Kafka masticaba cada bocado treinta dos veces y hacía gimnasia desnudo con la ventana abierta. Proust se metió en la cama y no volvió a salir. Schiller metía manzanas echadas a perder en el cajón de su mesa porque para escribir necesitaba oler la podredumbre. Sócrates llevaba siempre la misma ropa, caminaba descalzo y bailaba solo. Agatha Christie escribía en la bañera. “Ser raro no es nada raro. De hecho, lo verdaderamente raro es ser normal”, escribe Rosa Montero en El peligro de estar cuerda (Seix Barral), un libro que extrema la audacia narrativa de una escritora con una sensibilidad fuera de serie para indagar en la relación entre la creatividad y cierta extravagancia. 

De naturaleza anfibia por su modo de trenzar la ficción con el ensayo, Montero apela a una primera persona que confiesa que siempre ha sabido que algo no funcionaba bien dentro de su cabeza. Lejos de romantizar los trastornos mentales, que suelen generar un sufrimiento atroz en quienes los padecen, ella, lectora y narradora apasionada, recuerda que la psiquiatra Nancy Andreasen, de la Universidad de Iowa (Estados Unidos), planteaba en un célebre estudio que los escritores tienen hasta cuatro veces más posibilidades de sufrir un trastorno bipolar y hasta tres veces más de padecer depresiones que la gente no creativa.

Montero (Madrid, 1951) cuenta en el libro que le tocó formar parte de la estadística general, ese 25 % de personas que sufrirán algún problema mental a lo largo de su vida. Desde los 17 años hasta los 30 tuvo ataques de pánico, “un viaje a otro planeta”, los define para desmarcarse de aquellos que creen que significa estar estresada o preocuparse demasiado por algo. “El trastorno psíquico es un súbito e inesperado rayo que te fulmina”, agrega para intentar captar ese “mar oscuro”. 

La primera vez que lo padeció estaba en su casa. “La habitación empezó a alejarse de mí, el mundo entero se achicó y se marchó al otro lado del túnel negro, como si yo estuviera mirando la realidad a través de un telescopio. Y junto con la anomalía visual llegó el terror, una ola de pánico indecible, un miedo puro y duro de una intensidad que jamás había experimentado antes y que además no tenía ninguna causante aparente”, recuerda al comienzo de El peligro de estar cuerda, título que viene de un verso de la poeta estadounidense Emily Dickinson, que pasó los últimos quince o veinte años de los cincuenta y cinco que vivió sin salir de la casa familiar en Massachusetts.

Construcción imaginaria

La autora de La loca de la casa y de la saga de novelas protagonizadas por Bruna Husky, Lágrimas en la lluvia, El peso del corazón y Los tiempos del odio cuenta que El peligro de estar cuerda es “el libro de su vida”. Montero deviene un insecto pataleante y una estudiosa que observa el pataleo. En su último libro va narrando la historia de una doble que se hace pasar como Rosa Montero en distintas circunstancias. “La historia de la impostora tiene partes absolutamente reales”, aclara la escritora española con una sonrisa pícara y enigmática en la entrevista con Página/12. “Hay partes que parecen muy locas y que son literales. Las que son ficción son las más verdaderas porque es mi manera más clara y más profunda de mostrar la manera en que veo la realidad. Para mí la realidad es una construcción imaginaria”.

-El peligro de estar cuerda podría leerse como la contracara de otro libro tuyo, La loca de la casa.

-Hay una clara relación. La loca de la casa, pese a su nombre, no tiene que ver con la locura sino con la imaginación; es la frase con la que Santa Teresa se refería a la imaginación como “la loca de la casa”. Son temas en construcción en mi cabeza desde siempre; por eso digo que este libro (El peligro de estar cuerda) es el libro de mi vida porque tengo la sensación de que he tratado por fin de una manera directa temas que han estado retumbando dentro de mi cabeza. En La loca de la casa tangencialmente roía unos huesos; hasta que hace cuatro años, casi cinco, decidí que era el momento de meterme con esos temas de frente y dedicarle un libro. Ahí fue cuando empecé a leer libros, a tomar notas. Y lo maravilloso fue que pude contestarme muchas preguntas; no me lo puedo creer que lo haya conseguido. De repente todo encaja. Hubo un momento en que pensé que no iba a salir. Después de dos años y medio tomando notas (tenía cuatro cuadernos enormes llenos de notas) había llegado a hacer una lista de más de 80 temas que quería tratar y los extendí todos sobre la mesa de la cocina, que es la única mesa grande que hay en mi casa. Y me quedé mirándolo y me dije: “yo no voy a ser capaz de sacar este bosque impenetrable de datos”. Me entró un agobio y pensé que se me iba a morir. Ya se me han muerto dos libros. Pensé que lo tenía que escribir como una novela, cerré los ojos y me dejé llevar por la intuición, el inconsciente; por eso tiene ese tono tan indagatorio, tan de pesquisa. Por eso digo también que me siento como Sherlock Holmes.

