El Museo Nacional de Arte Oriental tiene una larga historia de idas y vueltas, de mudanzas y sedes temporarias. Pero desde el 8 de diciembre pasado se instaló en el tercer pabellón del segundo piso del Centro Cultural Borges (Viamonte 525), recientemente recuperado por el Ministerio de Cultura de la Nación, y el resultado de esta nueva itinerancia es digno de celebrarse. Poco antes de la pandemia la colección del MNAO (https://mnao.cultura.gob.ar/) había vuelto al público en un sector del Museo Nacional de Arte Decorativo, aunque la irrupción del covid-19 malogró los festejos. Casi tres años después, el MNAO encuentra un nuevo espacio –lo dirige Rocío Boffo- y una curaduría que aprovecha con buen criterio cada metro cuadrado a disposición.

El Museo se puede visitar de miércoles a domingos de 14 a 20. La muestra permanente tiene un enfoque claro y accesible: Aproximaciones a Oriente todo busca dar cuenta no sólo de cómo “es” Oriente (si acaso fuese posible sintetizarlo), sino también contrastarlo con cómo lo ven los ojos occidentales. El Museo exhibe ahora una parte de su patrimonio –que oscila entre las 3000 y las 4000 piezas originales de China, Japón, Corea, India, Egipto, Turquía, Armenia, la antigua Persia, Tíbet, Indonesia, Malasia, Tailandia, entre otros países-. Gran parte de esta colección se puede disfrutar, si no en cuerpo presente, en la digitalización y catálogo de CONAR (Colecciones Nacionales, en https://conar.senip.gob.ar/, una web más que recomendable para quienes aman cualquier disciplina artística). El acervo del museo incluye pinturas, esculturas, grabados, objetos de uso cotidiano, de culto, indumentaria, instrumentos musicales, juguetes, fotografías y mobiliario. Las que se exhiben al público en este momento son mayormente piezas de Japón y China, que no sólo tienen el mayor peso simbólico, sino que también son las culturas que atraen más curiosos, aunque no faltan piezas llamativas de otras tierras.

Del montaje de la muestra vale destacar que hay una selección de piezas que el público puede tocar. Esas piezas, que incluyen unos perros guardianes, un jarrón de más de un metro de alto y unos rollos de distintos tipos de tela, están debidamente señalizadas y permiten que la experiencia de visitar el Museo sea más pregnante. Ya no es sólo “ver” un kimono: poder apreciar al tacto la tela suma enormemente a la experiencia (y si además se accede a la actividad específica sobre vestuario japonés que se realiza algunas tardes, la cosa mejora más aún). Las tallas y miniaturas, que siempre causan admiración (el Museo Nacional de Bellas Artes también tiene algunas en su colección permanente), aquí se realzan con la puesta a disposición del visitante de un par de lupas de buen aumento. Además, todas las salas tienen uno o dos cuadernillos con explicaciones más profundas sobre el sentido de cada pieza en exhibición (disponibles en braile, también).

Por supuesto, algunas piezas son particularmente llamativas. La armadura japonesa de placas negras es bellísima y además está montada con katana y wakisashi en postura de combate. Imposible no impresionarse. También causa admiración el tambor coreano Janggu, o la “vasija del período de los tres reinos” (de China), el vaso japonés de la era Meiji, las estatuillas hindúes de Ganesha, Krishna y Hanuman, el Buda tailandés, la increíble Avalokiteshvara budista de bronce y oro (originaria del Tíbet), la langosta articulada hecha de marfil o el bellísimo gabinete –también del período Meiji japonés- hecho de madera, metal, piedras, nácar y marfil. A estos elementos –y otros- de la colección hay que sumar una pequeña muestra temporaria con intervenciones de artistas contemporáneos a partir de elementos tradicionales del arte oriental. La instalación de papel serigrafiado y calado llamada Siete vientos, de Johanna Wilhelm, es una bellísima experiencia, que se multiplica según el ángulo en que se mire, pues las sombras que proyecta en la pared que está detrás son pura poesía.

Históricamente, el Museo Nacional de Arte Oriental formó su patrimonio en base a legados, donaciones de coleccionistas particulares y de embajadas acreditadas en nuestro país y en mucha menor medida de compras directas. Además, por sus dificultades para encontrar sede propia, supo abrazar esa itinerancia y construir muestras que pudieran visitar otros puntos del territorio. Sin embargo, el reencuentro con una sede estable le permite desplegar un relato y proponer una idea al visitante. Un contacto con Oriente es posible y está ahí, tan al alcance de la mano, que a veces el público hasta lo puede tocar.