Una moda es simplemente una forma de fealdad tan absolutamente insoportable, que tenemos que modificarla cada seis meses”, dijo alguna vez el escritor Oscar Wilde, un conocedor profundo de las tendencias de la Inglaterra victoriana, con una mirada sensible sobre la tiranía aspiracional de las tendencias. La moda, uno de los fenómenos sociales más dictatoriales, pretenciosos y fascinantes de la cultura popular, tiene un ciclo de 20 años. Cada dos décadas las prendas, accesorios y combinaciones que antes causaban obsesión, luego repulsión y hasta vergüenza ajena, vuelven al ruedo. El proceso de masificación es lento pero constante, y va desde las pasarelas de la alta costura a los percheros de Avellaneda al cabo de una temporada.

Por eso, no es de extrañar que hace unos años empezamos a vislumbrar, a lo lejos, el comeback de dos tendencias dosmileras que zanjaron (la zanja) y la subjetividad de millones de adolescentes y sus vínculos con sus cuerpos en los albores del milenio. Al principio muchxs nos resistimos a su regreso; sin embargo, sabíamos que era inevitable. Sobre todo cuando influencers como Kylie Jenner (la más chica del clan Kardashian), las Hadid, Hailey Bieber o las regionales Tini Stoessel o Lali empezaron a llevarlos en sus outfits de Instagram.

Sí, estamos hablando del infame tiro bajo. Y en menor medida (como una continuación lógica) las bombachas de bikinis ultra angostas. En definitiva: dos prendas que ponen la lupa en dos áreas entendidas, popularmente, como problemáticas y definitorias de la belleza; comprendida en términos hegemónicos, claro. O estás de un lado o del otro de la mecha: o tenés panza flaca para usar el tiro bajo o “no te da el cuerpo”. Pero ahora, ¡aún hay más! O tenés la vulva tamaño Barbie para subirte esas tangas que apenas cubren los labios o, si sos modelo, no queda otra: hay que editarla con fotoshop. Así es: ninguna región de los cuerpos leídos como femeninos está exenta de un escrutinio cada vez más inquisidor; ni siquiera la protuberancia visible del papo que se marca, inevitablemente, con la malla.

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Quienes vivieron su infancia y adolescencia a principios de los 2000, (como esta cronista) recordarán algunas de estas tendencias que se replicaban hasta el infinito en la pantalla de aire, MTV, Much Music, las revistas tipo Para Teens o Rebelde Way; o los videoclips de estrellas pop, que iban desde Gwen Stefany hasta la coterránea Daniela Herrero. Las Bandana, que usaban el accesorio homónimo que fue furor entre las teens; los collarcitos adornados con chupetes de plástico; las hebillitas y miles de colitas en el pelo; las remeras de un solo hombro o combinaciones de colores que aún generan escozor, como el marrón y el rosa (crueldad estética) o el polémico verde manzana con turquesa: los tonos que decoraban enteramente la habitación de quien escribe.

Sin embargo, de todas esas tendencias dosmileras que también hicieron mella en el maquillaje, como los frozen eyes (sombra de ojos tornasolada) o los labios ultra delineados con cejas muy finas, (a lo Pamela Anderson), una fue realmente icónica: un verdadero reseteo cultural. Estamos hablando, como ya dijimos, del tiro bajo. Los pantalones a la cadera que apenas cubrían la frontera entre el vello púbico y la panza y lindaban al filo de la raya del culo, no solo fueron una moda de los 2000, sino básicamente la única opción disponible de jeans y pantalones que había ese momento. Era eso o los sastre, muy populares entre adultas mayores pero que, naturalmente, causaban rechazo a la adolescentes que querían verse “cool” y sexys. No había intermedio. En los anaqueles era eso, o nada.