Imagen: Adrián Pérez.

-En muchos de tus libros aparecen construcciones imaginarias que son tomadas como verdaderas. ¿Qué pasa con el estatuto de la verdad en la ficción?

-El problema no es la verdad del libro; para mí la verdad literaria es mucho mayor. A la gente la pone frenética la falta de fiabilidad de la realidad; no soporta que la realidad sea una construcción imaginaria. Les da miedo. La mayoría de la gente necesita certezas absolutas. Pero la vida está llena de incertidumbres, empezando porque la realidad es un maldito espejismo. Como lo cuento en el libro, dentro de cada uno de los ojos hay un punto ciego donde el nervio óptico se inserta en la retina. No es un punto que sea la cabeza de un alfiler. Mide entre dos y cuatro grados del arco visual. O sea son dos pedazos de puntos ciegos increíbles. Ahora miramos acá o miramos allá y no se ve ningún punto ciego porque el cerebro se lo inventa. O sea que vivimos en un espejismo y eso es lo que la gente no soporta. La gente necesita certezas totales y les da miedo que la falta de fiabilidad de la realidad los ponga en contacto con la incertidumbre de la vida.

Convertir las heridas en luz

-En el libro vas articulando las conexiones entre la creatividad, la escritura y el arte con la locura o con el “mal cableado”, como lo llamás. ¿Escribir salva?

-Si, pero leer nos salva también. Los escritores en primer lugar somos lectores apasionados. El arte nos salva. Siempre cito una frase de Georges Braque que me gusta tanto: “El arte es una herida hecha luz”. Qué vamos a hacer con las heridas de la vida sino intentar convertirlas en luz para que no nos destruyan. Desde siempre se ha hablado de esa relación entre creación y locura. Los que nos dedicamos a cosas creativas, seamos buenos o malos (porque la calidad no tiene nada que ver) creo que tenemos una cabeza cableada distinta. Una teoría del libro es que no solo somos los que nos dedicamos a cosas creativas. Hay un montón de gente que no se dedica a cosas creativas y tienen la cabeza cableada de manera distinta. Por ejemplo, la gente que necesita leer para poder vivir. Los apasionados de la lectura. ¿Cómo somos los apasionados de la lectura? A lo mejor somos gente súper simpática y tenemos el don de amigos, pero no terminamos de encajar en la realidad. Hay una fisura de oscuridad y necesitamos poner un manto de palabra a esa fisura. Es lo que decía Fernando Pessoa: la existencia de la literatura es la prueba inequívoca de que la vida no nos basta. Quizá no le basta a nadie; pero hay un porcentaje de personas, que quizá sea el 20 por ciento de la humanidad, que notamos más esa carencia y necesitamos del arte para poder soportar la negrura de la vida. Hay mucha gente que, más allá de lo creativo, formamos parte de la magnífica y lamentable familia de los nerviosos, como decía Proust.

-Lo interesante y también polémico con los “mal cableados” es que una posible “cura” les puede afectar en términos de creatividad.

-El libro es una reivindicación de la diferencia, pero no una reivindicación de la locura. Lo que mal llamamos locura –en general nos referimos a la psicosis, a los trastornos mentales graves- es una enfermedad del cuerpo y me recuerda en muchos sentidos al cáncer. Primero porque bajo el paraguas del cáncer hay todo tipo de tumores, desde el que no es nada al que te mata en una semana. Lo mismo pasa con el trastorno mental; hay desde neurosis hasta crisis gravísimas. Y es una enfermedad del cuerpo que está muy influida por factores externos. La locura es una enfermedad que en los casos más graves necesita una medicación que tiene unos efectos secundarios brutales. Yo tengo la esperanza de que en ambos casos se va encontrar una solución y se van a curar. Es lo que decía John Nash, un matemático brillante que a los treinta años se brotó con una esquizofrenia y estuvo treinta años psiquiatrizado hasta que logró salir de sus delirios, en parte por la medicación, pero también porque tenía una cabeza poderosísima.

-Una cabeza de Nobel... 

