El conmovedor equipo que supo forjar Lionel Scaloni para darle a la Selección Argentina su tercer título del mundo, en el que entra y sale un nombre consagrado por otro porque lo único que importa es lo colectivo, vio nacer ni más ni menos que en el Mundial a una trifecta endiablada que puede atribuirse parte del andar furioso de la Albiceleste en Qatar. Alexis Mac Allister, Enzo Fernández -reconocido por la FIFA como el mejor jugador joven- y Julián Álvarez saltaron desde el banco para consolidarse en un equipo que los tuvo como un triángulo protagonista que se volvió imprescindible para el juego buscado por el DT y su circuito de fútbol.

Todo empezó en el partido contra Arabia Saudita, aquel inesperado golpazo que hizo recalcular al plantel argentino. Y si bien allí no tuvieron la oportunidad de jugar los tres juntos en el esquema que los consolidaría en el equipo -es más, en ese partido Mac Allister ni siquiera entró-, lo cierto es que los cortocircuitos futbolísticos de la derrota iniciaron el operativo de búsqueda de variantes en la cabeza del hijo pródigo de Pujato. Un operativo que terminó de producirse en el 2-0 ante Polonia y que pudo haber sido por demás complejo: a excepción del reemplazo tras la dura baja de Giovani Lo Celso que el DT conocía de antemano, Scaloni terminó sacando del once al nueve consagrado, Lautaro Martínez, y a Leandro Paredes, una de sus figuritas preferidas. Si bien quienes siguieron el andar de la Selección en Qatar saben que el tridente Mac Allister-Fernández-Álvarez forzó con su fútbol la decisión del DT, a Scaloni no le tembló el pulso para sacar a dos históricos de su ciclo y apostar por tres con apenas un puñado de partidos en la Selección.

Mac Allister ingresó como titular por el Papu Gómez (el reemplazante de Lo Celso para el debut ante Arabia) en el partido ante los mexicanos y se ganó su lugar. Julián Álvarez y Enzo Fernández ingresaron desde el banco en ese encuentro y, con el movimiento ofensivo intenso y las ganas de uno y con el despliegue y el golazo del otro, dejaron en claro que solo saldrían del equipo lesión mediante o si alguien dentro del plantel alcanzara su mismo (alto) nivel.

El exArgentinos y Boca fue una aparición clave en una posición en la que Lo Celso cumplía un papel fundamental dentro del equipo de Scaloni, al que entró para llevar a cabo una labor de excelencia, incluso con asistencias y peligrosas incursiones al área rival. Como la que dejó registrado su nombre en la historia de los Mundiales apenas iniciado el segundo tiempo ante Polonia, cuando llegó justo a tiempo para tomar un centro de Nahuel Molina y convertir el ansiado gol que abría el triunfo y aseguraba la cima del Grupo. En la final, además, se encargó de anular ni más ni menos que el juego del cerebro francés de este Mundial: Antoine Griezmann.

Frente a México -segundo partido de Argentina y final anticipada por el apremio que impuso el debut- empezó la consolidación de Enzo Fernández, que marcó un golazo en ese juego para cerrar el partido. Ante Polonia, una asistencia suya para el primer gol de Julián Álvarez dejaría en claro una cosa: las redes de juego entre los dos que supieron enamorar a los hinchas millonarios y que volvieron a verse sobre el césped qatarí estaban intactas y más encendidas que nunca. Enzo le dio despliegue al equipo, para armar el eje junto a Rodrigo De Paul, más adelantado o retrasado según le exigiera su lectura (impecable) del partido pero siempre con voracidad ofensiva y toque preciso y calmo. Como si no fuera un pibe que llegó sin partidos por los puntos a vestir la camiseta argentina en una Copa del Mundo.

Lo de Álvarez no parece más que un sueño: todavía con cara de niño, el delantero del Manchester City que le pisa los talones ni más ni menos que a Erling Haaland se quedó con la nueve en Qatar a fuerza de técnica, pulmones y ganas: empezó siendo el primer defensor del equipo (finalizó el Mundial con 221 presiones defensivas, el mayor número de la Selección) y terminó su primera aventura en la cita mayor del fútbol con cuatro goles convertidos, el máximo número que un tal Lionel Messi llevaba marcados en una sola Copa del Mundo hasta Qatar. Uno de ellos -el segundo ante Croacia- fue un golazo épico, una corrida maradoniana desde el mediocampo propio que se llevó puestos a tres croatas y culminó en una parada de pecho para atesorar la pelota y una pirueta mágica para mandarla a la red.

Ninguno de los tres había nacido para ver el gol que su entrenador (entonces futbolista activo) le marcó a Brasil por los cuartos de final del Mundial Sub 20 con la camiseta argentina, esa con los mismos colores que ellos vestirían 25 años después. Alexis tiene 23; Julián, 22; y Enzo, 21. Esa es la edad de un presente que también es futuro de Selección. Entre los tres, además, sumaban apenas 23 partidos en la previa a la Copa del Mundo: Álvarez tenía 12 encuentros jugados; Mac Allister, ocho; y Fernández, menos de cien minutos registrados en tres amistosos con la Albiceleste. Esa es ni más ni menos que la prueba de calidad de un recambio con forma de triángulo que eligió el Mundial para nacer con marca de fuego y que llegó con un título del mundo bajo el brazo.