Sin embargo, esta tendencia no surgió de un repollo. La acentuación en la cadera fue y volvió a lo largo de los siglos, como se puede observar en el look charleston de los años 20. En los 60’s y los 70’s fueron furor en la cultura hippie y disco, y fueron lucidos por personajes como Cher, Jimmy Hendrix o Janis Joplin; hasta revivir a principios de los 2000 luego del reinado de lo que ahora conocemos como los “mom-jeans”: tiro alto y corte holgado. No es casual, a su vez, que en el 2008-2009, esa tendencia icónica de Britney Spears se haya saturado e, inmediatamente el tiro haya escalado hasta la garganta…haciendo que el tiro bajo sea inmediatamente algo outdated.

Sin embargo, como ya anticipamos al comienzo de esta nota, que está tomando el tono de un tratado, esta tendencia tenía una contracara problemática y hasta peligrosa. Así como los corsets que se usaban durante la colonia dificultaban la respiración y hasta movían órganos de lugar, el tiro bajo, de tanto apretar la panza, dejaba una marca indeleble por debajo de la cadera que todavía sigue en el cuerpo de miles de usuarixs. Se sostenían con magia y voluntad. Sentarse implicaba quedar como un plomero arreglando una tubería. Algunas recuerdan que empezaron a afeitar los vellos púbicos porque, naturalmente, estos jeans los dejaban al descubierto.

Sin embargo, lo verdaderamente tortuoso era que exponía la panza completamente; un área estigmatizada, si las hay. Quienes la tenían chata la presumían, claro. El resto, a la hora de sentarse en los pupitres de la escuela, no les quedaba otra que tapársela con un buzo sobre los mulsos, para evitar que sobresalgan los “flotadores”: una vergüenza que había que ocultar a como diera lugar. No hace falta decir que fue un resorte de TCAs para toda una generación, que hizo lo imposible (y lo más autolacerante),para calzárselos como Christina Aguilera o Lusiana Lopilato. El futuro ya llegó y, otra vez, hay que lidiar con sus implicancias. ¿Podrá el recorrido feminista, de la mano del activismo gordo, disputar estos sentidos?

Pero ahora no solo el tiro bajo obliga a panzas ultra chatas, sino que esas panzas se combinan con vulvas inexistentes, higiénicas, sin volumen; como lo muestra Kylie Jenner en sus redes. Las bikinis ultra angostas a lo Pamela Anderson o Yuyito González están resucitando de las penumbras en showrooms cool de Palermo con nombres tipo “bombacha Lola” o “Malla Ibiza”, designaciones genéricas de trajes de baño de 2 centímetros de diámetro en la parte frontal.

Sin embargo, como dice Bob Dylan, (aunque todo vuelve), los tiempos han cambiado. Las redes sociales proponen un terreno de convergencia colectiva para cuestionar estas tendencia. “Comodísima, solo se te ve la parte posterior del útero”, “Gracias por la idea, ahora sé qué hacer con los barbijos que me sobraron de la pandemia”, “Es solo usable para la cuca de la Barbie”, “En la primera ola me quedé con los labios al viento”, “La bombacha está pensada para que tomes sol en las partes que nunca pudiste hacerlo”, “¿Para cuándo la comodidad para estar en la playa? Estar incómodas para la pile o el mar ya pasó de moda”; son algunos de los más de 350 comentarios que dejaron usuarixs en un posteo de una bickini ultra cavada de la marca My Fair, que se transformó instantáneamente en un libro de quejas.

El problema no es si existen o no. No se trata de policiar tendencias o quienes las usen. El problema, como siempre, es que estas prendas solo vienen en tres talles: María Becerra, Lali Espósito o Tini Stoessel. Disparan hasta el infinito la presión por tener, una vez más, panzas ultra chatas y, ahora también, vulvas mega pequeñas. Vuelven, una vez más, a dividir aguas entre lo bello y lo vergonzoso, a poner la lupa sobre lxs cuerpos; sobre todo entre las sub 20. Y la pregunta que queda picando: ¿los varones también tienen que meterse al mar o caminar por la calle con prendas que apenas les tapan los vellos púbicos? Esta incógnita se responde sola.