Se pueden entrenar la voz y el cuerpo. Tomar clases de canto, de danza, de elongación, técnica para respirar. Se pueden fortalecer los músculos, trabajar para extender el registro vocal, ejercitar el oído musical. Se puede acudir a artilugios técnicos para ajustar la afinación. Se pueden tener los mejores coaches, maestros, un círculo de asesores, productores, técnicos y músicos. El talento se puede potenciar de mil maneras. Lo que no se puede entrenar es el carisma. Eso se tiene o no se tiene. Lali Espósito es uno de esos ejemplares que la industria musical arroja cada tanto. Una “niña artista” que empezó de muy pequeña y que hizo todo el recorrido de aproximación, iniciación, exposición y explosión. Una mujer en la que se mezclan una voluntad y una ética de trabajo fulminantes -y una plena conciencia de cada uno de los botones que impulsan la máquina- con un ángel, un brillo interno, que la hacen sobresalir de una manera especial. El cierre de su gira Disciplina Tour el domingo en el Movistar Arena no fue otra cosa que la confirmación de eso: un producto aceitado, fluido, demoledor, de pop irredimible, al que no le faltó nada para subir a Lali al podio en el primer puesto como gran estrella pop argentina.

Desmayos. Agua que nunca es suficiente. Una marea humana compacta y sinuosa: el estadio estaba repleto desde mucho -mucho- antes de que comenzara el show. Un pequeño abanico con los colores de la bandera LGBTIQ+ se movía por encima de las cabezas, a la altura de los carteles hechos a mano en cartulinas, hojas y cartones que se desperdigaban entre la gente. El ambiente ya estaba preparado para lo que iba a venir. Cada mínimo movimiento en el escenario provocaba una reacción desmedida en el público que gritaba y aplaudía enfervorizado. La excitación era total. Minutos antes de las nueve de la noche, una imagen de maquinaria industrial se imprimió sobre las pantallas. Un mecanismo activo, latente, humeante. En el engranaje central giraba parsimoniosamente una marca: Disciplina.

Se apagó la luz. Los músicos entraron en la penumbra y se parapetaron en sus puestos en la estructura de caños de metal al fondo de la escena. El griterío en este punto ya era ensordecedor. Y entonces ocurrió: enfundado en un sobretodo, body, pantalones y botas de taco altísimo, todo de cuero y tachas, el metro cincuenta de estatura Lali se volvió inmenso en esa manera de tomar el escenario por asalto, en su forma de caminarlo, de recorrerlo, de reconocerlo como su hábitat natural. Hay algo del destino en esa manera de pisar, una inevitabilidad, una urgencia que viene con la persona, que es intransferible, es un vértigo, una seguridad, un modo de transmitir ese “aquí estoy, este es mi lugar, nací para ser y hacer esto”. Con “Eclipse”, y con un patadón de volumen y actitud, comenzó el espectáculo, en un estallido oscuro de clave hiphopera, que fue la que tiñó el primer bloque del show con “Asesina”, “Tu novia” y “Fascinada”.

“Los hombres me gustan. No los necesito”, declaraba Cher desde las pantallas, mientras sonaban los acordes de la intro de “Diva”, ese R&B reflexivo y pícaro en el que Lali se devanea a propósito de su actualidad y las particularidades condiciones en las que vive su vida una estrella. “Bailo como Britney, visto como Cher”, cantó con su breve vestido dorado, estrecho y con flecos. Y la verdad es que sí: esta muchacha supo elegir sus referentes, tomarlo todo de ellas y hacer de sí misma una más. “Histeria” y “Soy” convirtieron el escenario en una disco con coreografías venidas directamente de l977. “Soy lo que tanto busqué vivir”, enfatizó con “Soy”, que incluyó un voguing adrenalínico de toda la compañía y figura grupal sobre la plataforma que se extendía sobre el campo, en una cita directa a la artista que inventó todo esto.

“Ego”, primero con banda y después con el público a capella, dio paso al tercer bloque, el más urbano/latino de la noche. Aquí el dorado se transformó en colores flúo y el beat se puso más remolón. “Lo que yo tengo” y “Una na” impusieron un latido reggaetonero que continuó con “Sin querer queriendo”, con la participación de unos Mau y Ricky improvisados que seleccionó entre los más cercanos en el campo. El caribe se convirtió en una ruta desierta cuando, tras un breve apagón, la artista apareció sobre una moto para interpretar “2 son 3”, otro adelanto de su próximo disco que se perfila algo más agresivo y electrónico que los anteriores. El trío como tema y la diversión como fin. Porque además de los brillos, el baile, las luces, todo milimétricamente planificado y ensayado, hay algo que constituye la columna vertebral del pop y eso es el amor como motivo, en todas sus formas: presente, pasado, futuro, correspondido, doloroso, prohibido, más caliente, más ingenuo, siempre intenso. Las canciones de Lali van recorriendo con ella, a través de los años y de su repertorio, las viejas y las nuevas formas del amor.

“Puente”, de Gustavo Cerati, fue el único cover de la noche. La cantante se lo dedicó a la memoria de “uno de los artistas más hermosos y preciados de nuestra música” y pidió cantarla entre todxs: “Con todo nuestro amor para él”. El arranque rockero al final de este tema la tuvo revoleando la cabellera en la punta de la tarima, en una imagen con la épica de Shakira en la época de “Inevitable”. 

El clima íntimo y azul pronto se transformó en rojo y vinilo y fuego y sudor para “Disciplina”: un derroche de factura pop impecable e implacable. Los bailarines, la coreografía, el crescendo del tramo final del espectáculo fue impactante por su intensidad, pero también por su fluidez. Con “Motiveishon”, la cosa viró a modo raver, un after demencial con el espíritu fiestero de una carroza de Marcha del Orgullo, que recordó por momentos la impronta de “Music”, en el Sticky & Sweet Tour de Madonna. Para “100 grados” ya había barra de tragos y público bailando en el escenario. En “Único” estaban todxs a los besos, en una instantánea de techno y color que gritaba “la vida es una sola, es ahora o nunca” y que terminó con la artista tirada -desparramada- en el piso, después de “A bailar”. Antes de los bises, catorce bailarines del grupo Malevo la acompañaron para la versión de “Como tú” que tuvo bombos, zapateo y boleadoras.

Flamearon la bandera LGBTIQ+ y la Argentina. Hubo coreografías frenéticas para todos los ritmos y todos los climas. Hubo cambios de vestuario, papelitos, fuego, humo, luces. Hubo ensueño y hubo ferocidad. Hubo una artista completamente enfocada y concentrada que no por eso perdió la ternura o la cercanía con la gente. Hubo todo eso y más, porque Lali entendió, como nadie en la Argentina, de qué hablamos cuando hablamos de pop.