Si las personas desaparecemos de este plano de la existencia, el arte es una vía para que muchas sigan presentes entre nosotros. Luciana Acuña y Luis Biasotto, fundadores del irreverente y asombroso grupo Krapp de danza-teatro, siguen deparando aventuras escénicas ensoñadas, absurdas, envolventes, a pesar de que Luis fue víctima del COVID en 2021 y ya no está presente físicamente. 

Hielo negro, que acaba de estrenarse en el Teatro Sarmiento, es una pieza que comenzaron a crear en el marco de una residencia en 2019, en una universidad de Hamilton, al norte de Nueva York, invitados a dar clases durante un par de semanas. Cautivados por ese invierno crudísimo que tiñó el paisaje de blanco y los sorprendió con un universo silencioso con otros tiempos, otras posibilidades de movimiento y también otros riesgos vitales, pidieron una sala para ensayar. “Podíamos ensayar seis horas diarias, desde el cuerpo y desde lo que nos provocaba ese campo nevado, todo blanco, algo desconocido para nosotros, muy impresionante. Empezamos a probar desde el movimiento, a escribir textos a partir de eso, a generar sonidos, como el que escuchás al pisar la nieve”, cuenta Luciana a Página/12. 

Este germen fue creciendo en tres residencias posteriores, en Ecuador, nuevamente en Estados Unidos y en la ciudad de La Plata. Y al final de cada una, Acuña y Biasotto mostraban al público el proceso de trabajo. “Cada versión que mostrábamos era diferente pero no tanto. En todas había algo de obra inacabada que nunca llegaba a su final”, comenta. Durante la pandemia hasta hicieron una versión en formato de corto cinematográfico, “como si fuera un falso documental del proceso creativo de la obra”, describe. Pensaban estrenar la quinta versión en Buenos Aires pero no fue posible. “Con la muerte de Luis yo tuve la certeza de que tenía que darle un cierre a Krapp, con una especie de despedida, que fue Réquiem, la última cinta, que hicimos en el CCK. Y también que nos debíamos ambos terminar Hielo negro. Sentí que era un deseo compartido hacerla. La obra estaba en un proceso muy avanzado y me propuse que esta última versión contenga las anteriores”, agrega la directora. 

Luciana estaba convencida de que era imposible encontrar a alguien que reemplazara a Luis, tan único en esa potencia descomunal de movimiento, en la expresividad de ese rostro cercano al absurdo, de pocas palabras, misterioso, en ese cuerpo imponente más típico de un deportista que de un bailarín, por nombrar algunos de los rasgos de un creador capaz de desplegar mundos extrañados, delirantes y a la vez cercanos. Como si los abismos, el vértigo, lo incomprensible estuvieran mucho más al alcance de lo que creemos. 

Acuña prefirió entonces sumar tres intérpretes en lugar de uno: Milva Leonardi, Santiago Gobernori y Francisco Dibar. “Pensé en personas que, de alguna manera, por algún rasgo, me recuerden lo que era estar en escena con Luis. Milva, para mi, es un Luis en mujer: con una pata en la danza muy fuerte y otra pata en el teatro muy fuerte también. Santiago es un actorazo que tiene algo en el cuerpo muy fácil, muy cercano a la danza, se le da bien el movimiento. Y con un manejo del absurdo y del humor increíble. Francisco es muy especial porque no es de las artes escénicas, es un deportista, tuvo su incursión en la danza, es muy amigo nuestro, formó parte del elenco de Nocaut técnico y de Trampa para fantasmas. Tiene un despliegue corporal endemoniado, muy par en ese sentido con Luis, con una fuerza brutal no marcada por una técnica en particular”, advierte.

El comienzo de Hielo negro es hipnótico y bello: Luciana y Santiago envueltos en mamelucos con capucha y piel, arrastrándose como animales aletargados en forma ondulante, cada uno desde un lateral de la escena sobre un suelo que podría ser un lago congelado o la nieve misma, en medio de sonidos armoniosos. Esa apertura plácida y poética se quiebra y desde entonces toda “la manada” -como Gobernori bautizó al cuarteto de intérpretes- ensaya distintas formas de moverse, de vincularse, crea melodías, intercambian diálogos. Se llaman por sus nombres, como si fueran ellos mismos intentando crear una ficción que constantemente se rompe. Hasta le piden a Matías Sendón, el iluminador, ubicado en la cabina de luces, que les vaya pasando distintos elementos que llegan desde el fondo hasta el escenario por un cable aéreo que los transporta. Y en un momento, lo convocan para que corra un artefacto que se desploma del techo y cae en el escenario. 

Pero Matías no hace mucho al respecto. Como si los accidentes formaran parte de esta trama que ¿avanza? sin resolver los escollos. Hay secuencias de movimiento con una energía altísima, choques y caídas; secuencias sonoras en las que el elenco crea melodías hermosas; pasos de ballet que Luciana y Milva despliegan con esos trajes más bien toscos para la danza clásica mientras suena Prokófiev. También se oye la voz en off de Luciana narrando anécdotas de esa experiencia en Estados Unidos en formato epistolar: como cartas que ella y Luis habrían enviado a Matías Sendón. Y como en la mitad del espectáculo, un respiro entre tanto quiebre, tanta entrada y salida de la ficción, con una escena encantadora que remite a la obra Africa, de Biasotto, en la que los cuatro intérpretes devienen animales tomando sol en una playa. 

“Es como el momento amable de la obra, como contar un cuento a niños”, opina Luciana. “Ese borde liminal entre la ficción y lo documental, lo real, estuvo siempre y es algo que con Luis nos interesó trabajar. Partimos de un imaginario que tiene que ver con lo real, con ese mundo blanco que conocimos en Estados Unidos, y a partir de ahí se destruye lo real y se va a un mundo ficcional casi sin pedir permiso. Todo el tiempo se va destruyendo lo que se va construyendo y lo que se va construyendo es esa supuesta obra que los personajes quieren hacer. No hay certezas, no es una obra que se cree inteligente sino al contrario, se pregunta todo el tiempo y no genera respuestas ni afirmaciones, sino baches y agujeros negros en su construcción y en el espectador. Nunca resuelve”. 

El hielo negro es precisamente una fina capa de hielo vidrioso en una superficie, en realidad es transparente y como deja ver el asfalto de los caminos, parece negro, oscuro. “Uno no ve que hay hielo pero está y provoca accidentes mortales, o si vas caminando te pegás unos resbalones tremendos y caés de espalda. Es algo contradictorio: no lo ves pero te puede matar. Contradictorio como la obra, que es toda una contradicción en sí misma”, compara Acuña. Y concluye: “Luis va a seguir estando siempre en mis trabajos, es imposible que yo piense un trabajo sin tenerlo cerca. Está en mí”.

* Hielo negro, de Luis Biasotto y Luciana Acuña, se presenta de viernes a domingos a las 20 horas hasta el 4 de diciembre en el Teatro Sarmiento (Avenida Sarmiento 2715).