cocinar, ordenar la casa, acompañar a sus hijas, hacer yoga, jugar tenis y fútbol, tocar candombe y bailar con gente amiga.

Tomando como referentes a Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui, Astor Piazzolla y el Flaco Spinetta, tanto como a Ramiro González, Carlos Aguirre y Coki Ortiz, dice que atravesar la pandemia significó un freno al paso andariego: concentrarse, como nunca antes, en una etapa de introspección, observación personal y espiritualidad. “El encuentro con uno representado en la música y también con los demás. El concepto del disco tiene que ver con soltar lo que uno tiene para dar y también significa andar suelto, porque la pandemia fue un aprendizaje de despojamiento. En eso de dejar que las cosas sucedan y se entreguen sin tanto pensamiento, sino más bien sentimiento”.

Docente en la enseñanza de la música de raíz folklórica, José Luis Aguirre sacó un libro desprendido de sus talleres creativos: Germen de canción. Dedicado a quien “decide desnudarse en palabras, en melodías”, tiene fragmentos inspiradores para cantautores, como la experiencia de capturar una idea y reconocer las huellas de una identidad musical: “Me sorprendí gratamente de ver cómo esa música que en un principio me generaba desconfianza por resultarme algo repetida, con el correr del tiempo se afirmaba y tomaba la personalidad de algo original, algo que no tenía otra forma de ser más que su simpleza y que, en esa simpleza, residía la fuerza de una creación única”.