Dos meses pasaron desde que Alex Caniggia mostró su cara luego de una operación estética, con la que engrosó y reestructuró su mandíbula. Lo que algunos llaman “estética” podría pensarse también como intervención de reafirmación de género y, así como él, también las ha tenido el actor estadounidense Zac Efron, clásico twink devenido daddy, a través de terapias de testosterona y horas de gimnasio. El magnate Elon Musk, por su parte, sabe de operaciones para limar rasgos asiáticos e implantarse cabello. Felipe Pettinato, intentó parecerse a Michael Jackson y éste, “ser menos negro” (¿o más blanco?). Para muchas masculinidades, querer ser “más y mejor” (de lo que se supone que son) implica el mismo tiempo, dinero y energía que otras personas invierten en ser todo lo contrario. ¿Cómo se relacionan la estética, la masculinidad y el poder y por qué es tan adictivo estar duro en testosterona?

“¡Qué facha, mirá esa mandíbula! Gracias a mi amigo el uno y los unos con los unos, la mandíbula del emperador, te re cabió Zac Efron, Brad Pitt, Tom Cruise”, dijo Caniggia en la story de Instagram donde dio a conocer sus cambios. Así, cataloga a los famosos hombres de la farándula internacional como “los unos”, “los primeros”, en una suerte de paralelismo con el concepto romano de princeps —el príncipe, el primer ciudadano—. Dos mil años después de que Octavio Augusto recibiera ese título por sus andanzas políticas y militares, Alex se autocorona de una manera distinta, pero simbólicamente similar: él es “el más pijudo” y ahora puede probarlo con una gruesa mandíbula.

Mandibuleando

Llama la atención cómo Caniggia se autopercibe el más pijudo, cómo es un discurso sobre sí mismo, una identidad que esgrime y comunica constantemente buscando que les otres lo vean así, tal cual él se ve. “Hay que entender algo sobre la autopercepción y es que todas las personas se autoperciben, por ejemplo en su género, sean cis o sean trans. Aún así, sólo se les pregunta a las personas trans cómo se autoperciben, aunque por definición todo género es autopercibido”, dice Ramiro Garzaniti Licenciado en Psicología y docente de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) que investiga, entre otros temas, la homosociabilidad en aplicaciones de levante.

No es la masculinidad eso que él intenta demostrar, sino un tipo específico de ella, esa que lo hace destacarse, “ser el mejor, el más pijudo, el primero y el uno”. “Esto deja en evidencia el carácter prostético del género; no sólo se basa en la performance, como diría Judith Butler, y que es algo que él cumple (la manera de hablar, de vestirse, de comportarse) sino también en lo que hace hincapié Paul Preciado cuando dice que hay elementos materiales, más concretos que sirven a la performance del género”, describe Eva Navarro, filósofa transfeminista y militante de la Secretaría Académica de la FALGBT.

Pero si él ya se agencia como varón, goza de sus privilegios, es percibido como tal y está prácticamente blindado a cualquier cuestionamiento sobre esta cuestión, ¿desde dónde entender las motivaciones para buscar reafirmar “su mayor y mejor masculinidad”?

Machos Alfa

Natalie Wynn es una creadora trans de contenido a quien el New York Times presentó alguna vez como la “youtuber que desradicalizó a la juventud de derecha” de Estados Unidos. Hace cuatro años en su canal de Youtube, Contrapoints, difundió un video-informe donde se permite analizar una comunidad de internet autodenominada Incels. Esta palabra se introdujo en los 90, en un blog llamado Alana’s Involuntary Celibacy Project (El Proyecto de Celibato Involuntario de Alana) donde Alana, su autor, contaba su infortunio al no poder conectarse con el sexo opuesto.

A través de estos últimos años los incels fueron generando una comunidad —formada mayoritariamente por varones hetero-cis— basada en parte en la supuesta imposibilidad de sus participantes de materializar relaciones sexo-afectivas. Gran parte de los tiroteos en masa de los últimos años en Estados Unidos fueron protagonizados por integrantes de foros incels, donde habían comunicado de antemano que los llevarían a cabo. Wynn, expone dos pilares fundamentales del discurso incel: cómo cataloga los cuerpos y su aspecto esencialista y catastrófico.

