“La vida familiar y la vida doméstica te pueden arruinar como un pulmón demasiado cargado de nicotina durante mucho tiempo.” La narradora de este relato debe pulsear contra lo que se resquebraja y estropea en una casa afectada por la humedad. Escuchar voces o ruidos puede ser el principio de un sobresalto que se transforma en un miedo casi animal. Hay deterioros, como el de una madre y una hija que viven en un decrépito PH sobre la calle Entre Ríos, que son irreversibles. Los detalles y ciertas percepciones vistas con una proximidad apabullante, como si estuvieran puestas en un microscopio con un sistema de aumento excepcional, producen un paradójico efecto de distorsión, donde lo cotidiano destiñe una rareza demasiado luminosa. Marina Yuszczuk es una narradora tóxica por su manera de enfocar las averías de los pequeños mundos íntimos que explora. Lo hace por partida doble en los cuentos de Los arreglos (Rosa Iceberg) y en la novela La inocencia (Iván Rosado), un texto performático sobre la iniciación religiosa y sexual de una joven.

Yuszczuk (Buenos Aires, 1978) es poeta, narradora y flamante editora del sello Rosa Iceberg, nueva editorial creada junto a  “Teníamos la necesidad de juntarnos. Hace muchos años que soy free lance y trabajo sola y mis socias también. Nos dimos cuenta de que compartíamos muchas lecturas en común y que leíamos muchísimos textos escritos por mujeres. Entonces se nos ocurrió hacer una editorial que exprese esa especie de diálogo que se da entre las escritoras. Vamos a publicar solo textos de mujeres que tengan que ver con la experiencia, aunque no sean fácilmente catalogables en cuanto a la forma”, plantea la autora de los libros de poesía Lo que hace la gente, Madre soltera y La ola de frío polar en la entrevista con PáginaI12.

–¿Por qué en muchos de los cuentos de Los arreglos aparece la cuestión del estado de las casas donde se vive?

–Nunca me importaron las casas más que para estar en un lugar donde poner la computadora. Pero hubo un año en que tuve que buscar una casa y resultó que esa casa tenía muchos problemas y no me había dado cuenta a simple vista. Los cuentos los escribí a lo largo de todo ese año sin saber de qué estaba hablando. Después me di cuenta de que había algo que recorría los cuentos: el hecho de enfrentarte a todo lo que está roto, que es algo que tiene que ver con la experiencia de la adultez, porque tener que reparar algo que está roto no es el sueño que uno tiene cuando es joven…

–Se sueña más con construir que con reparar, ¿no?

–Sí, tal cual. Hay un cuento en el que hay dos mujeres que viven solas en un departamento que está arruinado y lo quieren vender. Yo nunca supe por qué había escrito ese cuento hasta que me di cuenta desde dónde está mirando la narradora, que acaba de formar una familia y están esas dos mujeres que no tienen descendencia. Tenía que aparecer cierto horror a esas mujeres que quedaron como atrapadas en una casa y en la relación entre ellas como madre e hija, que no pueden salir de ese círculo… Nunca en mi vida pensé que iba a ser un ama de casa. Cuando vivía sola, trataba de mantener lo que tuviera que ver con lo doméstico reducido a lo mínimo indispensable para sobrevivir. Tener un hijo te arroja de cabeza al tema de ser ama de casa porque tenés que darle de comer y ocuparte a otro nivel de un montón de cosas. Para mí fue durísimo porque estuve treinta y pico de años pensando que ser ama de casa era la peor pesadilla que me podía imaginar. Y más siendo escritora, que todo el tiempo que puedo lo robo para escribir. Que la casa y lo material empiecen a ocupar tanto lugar fue una experiencia extraña porque era lo contrario del tipo de vida que había llevado. 

–En un sentido más amplio, da la impresión de que hay cuestiones que no tienen arreglo, ¿no?

–Sí, para mí la sensación es la de estar pisando algo muy provisorio. Los arreglos está escrito en el momento en que para mí se terminó la juventud, y que no fue cuando me hice madre, sino cuando me mudé a esa casa nueva en Parque Patricios, un PH antiguo, el tipo de casa en que siempre me gustó vivir. O sea que también debe haber una atracción por lo roto, ¿no? Por eso hay algo melancólico en el libro; es un libro de mucha destrucción, muy distinto de lo que había escrito hasta ese momento. 

–¿Cómo explica que aparezcan los miedos en el cuento “La noche”?

–Hay muchas cosas que pasan en la vida doméstica y en la vida familiar que subiéndoles un poco el volumen se transforman en un relato de terror. Ese cuento va en esa dirección, a pesar de que no escribo literatura de género por ahora. Quizá algún día lo haga… La idea en ese cuento es plantear esa escena de confort y seguridad que es estar durmiendo en tu casa, con tu familia. Sin embargo, está la posibilidad de que haya un monstruo, un fantasma o un peligro. Quizá son las dos caras de la misma moneda: tener un hogar y que todo lo que quede fuera del hogar se vuelva amenazante, ¿no? Hay un coqueteo en el libro con el terror y con lo fantástico también. En otro de los cuentos aparece el pánico a la vejez. Cuando tenés un hijo, pasás a ser un eslabón en una historia familiar; entonces eso te arroja a la vejez de cabeza porque no podés mantener la ilusión de ser siempre joven cuando entrás en esa cadena de padres-hijos-abuelos.

–¿Qué relación entabla con la narradora de La inocencia en términos autobiográficos?

–Yo fui Testigo de Jehová entre los 10 y los 20 años. A mis hermanos nunca les interesó meterse en la religión, pero a mí sí. Después es algo de lo que renegué mucho porque ahora soy atea y me siento muy lejos de creer en Dios. La religión no funcionaba de la misma manera para mi mamá que para mí. Quizá para mí fue un acto de sumisión a mi madre, pero para ella fue un acto de rebeldía. La inocencia es la historia de cómo alguien se inventa una manera de burlar las “prohibiciones” que pesan sobre las mujeres. Si escribí esa historia fue porque sentí que había algo que tenía que ver con la sexualidad de una chica o con las formas en que una chica accede a la sexualidad que podía ser interesante. El gran descubrimiento en la vida de esa narradora tiene que ver con la masturbación.