Desde Río de Janeiro

Hay decisiones judiciales que, como siempre, tienen un carácter político. Pero además, según quienes sean los personajes involucrados en los procesos, se vuelven decisiones que deciden sobre la historia política misma del país.

Tres años antes de ser elegido de nuevo presidente de Brasil, Lula salía de la cárcel donde cumplía una condena a 9 años y medio de prisión impuesta por el juez Moro, como refiriéndose a los nueve dedos y medio que tiene Lula.

Hoy podemos preguntarnos, no qué pasaría con Lula si no hubiese logrado rescatar su inocencia, sino qué pasaría con Brasil.

El destino de este personaje central en la historia de Brasil se identifica con el destino de Brasil. El golpe que interrumpió la democracia brasileña en 2016, tuvo en el impeachment a Dilma Rousseff tan solo su primera parte. Si Lula no hubiese sido proscrito, en 2018 habría ganado las elecciones a Bolsonaro. 

Necesitaron dar continuidad a las acusaciones que se habían forjado contra Lula desde su primer mandato como presidente. El complemento del golpe fue el proceso, la prisión y la condena contra Lula, que le impidió de ser elegido de nuevo, como indicaban las encuestas.

Esa monstruosa operación jurídico mediática cambió la historia de Brasil. El poder judicial montó la farsa y los medios condenaron a Lula como corrupto, antes de la conclusión del proceso. Como le dijo Lula en la cara al juez Moro, mientras estaba preso, los jueces estaban condenados a condenarlo. Si no lo hicieran, toda la farsa se desmoronaría.

Condenado Lula, el país pasó a vivir el peor momento de su historia, desde los 21 años de dictadura militar. La condena a Lula era la condena del país y de su democracia: la persona más monstruosa que la política brasileña ha conocido, fue puesta en la presidencia del país. Mientras que el mejor presidente que Brasil había tenido, inocente, estaba condenado y preso en la cárcel.

La biografía de una persona como Lula coincide con la historia de Brasil. De lo que pase con Lula, depende la historia misma del país. Los brasileños lo saben. Por ello nos hemos mantenido 540 días y 540 noches en la vigilia frente a las dependencias de la Policía Federal, por saber que allí se decidía, no solamente sobre una persona tan querida, sino también el destino del país.

Cuando Lula decidió presentarse a la policía, la gran mayoría de los que estábamos en el Sindicato de los Metalúrgicos de San Bernardo, nos oponíamos a que lo hiciera. No sabíamos si él lograría salir de la prisión. Lula dijo que no pasaría a la clandestinidad, ni iría al exilio. Del desenlace de aquella situación, dependería el futuro del país.

Cuando lo visité en su celda, Lula estaba seguro de que saldría. Y efectivamente, un tiempo después, saldría y volvería al Sindicato de los Metalúrgicos donde había empezado su carrera de líder sindical y de donde había salido para presentarse a la policía.

Lula logró convencer de su inocencia al Poder Judicial, salió de la cárcel y tres años después fue elegido presidente de Brasil. De aquellas circunstancias dependió el destino de Brasil.

Las fuerzas democráticas han derrotado al bolsonarismo. Lula fue elegido por tercera vez presidente de Brasil y organiza su nuevo gobierno para volver a dirigir al país, a partir del primero de enero de 2023.

En caso de que Lula no hubiese logrado que su inocencia fuese reconocida, nada de ello sería posible. Brasil no volvería a la democracia, el país no tendría de nuevo al mejor presidente de su historia.