Con un lenguaje médico-científico mezclado con ciencia ficción, los incels atribuyen su celibato a rasgos físicos como el tamaño de sus muñecas, su tipo de piel, su altura y, en gran medida, la forma de su cráneo. Así, aquellos que no tengan, por ejemplo, la mandíbula cuadrada, grande y fuerte están condenados a ser inferiores a los hombres que sí la tienen (los chads), quienes “tomarán a todas las mujeres como propias y no permitirán que ellos, incels inferiores, obtengan ninguna”.

¿Acaso hay diferencia entre ser un chad y ser el más pijudo? También los incels ven en sí mismos la necesidad de transformar y conseguir elementos prostéticos que sostengan su performance de género y masculinidad, incluso si esto es, solamente, modificar la puntita del mentón. Pero, ¿es esto condenable? Garzaniti contesta: “Mientras esto sea egosintónico, es decir, que vaya en sintonía con uno mismo y no destruya al mundo ni al propio ser, no es patológico. Así como existen intervenciones para agrandar la mandíbula y ser más masculino, también las hay para achicarla y ser más femenina, utilizadas por muchas chicas trans. ¿Por qué estaría mal una y no la otra?”.

¿Cómo se atreven?

Evan, militante trans, explica el caso particular de las hormonas, las operaciones y el deporte: “En el mundo fitness uno de los argumentos que más usan para tratar que la gente trans no compita en categorías deportivas es el de los niveles de hormonas. Pero una persona trans que se hormoniza lo hace para que sus niveles estén a la misma altura que una persona cis, en cambio, una persona cis que se hormoniza en deportes lo hace para subir sus niveles por encima de lo normal”.

Además, en relación a las cirugías, Eva Navarro afirma que “siempre se escucha el argumento de las mutilaciones: “¿Cómo se van a mutilar el cuerpo para ser del otro género?” Y en realidad todes estamos constantemente interviniendo el cuerpo, a distintos niveles”. Y ejemplifica: “Un tatuaje, un piercing, píldoras anticonceptivas, cremas dentales blanqueadoras, son intervenciones”. Uno de los aspectos del caso que ella destaca es que la perfo cis-masculina apela mucho a la naturalidad, a lo dado, a ser un “macho viril de nacimiento”. Pero en historias como las de Caniggia vemos cómo se hace alarde de la cirugía estética, que es una práctica culturalmente asociada en general a lo femenino. “Forma parte de las estrategias corporales que uno toma para agenciarse genéricamente”, dice.

Por su parte, Evan explica que en Argentina acceder al tipo de cirugías que están contempladas en la Ley de Identidad de Género es “simple” pero puede implicar obstáculos según el caso. Cuenta que sólo basta ir a un endocrinólogo, que las obras sociales y prepagas no deberían poder anteponer ninguna traba y que también el Estado debe proveerlas. Sin embargo, advierte que el sector privado suele dar muchas vueltas y en el sector público las listas de espera son larguísimas. Además, algunos costos —como la internación— suelen correr por cuenta de la persona que solicita la cirugía. “La ley dice que todo el mundo puede, pero la realidad económica demuestra que no siempre es así”, reflexiona Evan.

Muchas veces aquello prostético del género se transforma en un bien accesible para pocos (como en los casos de Caniggia, Efron, Musk, Jackson) y además de pensarlo como significante identitario deberíamos agregarle la dimensión de clase: no se engrosan la mandíbula por ser varones, lo hacen porque son varones que pueden costearlo. Son masculinidades V.I.P.

Ramiro esboza una relación entre estética-género-clase y cómo afecta distintos mundos: “Hay mujeres trans que se hacen intervenciones en muchos casos dañinas, no por que las cirugías en sí lo sean, sino porque no tienen más opción que recurrir a lugares no óptimos para hacerlas. Pero, con las distancias del caso, podríamos decir que el patriarcado tambien tiene efectos en los hombres, incluso cis, que se ven influenciados por los estándares fijos de belleza que la sociedad explicita”.

Duros de testosterona

Así como la masculinidad no es una sola, podemos decir que además, distintas clases sociales la verán de distintas maneras. No es la misma perfo de masculinidad la que hace Caniggia que la que hace un adolescente marginalizado del conurbano, que a su vez es diferente a la de un joven adulto del Impenetrable Chaqueño.

