Desde Mar del Plata

“Ayúdenme”, ruega el chico a los miembros del grupo especial de operaciones de la policía francesa, que se comportan como los que “redujeron” a los miembros del comando que consumó la masacre de Charlie Hebdo, en enero de 2015. El pedido es quizás el último signo de confusión del último integrante de una célula improbable en la realidad, sólo concebible dentro del verosímil que propone Nocturama, la película del nativo de Niza Bertrand Bonello, que forma parte de la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata. Tampoco eran muy “verosímiles”, si se las medía bajo una lupa realista, las pupilas de la casa de citas finisecular de L’Apollonide, película previa de Bonello que compitió en la edición 2011 de este festival, y que departían amablemente noche tras noche, como si se reunieran allí para tomar el té y no para soportar abusos, fealdades y sadismos. En Nocturama es más bien al revés: un grupo de chicos de apariencia inofensiva planea y comete una serie de atentados con bombas dignos de alguna secta de fanáticos muy bien entrenados. Pero cuando el círculo se cierra se comportan como lo que son: un grupo de chicos inofensivos.
A lo largo de dos horas diez, Bonello filma puras acciones, suministrando otros datos con cuentagotas. La decena de integrantes del grupo conspirativo se va dando cita en el centro de París y el realizador muestra sus traslados por montaje alterno, señalando cada cambio de foco de atención con la indicación horaria. Lo cual es un recurso clásico de las películas de robos de bancos y afines. Las edades de los chicos oscilan entre los 20 y los 30, parecen pertenecer a distintos grupos étnicos (algunos morochos, otros de tipo árabe, otros blancos europeos) y distintos estratos de la clase media. No da la impresión de que ninguno de ellos sea de clase baja. De acuerdo a algunas conversaciones, algunos parecen tener empleo y otros no. Hay incluso un ex alumno de un colegio de élite. Su operativo tiene ciertos objetivos personales, que son políticos o empresarios encumbrados, y otros institucionales. Consumados los atentados se refugian en una gran tienda del centro de París, lugar altamente simbólico donde algunos de ellos se dedicarán al consumo de música, comida, alta costura, videojuegos… como si hubieran salido de paseo. La película es inquietante por su pesimismo extremo, en el que al sin salida del hiperconsumo parece oponérsele el sin salida del terror ciego. Hasta que llega el sin salida de la represión despiadada, y el círculo se cierra.
En 1968, el sociólogo Roberto Carri escribió el que resultaría su único libro, Isidro Velázquez: formas prerrevolucionarias de la violencia, dedicado al salteador del título, de origen correntino y asesinado por la policía el año anterior. Cuatro años más tarde, Pablo Szir dirigió el docudrama Los Velázquez, sobre guión escrito junto a Lita Stantic y basado en el libro de Carri. La película se completó pero la desaparición de Szir impidió su estreno. Varias décadas más tarde, Albertina Carri tuvo la idea de filmar su propia película sobre los Velázquez (Isidro formó una banda junto a su hermano Claudio y a Vicente Gauna), pero finalmente desistió, optando por realizar, en su lugar, un film que contara todas esas historias yuxtapuestas. Ese film es Cuatreros, su regreso al cine después de ocho años (La rabia, 2008), que se presenta en Competencia Latinoamericana de Mar del Plata. 
La etiqueta de “film-ensayo” le cae como un sayo a Cuatreros. El off, asumido por la propia Carri, se ve contrapunteado por las imágenes más disímiles, que no sólo se agrupan en el cuadro de a tres o cuatro sino que están lo más lejos posible de “ilustrar” en forma directa lo que aquél narra, permitiéndose toda clase de digresiones, disyunciones y salidas de tono (fragmentos de films mudos, expediciones a tierras exóticas, pequeñas obsesiones, interludios cómicos o extravagantes). El off, en el que el relato de Carri, de tono coloquial, corre a velocidad galopante, acumula historias, anécdotas, recuerdos, intimidades, reflexiones e impresiones subjetivas, oscilando –dado su volumen y ultrarrapidez– entre lo encantador y lo abrumador. Sin ninguna duda Cuatreros es un objeto anómalo e inspirado. Lo que es difícil es que el espectador retenga muchos de los datos que esta máquina a propulsión rotatoria dispara en 83 minutos.
Todo un clásico de Mar del Plata, que lo lanzó al estrellato del cine independiente con Vil romance (presentada en la edición 2008), José Celestino Campusano venía últimamente con el rumbo cambiado. Tanto su western quilmeño El Perro Molina (2014) como las fallidísimas Placer y martirio y El arrullo de la araña (ambas del 2015) mostraban al otrora gran narrador de la violencia conurbana con todos sus defectos aumentados, y ninguna de sus virtudes. Buena noticia: en El sacrificio de Nehuén Puyelli, también parte de la Competencia Latinoamericana, a Campusano se lo ve recuperado. Recuperado quiere decir regresado a sus virtudes, con el infaltable toquecito de sus hasta ahora inamovibles defectos. Como El Perro Molina, El sacrificio de Nehuén Puyelli es un Campusano de ambiente rural, a diferencia de la selva urbana que siempre caracterizó el núcleo de su cine. Ahora el realizador de Fango se fue bien lejos, al sur patagónico precordillerano. La zona de Esquel, según cuenta el propio realizador en el catálogo. Se diría que los actores se reparten, por la impresión que da, entre no profesionales y actores poco conocidos. Hay un sanador de sangre mapuche al que la policía de la zona manda a la cárcel, un capanga finoli, al servicio de un estanciero, que también va a parar allí, y un líder de los presos que quiere irse. La prisión, emblema del exterior, parece una olla a punto de explotar, y eso es lo que va a pasar.
Como de costumbre, el comienzo es lo más difícil de sobrellevar, con actores rígidos recitando diálogos sobreescritos. Pero las fuentes de conflicto comienzan a reproducirse como hongos en día de lluvia, y la película empieza a crecer con la fuerza de la fatalidad. Y ya no para. Es notable la forma en que Campusano multiplica los frentes de guerra, con odios entre “indios” y blancos, chilenos y argentinos, norteños y sureños, patrones y trabajadores, presos y guardias. Suele desprenderse de sus películas una sensación de todos contra todos, y El sacrificio de Nehuén Puyelli está lejos de ser la excepción. La novedad es, en tal caso, la prolijidad con que la película está filmada, fotografiada y montada, incluyendo algunos travellings, y uno en redondo alrededor de un grupo, que hubieran sido impensables en el primer Campusano. Sólo faltaría que el realizador dejara a sus actores expresarse un poco más con sus propias palabras para que su cine diera un nuevo salto de calidad.

Nocturama se verá hoy a las 16.20 en el Auditorium; Cuatreros, a las 16 en el Cinema 1; El sacrificio de Nehuén Puyelli, mañana a las 16 en el Cinema 1.