-Cuando le dieron el Nobel escribió un texto muy bonito en el que cuenta que estuvo muchos años afectado por un pensamiento delirante y que salió y volvió al pensamiento racional-científico. Pero curarse de eso no es todo ganancia, como curarte de otra enfermedad, de una hepatitis, donde todo es ganancia. El sufrimiento psíquico es uno de los más grandes del mundo y no tiene ninguna gracia. El libro reivindica la diferencia porque la normalidad no existe. Todos somos difentes en algo; la normalidad no existe. Lo normal es ser raro. Ser diferente no es patológico, pero luego hay un momento donde empieza la enfermedad. Hay que sacar a la luz los trastornos mentales porque son súper habituales. Antes de la pandemia, la OMS (Organización Mundial de la Salud) decía que un 25 por ciento de la población mundial iba a tener un trastorno mental en algún momento de su vida. ¿Qué quiere decir eso? Si nos quedamos con esta cifra tan conservadora, alguien va a tener un trastorno o lo va a tener alguien muy cercano: tus padres, tus hermanos, tus amantes, tus amigos más íntimos porque es por lo menos una de cada cuatro personas. Los trastornos mentales forman parte del hecho de ser seres humanos, sin embargo lo ocultamos, lo negamos; hay un estigma, un tabú para nombrarlo.

Soledad cósmica

-¿Por qué la locura sigue siendo un tabú tan intenso en el siglo XXI?

-Por la normatividad… y eso que con las democracias avanzadas el modelo de la norma es cada vez más abierto y hay más normas subsidiarias. Pero la gente tiene miedo del “contagio”, entre comillas; que se puedan contagiar porque la realidad es muy poco fiable. Tienen miedo de vivir en esa precariedad y de que se les pueda derrumbar las paredes del mundo. La normalidad está tan implementada que desde muy pequeños desarrollamos unas estrategias defensivas brutales para que no se nos note las diferencias. La gente se reprime tanto que llega a la represión clínica perfecta: no sabe ni siquiera que se ha cortado una parte de sí mismo.

-¿Ante qué espejo te pone la locura? ¿Por qué se la rechaza tanto?

-La locura es la falta de normas y sentido del mundo. El cáncer nos da el mismo horror porque es sinónimo de muerte y sufrimiento. Lo malo de la enfermedad mental es que hasta hace dos siglos todo el mundo pensaba que era una enfermedad más del cuerpo, como es. Aristóteles decía que los artistas tenían exceso de bilis negra porque entonces se pensaba que lo que llamamos locura era un exceso de bilis negra. Desde hace dos siglos se empezó a pensar que era una cosa esotérica, enigmática, que no tenía nada que ver con el cuerpo. Y eso culpabiliza al enfermo, como si hubiera escogido la enfermedad. El problema es que no hemos normalizado la diferencia. Yo que crecí en una dictadura cada vez que pasaba al lado de un policía me sentía culpable. No había hecho nada, por supuesto…

-¿La decisión de no romantizar la locura en El peligro de estar cuerda estuvo desde el comienzo?

-Sí, todos los expertos señalan que estar loco (y cuando hablamos de eso hablamos de trastornos graves) no te hace artista. Al contrario: te destruye. Los artistas que han tenido una crisis grave psicótica han dejado de crear, como (Robert) Schumann, (Friedrich) Hölderlin, (August) Strindberg. Lo que llamamos locura es una ruptura de la pasión colectiva común; entonces genera una soledad indescriptible; sientes que te has ido del género humano. La locura te engaña y te hace sentir en una soledad cósmica. Si a ese estigma de la soledad añades el estigma de la soledad social, esa persona tiene una vida completamente inviable. Si echas la mano y lo insertas socialmente, puede tener una vida buena para todos. Isaac Newton tenía delirios psicóticos; Marie Curie tenía depresiones. Puedes tener una vida perfectamente válida, si te acostumbras a convivir con tu oscuridad.


“La salud mental es la cenicienta”

Rosa Montero (Madrid, 1951) suma más premios a su trayectoria como escritora y periodista. Acaba se recibir el Premio del Festival Eñe, que celebra la obra de la autora de novelas como La hija del caníbal, El corazón del Tártaro, Historia del Rey Transparente, Instrucciones para salvar el mundo y La ridícula idea de no volver a verte, entre otros títulos que han sido traducidos a más de veinte idiomas. La colaboradora habitual del diario El País de España ha recibido el Premio Nacional de las Letras en 2017 y el Premio Nacional de Periodismo, entre otros reconocimientos.

-¿Cómo quedó la salud mental post pandemia?

-Hay cierto momento esperanzador porque el hecho de que haya empeorado tanto la salud mental ha hecho saltar por los aires el tablero. En diciembre de 2021 escribí un artículo en el que analizaba el año y dije que 2021 había sido el año de la salida del armario del trastorno mental. Es esencial que se haya abierto esa puerta, lo que pasa es que se va a volver a cerrar si no trabajamos ese resquicio y no terminamos de abrir la puerta a patadas. Necesitamos que la conciencia de la sociedad asuma que el trastorno mental forma parte del ser humano para que esta sociedad sea menos enferma y menos desgraciada. Sería un cambio monumental que mejoraría el mundo. Los gobiernos deben destinar mayores fondos a la salud mental. En todos los países la salud mental es la cenicienta.