Se puede ver por estos días, en Netflix, la adaptación de El amante de Lady Chatterley de D. H. Lawrence, película británica de la directora francesa Laure de Clermont- Tonnerre, que ofrece una visión progresista y feminista de uno de los libros más famosos por el escándalo que lo acompañó y las prohibiciones a las que fue sometido y que se hicieron extensivas a otras obras de su autor, incluyendo sus pinturas. Las escenas eróticas entre la esposa del amo que quedó paralítico y el guardabosques que refleja la obra de Clermont- Tonnerre con aires pastoriles, traducen a medias la sensualidad originaria de las novelas de D. H. Lawrence, pero el clivaje feminista es un acierto, ya que a pesar de forzar alteraciones en la trama, sobre todo en los momentos de cierre, reivindica a un autor que desde los tiempos de Virginia Woolf fue injustamente “acusado” de machismo, aunque no se usara ese término específicamente, sobre todo, porque se consideraba que su perspectiva sobre el rol de las mujeres en los vínculos, las dejaba un tanto mal paradas, al ser presentadas siempre como conflictivas, maliciosas o egoístas en sus afectos, cuando no adúlteras. Podría decirse en defensa de Lawrence que, en sus libros, las mujeres son complejas y -sí- amenazantes para los varones, pero esa complejidad es mucho más relevante que el fantasma de la inferioridad de la mujer, que por otra parte no era una invención de Lawrence sino de la sociedad en la que escribió y fue prohibido con ahínco.

De todos modos, lo dicho hasta aquí es un marco de actualidad y agenda para presentar El pavo real blanco, la primera novela de D. H. Lawrence rescatada por Adriana Hidalgo/ A. hache en hermosa edición y con gran traducción de Patricia Scott.

Descartemos para abordarla el concepto de “primera novela” como precuela de Mujeres enamoradas o El amante de Lady Chatterley y tomemos simplemente el dato de que estamos leyendo un voluminoso –y ambicioso- proyecto literario escrito en los años de juventud del autor, publicada en 1911 y donde parece entrar todo un universo –suyo propio y a la vez mundo real, objetivo- que se ofrece, se derrama ante los ojos del lector, desde una apertura fascinante con respecto a la visión de la naturaleza (descripciones embriagadoras de flores y paisajes en primer plano) hasta los capítulos finales donde los derroteros de los jovencísimos personajes del comienzo –George, Lettie, Cyril, Emily, Leslie, Meg- van redondeando sus destinos unos quince años después.

¿De qué se trata El pavo real blanco? En principio, podría decirse, de las ilusiones precoces y de su no menos precoz pérdida por los recodos del tiempo y las convenciones sociales. Situada en el valle de Nethermere, un paisaje rural idílico entre ríos, lagunas, bosques y montañas, las brutalidades de la vida en una granja se combinan con sutilezas de artes plásticas y poesía, los personajes son engañosamente convencionales y espontáneos al mismo tiempo, duros y flexibles; Cyril, el narrador, discreto testigo de todo lo que sucede, de lo dicho y hasta de lo no dicho, resume estas líneas en cada escena, en cada momento, a partir de una práctica constante de la fusión en el punto de vista y de la noción de ciclos de la naturaleza que se trasladan a la estructura de la novela.

Una de las más notables sorpresas de El pavo real blanco es la composición diáfana y hermética a la vez, una sucesión de cuentos que se van engarzando en los capítulos de la novela, muy a la manera joyceana de Dublineses, con el que este libro revela más de una afinidad secreta. Sí hay aires netos de las novelas de bosque de Thomas Hardy y un diálogo tal vez inesperado con Maurice de E. M. Forster, que se escribiría por esos años, pero se publicó recién en 1970.

George, un alma insondable en un cuerpo rústico e inconscientemente hermoso, ama a Lettie pero, por una mezcla de orgullo e indolencia, no peleará por ese amor y verá finalmente cómo ella consuma su matrimonio con el envarado Leslie –futuro político conservador- para dedicarse a la crianza de los hijos. La maternidad, en Lawrence, vuelve a las mujeres poderosas e invulnerables. Cyril, hermano de Lettie, íntimo amigo de George, verá cómo se va haciendo y deshaciendo el caleidoscopio de estos vínculos, inclusive su propio amor sensual por George, amor entre varones diseminado en una inclaudicable amistad.

Novela escrita a lo largo de varios años, ensimismada en su decisión de presentar algo más que romanticismo residual, a caballo entre el impresionismo y el modernismo, interesada en condensar tópicos de una suerte de programa de filosofía íntima donde la naturaleza sea el marco para que el hombre se encuentre cara a cara con su ser y paradójicamente también sea el motor que lo expulsa a los brazos de la cultura; en este sentido, el momento culminante, quizás, es cuando Cyril se enfrenta ante “la enorme e incomprensible escritura del poema de Londres”. Si de los paisajes y las flores emana la inercia y la belleza salvaje de lo que muere y se renueva todo el tiempo con cruel indiferencia, la vida y la muerte en la ciudad es ya materia mucho más opaca y misteriosa. Pero no menos atractiva.

“Comencé a amar la ciudad. Durante la mañana, disfrutaba de moverme en la procesión sin rumbo de la calle, observaba los rostros acercarse, con repentinas miradas a los ojos; miraba las bocas de las mujeres abrirse para hablar mientras pasaban, los sutiles movimientos de los hombros varoniles debajo de sus abrigos y la calidez desnuda de los cuellos que pasaban brillantes a lo largo de la calle. Amaba intensamente la ciudad por su movimiento de hombres y mujeres, el repentino destello de ojos y labios al pasar. Entre todos los rostros de la calle, mi atención vagaba como una abeja que trepa borracha entre las flores azules. Me intoxiqué con el extraño néctar que absorbía de los ojos de los transeúntes”.

Empiezan entonces los interrogantes de la cultura. Mientras todos se deshacen en matrimonios, dinero y posición social, entre bebés y botellas de whisky, parece trazarse el camino del escritor como el nuevo testigo de la multitud, la nueva sensualidad.

Claro que El pavo real blanco fue solo el comienzo de Lawrence, pero a la distancia, asoma, no sin la timidez de la juventud, por detrás de las sombras omnipresentes de Joyce y Woolf para pedir su lugar como lo que es: una novela extraordinaria.