Para ir a ese vínculo primero, para narrarlo pero también pensarlo y encontrar una forma escénica, ellas deben recurrir a la presencia. Pero esta convivencia en una escenario donde la instancia de representación queda eludida por la verdad de esa relación madre e hija también requiere de una serie de documentos. 

Las fotos que vislumbran otra época. Esa donde la madre era joven pero también esa otra donde la madre, la socióloga Eleonor Faur se muestra como hija en una foto que comparte con su madre y sus hermanas, señalan cambios en la crianza. Frente a lo impecable de esa imagen en Punta del Este donde descubrimos a una Eleonor Faur niña y esa otra donde Eleonor es una joven madre en un departamento de la Boca y Ana Minuíín es una bebé, la desprolijidad, la simultaneidad de movimientos que sugieren una atención puesta en mil lugares y cierto gesto desafiante construyen otro contexto.

Es que la generación de Eleanor Faur estableció una crítica sobre los modos de crianza que se plasmó concretamente en otra manera de llevar adelante el vínculo con sus hijas e hijos. En Revolución y algo rico para el postre Ana Minuíín y Eleonor Faur se muestran en una cercanía donde las diferencias pobladas de muchos acuerdos tienen lugar en escena a partir de la calidad de esos cuerpos. Ana tiene hoy 29 años, la edad que tenía Eleonor en esa foto donde Ana era una bebé. Esta obra de periodismo performático parece un work in progress porque su estructura es propia de ese vínculo real que las dos mujeres deciden llevar a escena. Si una performance es un acto inacabado mucho más lo es una relación madre e hija que está abierta, siempre a punto de ser transformada y cuestionada pero que también se sostiene en una afecto que aquí surge sin estridencias.

Hay algo de sociología de la maternidad en esta propuesta que se encuadra en el Laboratorio de Periodismo Pefrormático de Revista Anfibia y Casa Sofia que coordinan Lorena Vega y Cristian Alacrón, impregnada por el trabajo de Faur que es una reconocida intelectual feminista, atenta y estudiosa a las nociones de cuidado. El armado dramático integra una serie de videos que realizaron Ana (actriz y realizadora audiovisual) y Eleanor como un registro documental de otras madres e hijas. Una joven mujer plomera que cría sola a su pequeña hija, el testimonio de la mujer que durante años trabajó en la casa de Eleonor. Estos registros permiten un diálogo entre la escena, donde madre e hija asumen con una sinceridad riesgosa describirse, pensarse y conocerse, con otras realidades y sacan a esta obra de un planteo autorreferencial que podría haberlas atrapado en un cierta literalidad.

Cuando Eleanor relata la experiencia de Ana al frente del centro de estudiantes del Pellegrini, en la elección de los momentos de una vida, en ese montaje narrativo que las dos intérpretes propician, se construye un relato que va más allá de la intimidad. Las dos se piensan como seres sociales y políticos pero también se meten en la raíz biológica de la herencia cuando investigan sobre las afecciones del cuerpo. Cuando el dato de la enfermedad hereditaria aparece, lo que podría volverse destino se convierte casi en un desafío. El video en donde cada una resbala sobre un sillón blanco y baila es bellísimo, principalmente por el contraste que se establece entre lo discursivo y la imagen.

Revolución y algo rico para el postre no es testimonial ni descriptiva. La búsqueda está puesta en ensayar procedimientos donde ese vínculo pueda convertirse en una materia que se arma, se rompe y se vuelve a ligar y a inventar. La particularidad de las intérpretes discute el esencialismo sin necesidad de ser explícitas y a la vez impulsa a ver este vínculo como algo siempre en movimiento.

Revolución y algo rico para el postre se presenta este viernes y sábado a las 20 en Santos Dumont 4040