Por estos días aparece una historia de la que habla todo el país, y que un medio de comunicación hegemónico ha intentado ofrecer a través de una burda operación para instalar el tema de la baja de la edad de imputabilidad, haciendo campaña para el actual gobierno quien propicia una solución mágica al problema de la inseguridad de los “menores”, a través de la baja de la edad de punibilidad. La televisación –en horario prime time– de la imagen de un niño de 11 años que vive en las barriadas de Lanús, exponiendo ante una cámara oculta sus supuestas andanzas delincuenciales, son el teatro necesario que ofrece la demagogia punitiva reinante para desatar todos los odios, los ánimos de exterminio de una cloaca interactiva y que gran parte de la vecinocracia argentina consume con indignación para tapar los verdaderos problemas sociales y económicos que azotan al país desde hace meses. 

El video de este niño es una pieza de análisis semiológico-político, pues el contorno que se visualiza deja ver al fondo la presencia de una zona liberada a un pequeño cuerpo y el lenguaje del periodista que lo interroga. No hay azar. Hay un formato de edición de la entrevista que la cámara captura y apunta a la violencia. Lo siniestro del corte es la incomodidad forzada en el niño que habla en su delirio fantástico delincuencial, quien quiere dejar conforme al entrevistador con la fábula de libreto o chamuyada del pequeño demonio homicida.

La presencia conminatoria de la imagen se presume latente con solo ver el video en sus pocos minutos. Hay algo siniestro, del orden de lo ominoso (Unheimlich, diría Freud) que subyace toda la entrevista y presiona las imágenes como un agujero negro que absorbe la vulnerabilidad de un niño y la transforma en pura captura: en “algo” que está siendo hablado por “otro” y no es el niño que habla. Es “el otro” el que habla. La respuesta tabulada a la pregunta del otro que domina la escena, que apunta y obtura desde algún lado que no vemos (Caché).

Me refiero al reclutador. La carta robada. Lo evidente pero no. El reclutador es la policía o la carta robada. Es la policía la que hace jugar, como el gato al ratón capturado, lo deja moverse. Es la policía que está detrás en su patrullero estacionado (vemos el patrullero). Recordemos que el niño de 11 no sabe que hay una cámara que lo filma. Recordemos que el niño tiene varios ingresos en las Comisarías de la zona y está marcado.

Más allá de la violación de todos los estándares de derechos humanos sobre la cuestión puntual del sistema protectorio de la niñez, tanto del periodismo como de la policía. El dominador digita, marca los tiempos, está detrás de la cámara. Regula. Es la zona liberada para que PPT y su producción se muevan tranquilos. No la vemos, pero está todo el tiempo ahí, como el gran hermano de la escena. Son la Bonaerense y un Monopolio mediático asociados, contra un pibe pobre de 11 años.

Sabemos del deporte de la Policía de la provincia de Buenos Aires, es el de aprovechar la infancia vulnerable, el vitalismo de los pibes silvestres en su favor, y hacer negocios espurios sobre sus cuerpos y almas. No todos los pibes caen, pero los que entran en ese círculo de violencia institucional, difícilmente puedan salir. El control, vigilancia y dominio de muchos niños pobres, su puesta a disposición del delito es –muchas veces– parte de su forma de regulación de los territorios. Por eso la historia de este niño debe leerse como parte de un intento de forzar-doblegar su voluntad y su cuerpo (al igual que a otros pibes) de ser reducido. Los niños y adolescentes más vulnerables, los que están a la deriva y boyan (por omisión completa de todos los órganos encargados de protegerlos) son el reflujo que permite la trata policial sobre sus cuerpos y almas. Es decir, una cobertura indicativa, tácita o explícita que a cambio de muy poco, les brinda tareas, transacciones, y a la larga los deshecha vía cárcel o ejecución extrajudicial.

En el 2008 se denunció públicamente que en la Provincia de Buenos Aires los niños y adolescentes eran instrumento de organizaciones criminales, incluyendo a la policía bonaerense que los usaba como mano de obra barata descartable. Luego de agudas críticas del entonces Ministro de Seguridad, el actual Fiscal Carlos Stornelli, poco antes de su renuncia, reconoció ante la justicia aquella hipótesis.

No digo ni afirmo aquí que este niño sea efectivamente un pibe reclutado para cometer delitos. Digo que está en condiciones de poder serlo y que fue forzado a entrar en una escena en la que si no fuese vulnerado-vulnerable, nunca hubiera entrado para ser expuesto. Las imágenes del niño exponen una realidad lacerante para la infancia de estos días. Tan solo una muestra. En solo un día, tres adolescentes fueron fusilados. Dos por la espalda, uno a través de una cámara.

* Ex defensor penal juvenil.