El comienzo de Detalle infinito es engañoso. Hay una adolescente, casi una niña que, parece, es capaz de ver a los muertos. O, mejor dicho: los ve en el momento de su muerte, no como fantasmas, sino en el instante de la despedida. Quienes creen en ella y se acercan a la oficina donde atiende le traen restos de una civilización que, más que desaparecida, ya no funciona: cables, vidrios, botellas, marcas, basura, residuos históricos. Es que Mary, la chica, vive en el “Después” de esta novela de Tim Maughan, autor y artista escocés nacido en 1973. Ese después es la vida tras la desaparición de internet y de todo lo que se lleva consigo: el consumo global, los aviones, la economía, las comunicaciones, la distribución de comida, la energía, el sistema financiero.

Poco después sabremos que la niña sí ve a los muertos, pero lo hace por razones que poco tienen que ver con lo sobrenatural. Vive y atiende en Bristol, centro neurálgico de esta novela distópica o de ficción especulativa, no post-apocalíptica: la humanidad, aunque a duras penas, sobrevive a este regreso forzado a lo analógico. Pero los efectos del apagón son muy parecidos a los de una bomba nuclear.

Maughan divide la novela en “Antes” y “Después” alternativamente, en capítulos que se mezclan, para contar cómo se llega al ataque ciber terrorista que derrumba la infraestructura del capitalismo. El manifiesto antes del apagón difundido por un grupo hacker, el lanzamiento de un gusano o un virus que se “come” internet, dice así: “Nosotros odiamos internet. Antes nos encantaba. Crecimos amando internet. Nos hacía felices… (pero) Nunca fuimos los dueños, nunca lo seríamos… Vimos cómo nuestras comunidades se disolvían en guerras civiles. Vimos cómo nuestros activistas políticos y nuestros líderes comunitarios se volvían marcas famosas, cómo nuestros visionarios tecno utópicos se inclinaban ante el capital y los accionistas. Nos dejamos convertir en el contenido que hay entre los anuncios comerciales, nada más. El capitalismo y sus algoritmos han aplastado la democracia”. 

El manifiesto sigue: el tono y el contenido resulta muy actual cuando se piensa en las criptomonedas, las fake news, Zuckerberg o Elon Musk. Sin embargo aparece en un futuro muy cercano, a la J.G. Ballard, cuando ya todas las ciudades son inteligentes y la gente, en vez de un teléfono, tiene anteojos que le permiten estar permanentemente conectados con lo que quieran. No es un mundo sin lazos y sin amor, pero es un mundo opresivo en el que el ansia y la angustia de liberación se vuelven tan insoportables que los escapes a la olla a presión no parecen suficientes. Como el alivio que intenta Rush, por ejemplo, un hombre británico-pakistaní que crea la República Popular de Stokes Croft en Bristol, un barrio donde es imposible conectarse a Internet: “En parte comuna hippyster, en parte instalación de arte permanente y en parte protesta política, el Croft proclama ser un refugio de la vigilancia física y digital que asociamos con la vida diaria en las principales ciudades y online”. Todos los habitantes rechazan la vigilancia, internet y el big data, pero tienen su propia red, porque Rush es un hacker de fuste: una red mesh desconectada de internet que se baja como una app y se usa en el barrio. Una conexión a escala comunitaria.

El Croft, sin embargo, pertenece al “Antes”. Es el corazón de Detalle infinito, una novela de ideas, muy cercana al ensayo, que se pregunta por la revolución y su significado, por la rebeldía y sus posibilidades, por la incertidumbre y la contradicción y el caos que llegarían con un mundo desconectado. ¿De verdad nos salvaría, nos liberaría? ¿O se trata de otra iluminación utópica que suena bien en los papeles pero solo produce sufrimiento en la realidad? Maughan lo dice en voz de uno de sus personajes. El crack es: “El fin de la vigilancia y el rastreo permanentes. El fin de estar sometido a todo eso. El fin del capital. El fin de la seguridad. El fin de la certeza. El fin de la tranquilidad. El fin de sentirse a salvo. El fin de estar conectado. El fin de las amistades”. Maughan se ahorra los detalles de lo que pasa de inmediato tras el apagón, ignorando detalles demasiado visitados de las clásicas hambrunas y violencias y migraciones. Le interesan más las consecuencias y pensar sobre ellas. De hecho, muchos de los jóvenes revolucionarios habitantes o medio nómades del Croft, ahora ya mayores y envueltos en otros problemas discuten sobre sus acciones pasadas. Por ejemplo, Anika –ahora enganchada con rebeldes en Gales- y Grids, un hombre menos radical y más político, que se quedó en el Croft para tratar de mejorar la vida de su gente, como un puntero que toma y da, pero es en esencia generoso, se pelean así. Dice Grids:

“-¿Qué pensaste que iba a pasar. Después de que rompieron todo. De verdad. ¿Qué pensaste? ¿Que todo se iba a solucionar mágicamente? ¿Que esta red de ustedes de alguna manera les iba a dar todas las respuestas?

-No pretendíamos tener respuestas. No para todo. No peleábamos por eso. Peleábamos para que la gente pudiera decidir por sí misma, Grids. Para empezar de nuevo. Peleábamos por la autodeterminación…

--Bueno, consiguieron lo que querían. ¿Autodeterminación? ¿Esos paramilitares skinheads de Knowle que linchan musulmanes? Eso es autodeterminación. Así es como se ve. Montones de gángsters y caudillos y gente aterrada, todos tratando de cuidarse a sí mismos, tratando de proteger a los suyos".

Sin embargo, no hay que pensar que por este diálogo Detalle infinito es una novela que prefiere el “viejo orden” de datos y vigilancia. Solo da vueltas sobre sí misma en la gran pregunta de nuestro tiempo, si esta vida nos hace libres o esclavos, si la esclavitud es el precio a pagar por la comodidad, si alguien está pensando en el mundo que no puede permitirse estos problemas, cuánto hay de privilegio en sentirse oprimido por Internet. Detalle infinito también es ferozmente urbana: multiétnica, moderna, diversa, tecnofílica y tecnofóbica, recorrida por la cultura del grafiti y el arte contemporáneo perfomático. Y la música: con el apagón se fue todo lo digital así que lo que queda, en vinilos y casetes, es drum & bass, jungle, dub, géneros de electrónica urgente e hipnótica, los latidos de la taquicardia del fin. 

Detalle infinito, con sus saltos en el tiempo, puede resultar algo confusa y es una pena que los personajes, bien delineados, no se desarrollen con mayor profundidad porque hay un potencial enorme en el romántico Rush, el práctico Grids, los jóvenes Mary y Tyrone, la dañada Anika. Se sufre un poco ese desbalance pero, al final, la potencia de las dudas, la incertidumbre y la rabia de esta primera novela dejan de lado los tropiezos porque es poderosa en su visión sombría de la pregunta sobre si es posible reiniciar la máquina y que quedaría de nosotros sin ella.