“Ante el nuevo auge del fascismo, ¡Hoy más que nunca!...”, gritaba Pulpul bordeando las casi dos horas de show, antes de subirse al turbulento estacato de “A la mierda” y poner a un estadio colmado de pibes sub 21 a gritar “Nazis nunca más”. En la noche abierta llegaban hasta GEBA los ecos del reciente ascenso de la ultraderecha en Italia e Inglaterra: las arremetidas conservadoras y xenófobas, los discursos antiinmigración, las reivindicaciones a Margaret Thatcher y a la Reina Isabel II. Con esa canción emblema traída desde Planeta Eskoria –un disco con más de 20 años–, mientras en el campo se abrían decenas de “ollas” para el pogo, Ska-P le disparaba la pregunta al cielo: ¿los tiempos están cambiando?

A las siete de la tarde del sábado, las inmediaciones del Club GEBA eran una peregrinación constante de pibes y pibas que iban y venían sobre la Avenida Intendente Bullrich en busca de supermercados donde abastecerse de vino y cerveza. “Acá está re caro. Comprás más barato sobre Santa Fe”, era la frase repetida, que unas horas después iba a tomar una dimensión inesperada. Adentro del estadio ya sonaba el puñado de canciones de Daraa, nueva generación del punk melódico local, que cosecha colaboraciones con “Vala” Valente (Cadena Perpetua) y Stuka (ex Violadores). Le dieron paso a Mafalda, multitudinaria banda valenciana que presentó su disco Les Infelices (2021). Los vientos y coros entrelazados y la expansión de voces como armas que disparaban consignas feministas, eran también parte del ADN de Ska-P que hacía contacto y agitaba a la Generación Z.

Los Lendakaris Muertos llegaron poco después de las ocho de la noche. Viajando entre la crudeza de los Sex Pistols y el vértigo de los Dead Kennedys, le escupieron su verdad al público: cuidado que todo esto empezó en los setenta. Los veteranos de la Kale Borroka, venidos desde Pamplona, metieron casi veinte canciones en poco más de media hora. Estamos en esto por las drogas / O estamos en las drogas por esto y Eta, deja alguna discoteca, gritaban debajo de un video en loop que mostraba imágenes de la Masacre de Múnich en los Juegos Olímpicos de 1972, de Roger Moore en el papel de James Bond, del dictador libio Muamar el Gadafi y del papa Juan Pablo II. Después el cantante Aitor Ibarretxe se ponía el micrófono entre las piernas y se lo llevaba a la boca de su bajista –que tocaba acostado sobre el suelo– para que lance su eeeooo y el público le responda. La ironía y los acordes corrosivos le ganaban el terreno a las consignas.

La llegada de Ska-P, prevista para las nueve y media, llevaba casi una hora de retraso cuando el gigantesco trompetista Txiquitin salió para anunciar: “cinco minutos más, estamos esperando que entre la gente”. La ruta sobre la Avenida Bullrich –en busca de vino y cerveza– seguía transitada y la banda no aparecía. Hasta que a las diez y media un centenar de luces se encendieron al mismo tiempo desde el escenario, haciendo imposible ver lo que sucedía arriba. La aceleradísima e instrumental “Full Gas”, con sus vientos beduinos en el frente de batalla, conectó enseguida con las más de quince mil personas que poblaban GEBA y sacó a relucir el tridente ofensivo de la banda vallecana: no se trata solo de ironía y de consignas, se trata también de melodías.

El inicio arrollador de “Estampida” y “El Gato López” dejó en claro que el idilio entre Ska-P y Argentina se bancaba mucho más que una hora de espera. A partir de ese momento, la banda hizo base en El Vals del Obrero (1996) y ¡¡Que corra la voz!! (2002) para despacharse contra todas las injusticias de este mundo. El camino, quizás tan conocido como festejado, incluyó las arengas de “Abolición” y “Vergüenza” en contra de la tauromaquia –“asesino el que no baila”, agitaba Pulpul–; la reivindicación de las luchas de los astilleros españoles en “Naval Xixon” y de las diversidades sexuales en “Colores”; el ajuste de cuentas contra la corona en “Jaque al rey”, contra la discriminación en “Romero el madero”, contra la prohibición en “Mis Colegas”. Su propia cartografía de luchas que se transformaban en una batalla ganada con “Cannabis”, mientras en las pantallas se reproducía un video de marchas a favor de la legalización de la marihuana en todo el mundo.

El plan de Ska-P se mantiene intacto: letras recargadas de denuncias que nunca se perciben como una bajada de línea, gracias a ese poderoso mestizaje que hacen con estribillos radiales, una banda siempre ajustada y la voz dulce y melancólica de Pulpul. Pero el plan no lograba ocultar del todo las cicatrices. Desde la salida del explosivo cantante y showman Pipi en 2017, Ska-P parece haber perdido el poder de la dramaturgia. Con Txiquitin debatiéndose entre la trompeta y algunas breves personificaciones –de monarca, de torero, de payaso maldito– y el guitarrista Joxemi transformado en un dictador llegado desde The Wall para presentar el flamante sencillo “El Chupacabras”, las explosiones teatrales no fueron suficientes.

Poco antes del cierre, la banda le cedió el escenario a los trabajadores de Madygraf –la empresa gráfica transformada en cooperativa en 2014–, al igual que lo hicieron en 2019 en el estacionamiento del Estadio Único de La Plata. “Estamos en la calle luchando para que se vote en Diputados, después de tantos años, la expropiación de la empresa. ¡La clase obrera es única y sin fronteras!”, gritó uno de sus trabajadores desde el micrófono de Pulpul, como preámbulo para “El vals del obrero”. Luego vinieron el agite de “Rayo Vallecano” y las estocadas de “Resistencia”, como despedida y símbolo de ese arco dramático que trazó la banda desde hace ya casi treinta años: Nosotros venimos de un barrio obrero de Madrid / Y allí hay un equipo de fútbol muy humilde / Estamos con todas las aficiones… ¡Antifascistas!. Su propia historia de amor y anarquía.