No todas las masculinidades (por no decir casi ninguna) se operarían la mandíbula, simplemente porque no tienen los medios para costearla, y justamente esto genera perfos de masculinidad que no dependen de lo prostético, sino con formas de lo performativo, a veces ligadas, a la violencia, o las ideas de “firmeza” o “coraje”. El género y el sex appeal pasan por ahí y los despliegues prostéticos van a ser más restringidos. Ciertamente, en esos casos, no se va a recurrir a una operación de rostro, pero sí al gimnasio y algún que otro tatuaje: cosas más accesibles.

La noción de prótesis aquí se complejiza y podemos entenderla a través de otras categorías como la de la vigorexia: “Es una adicción a cuidar mucho el cuerpo desde lo estético. Un vigoréxico es alguien que podría estar todo el día en el gimnasio y buscaría inyectarse anabólicos, cuidar cada miligramo de lo que come, etc”, explica el docente de la UNLP, Ramiro Garzaniti. Un simple tatuaje de El Diego o unos pectorales definidos son igual de prostéticos —y por lo tanto capitalizables, comercializables, accesibles a través de dinero, un lujo— que una reconstrucción de rostro, pero mucho más costeables.

¿Más grandes, gruesos y mejores?

Conseguir las intervenciones más exclusivas o los elementos materiales más lujosos que apoyen la perfo de género permite diferenciarse de otres y habilita un “porongueo”. Así se refiere a ello la filósofa Eva Navarro: “Es una muestra de poder. En general, la riqueza y el poderío va acompañado de un despliegue estético. Aunque no se subscribe únicamente en las masculindades, porque en general las mujeres cis lo hacen (liftings, operaciones, maquillaje). Lo que sí es novedoso es que lo haga un varón cis como Caniggia”.

Es novedoso teniendo en cuenta cómo, hace pocos años atrás, los hombres que, por ejemplo, usaban protector solar eran llamados metrosexuales de manera despectiva pero hoy, la industria de cosmética masculina marca picos de ventas históricos. Claro está que las “rutinas de cuidado” se llaman “rutinas de maximización de piel” y los delineadores de ojos se llaman “guyliners”. Hay que ser bellos, pero masculinamente bellos.

Por esto, es inocente pensar que una cirugía como la de Caniggia —y el orgullo con el que la exhibe— algo tiene que ver con una "deconstrucción" del género sino más bien con una apropiación de la masculinidad hegemónica, clasista y elitista de esos elementos de cuidado del cuerpo que están intrínsecamente relacionados con una cuestión de acceso al capital.

Privilegios y caricaturas

¿La relación entre dinero e independencia de la mirada del otre no debería ser inversamente proporcional? “No dejan de ser cuerpos que existen en el marco de una economía visual. Al tener acceso a eso (cirugías, gimnasio, modificaciones corporales, cosmética), es comprensible que lo hagan”, responde Navarro.

Una década atrás, Ricardo Fort, otro hijo de padre rico, inundaba la televisión argentina. Víctima y caricatura de los mismos estándares de masculinidad que Alex, Ricardo marcaba en el prime time una diferencia para nada despreciable: él quería por sobre todas las cosas ser un artista reconocido, no el más pijudo. Incluso en sus expresiones de machismo más recalcitrante, Fort no dudaba en vestirse de Rey León o cantar Bad Romance con tal de entretener y ser aplaudido.

En suma: la plata no puede comprarlo todo, aunque ayuda a conseguir bastante. Ya sea el aprecio del público o la categoría de pijudo, las maneras que se tienen de agenciarse para alcanzarlo colaboran —o no— para que podamos reivindicar o condenar los objetivos. Fort, devenido comandante, también supo de cirugías para tonificar musculación, agrandar mandíbulas o elevar talones y las tuvo más que Caniggia, pero su cuerpo era un monumento camp a la masculinidad hegemónica, no su caballito de batalla.

Son anecdóticas las operaciones que Caniggia pueda o no hacerse, pero su “porongueo” deja un mal sabor en boca. Tal vez pueda pensarse a través de esta frase del aclamado director, John Waters: “Para entender el mal gusto uno debe tener uno excelente. Un buen mal gusto puede marear creativamente pero, al mismo tiempo, atraer un sentido del humor retorcido y único, que es de todo menos universal”.