El triunfo de Luiz Inácio Lula Da Silva en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas constituye un alivio frente a la ola oscurantista que se apoderó del país en los últimos años. 

Su tercer mandato, no obstante, no estará exento de desafíos y pruebas difíciles de superar. Ganó por un margen estrecho (50,9 por ciento de los votos contra 49,1 por ciento de Jair Bolsonaro). Perdió en la mayoría de las regiones del país con la gran excepción del Nordeste donde se impuso por amplio margen. 

Su coalición será minoritaria en ambas cámaras del Congreso y la mayoría de los gobernadores electos no integran su espacio político ni son sus aliados. A ello agréguese la inusual polarización política e ideológica imperante en el país, al menos a juzgar con parámetros brasileños.

En estas condiciones y teniendo en consideración la tónica política de sus dos mandatos anteriores (2003-2010), es de prever que el próximo gobierno de Lula se caracterice por la moderación y la búsqueda de acuerdos con los distintos sectores. Las señales ofrecidas durante la campaña fueron inequívocas: llevó como candidato a vicepresidente a Geraldo Alckmin, figura del neoliberalismo, exgobernador de San Pablo y hombre al que debió derrotar en la segunda vuelta electoral por su reelección en 2006. 

Igualmente, Lula se aproximó a numerosas personalidades del establishment financiero y voceros de la austeridad como Enrique Meirelles, quien fuera el presidente del Banco Central durante sus ocho años de presidencia y luego asumiría como ministro de Economía del verdugo de su sucesora Dilma Rousseff, Michel Temer.

Aún teniendo en cuenta estos límites políticos el gobierno de Lula no podrá quedarse de brazos cruzados. La performance de la economía brasileña de los últimos años fue sumamente decepcionante. El PIB per cápita es aún inferior al de 2010 y las perspectivas de crecimiento siguen siendo magras. 

Uno de los desafíos será retirar la enmienda constitucional que limita el aumento del gasto público real hasta 2037. Si bien el gobierno de Bolsonaro, pandemia mediante, no cumplió con la (incumplible) normativa y hasta aumentó significativamente el gasto social en los últimos tiempos, es difícil imaginar que el gobierno pueda impulsar, por ejemplo, un programa de infraestructuras sin arriesgarse a un juicio político con pretextos 'fiscales' como el que terminó con el gobierno de Dilma. Para revertir este límite legal precisará de tres quintos de de ambas cámaras, algo inalcanzable sin un gran acuerdo político con los sectores más diversos.

No es fácil imaginar de qué modo la economía brasileña podría volver a crecer a tasas elevadas. También es sumamente improbable que regresen las aspiraciones de potencia regional que sobrevolaban la cabeza de no pocos brasileños durante el segundo quinquenio del presente siglo.

Pero de estas perspectivas inciertas no se puede concluir que la economía brasileña carezca de medios para mejorar los deplorables resultados de la última década. Los datos del sector externo del país vecino no lucen tan desalentadores como podría imaginarse. Aunque vienen registrando una reducción en los últimos meses, el Banco Central aún cuenta con más de 320 mil millones de dólares de reservas internacionales. 

El nivel de endeudamiento público es moderado y nominado mayoritariamente en reales, al tiempo que el valor de las exportaciones mejora desde 2021, luego de varios años de estancamiento. Aunque la inflación aumentó en la primera mitad de 2022 (en paralelo con su aceleración global), en los últimos meses se contrajo gracias a medidas extraordinarias como el congelamiento de los combustibles. 

Estos datos permiten concluir que en los próximos años la economía brasileña no enfrentará restricciones en su sector externo que introduzcan, por ejemplo, tensiones cambiarias o inflacionarias como las que se observa en Argentina. Aunque no es razonable esperar milagros, las perspectivas pueden mejorar para Brasil y a consecuencia de ello también para la región. 

* Profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) y de la Universidad Nacional de Moreno (UNM).