Recién presentada en la Competencia Argentina del Festival de Cine de Mar del Plata, Juana Banana, noveno largo de Matías Szulanski, provocó un modesto cisma entre quienes asistieron a la 37° edición de la tradicional celebración de cine. No es que se trate de una película revolucionaria ni mucho menos, pero sí de una compuesta de tal forma que de inmediato polariza a los espectadores. Sin grises ni puntos intermedios, por un lado están los que la detestan y, por el otro, los que la adoran. Pero a ambas facciones no las separan las discusiones de la cinefilia dura, como el uso del travelling, la eficacia del montaje o el virtuosismo de la fotografía. El elemento de Juana Banana que provoca reacciones tan diversamente opuestas y que a primera vista parece superficial, aunque en realidad implica cuestiones humanas mucho más profundas, es su protagonista.

Juana es actriz. Pero no una estrella, ni siquiera una reconocida (ni reconocible). Tiene 28 años y a duras penas consigue papelitos que le permiten hacer apariciones fugaces y esporádicas en algunas publicidades. No es alta ni llamativa, tampoco fea, sino lo que en el universo de la publicidad se define como CBG, una “Cara Bonita Genérica”. Como Pepi, Luci y Bom, Juana también es una chica del montón (y no es casual que la sombra del primer Almodóvar aparezca al ver la película). Szulanski construye en Juana Banana un retrato generacional, el de los jóvenes del siglo XXI que tras dejar atrás la adolescencia y ya de lleno en la vida adulta, no consiguen hacer pie en su propio camino, donde la falta de oportunidades se mezcla con las vacilaciones de cada uno. Y lo hace a partir de un relato en el que la cámara funciona como un narrador omnisciente que nunca abandona a la protagonista, cuya presencia ocupa el 100% de las escenas. Una decisión que le exige al espectador convivir con Juana durante los 80 minutos que dura la película. A priori parece fácil.

Pero ocurre que el tiempo es ambiguo, una unidad de medida constante cuya percepción se encuentra atada a la relatividad de lo subjetivo. Para decirlo en criollo, el tiempo parece pasar más rápido en situaciones gozosas y se vuelve una carreta ante lo insufrible. Las películas son una prueba fáctica de ese hecho: he ahí la grieta. Porque si bien es cierto que, desde lo estadístico, Juana es una chica del montón, la cámara de Szulanski, con su obsesión por seguirla a todas partes como un ángel de la guarda, la convierte en única. La película adora a su protagonista y si el espectador entiende las razones de ese amor también puede enamorarse. Si no lo hace, la chica podría volverse insoportable. Y ese es un riesgo que forma parte de la apuesta de Juana Banana.

A Juana le pasa de todo, pero nunca se queda quieta. Su lengua tampoco: habla hasta por los codos con una voz finita y tiene una risa fácil, que por momentos la vuelven una versión viva del Pájaro Loco. Su novio la deja y da toda la sensación de que la engaña con una ex; se queda sin casa y tiene que irse a vivir de prestado al sillón de una amiga; va de casting en casting como un vía crucis, soportando con una sonrisa situaciones absurdas. Sin embargo, nada parece alterar su candoroso buen humor.

La labor de Szulanski registra varios aciertos. Uno es la capacidad de transmitir la angustia de la protagonista a pesar de su aparente jovialidad y sin resignar ternura. Juana no habla sin parar ni se ríe porque es idiota, sino porque es la única forma que encuentra de hacer que la realidad sea menos monstruosa. Un modo de supervivencia. Y eso la convierte en el luminoso centro de un universo paralelo irrepetible. En esa decisión hay un gesto generoso hacia el público. Otro podría ser su carácter empático: la película llega a ser agobiante bajo esa apariencia absurda y banal, pero incluso en sus peores momentos nunca deja a su personaje sin salida. Por último, Julieta Raponi, la protagonista, que compone a esa Juana querible y odiable al mismo tiempo. Un hallazgo. Sin ella no hay Juana Banana

Juana Banana 7 puntos

Argentina, 2022

Dirección, guion y montaje: Matías Szulanski

Fotografía: Lourdes Sanz

Duración: 80 minutos

Intérpretes: Julieta Raponi, Jenni Merla, Franco Sintoff, Matías Szulanski

Estreno: Disponible en salas. 60