La economía bimonetaria es el reflejo de un doble poder de emisión que condiciona toda la política económica. La historia desde el Rodrigazo hasta aquí está plagada de corridas cambiarias cuyo objetivo ha sido el de disciplinar los actores económicos imponiendo recetas neoliberales.

"El genocidio reorganizador", en palabras de Daniel Feierstein, se diferencia de la represión convencional por el hecho de que la primera de las mencionadas modifica las prácticas y la percepción económica y política de la sociedad. Fue durante este período en el que el dólar se entronizó como reserva de valor desde el punto de vista subjetivo, dado que su cotización no sirve de cobertura de la tasa de inflación ni las oscilaciones de los ciclos económicos, como es la definición convencional de este concepto.

Entre enero del 2012, el inicio de las restricciones cambiarias del segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner y octubre del 2022, la cotización del tipo de cambio no reflejó ni en un solo mes la variación de la tasa de inflación. En los 130 meses de la serie se registraron 66 bajas y 64 alzas respecto de la tasa de inflación de las cuales 42 (20 bajas y 22 alzas) fueron superiores al 5 por ciento real. En un gráfico se vería como algo mucho más parecido al de un electrocardiograma de fuerza que al de una moneda que debería fungir como reserva de valor.

El poder mafioso

Rocco Carbone escribió en el portal Cohete a la Luna el 11 de diciembre pasado que la Revolución Rusa de 1905 tomó, entre otras cosas, la banca, la emisión de billetes y la de deuda pública como forma de ejercicio de un doble poder transitorio hasta que se defina su suerte, en este caso su derrota. El autor también señala que el poder mafioso, por el contrario, se enquista en forma permanente en el Estado amparándose en las zonas opacas que el mismo ofrece y digitando desde ahí todas las prácticas políticas.

La economía bimonetaria, implantada por la dictadura militar genocida, como eje de su propia continuidad, cuando la violencia física sea reemplazada por la económica, reconoce dos emisores: el Estado nacional que emite la moneda mala, y los sectores concentrados de la exportación y las finanzas que proporcionan la presunta reserva de valor.

Por ello es una ingenuidad la convocatoria previa a terminar con la economía bimonetaria que se enuncia desde las bienintencionadas usinas del colectivo nacional y popular. En primer lugar, porque el grupo político derechista que responde al comportamiento mafioso no es un interlocutor válido por su carácter subordinado, y en segundo lugar porque en la práctica no habría realmente con quien acordar dado que las características de este poder es su opacidad institucional y por tanto política.

Por el contrario, el llamado a consenso debe ser una etapa posterior a la implantación de un patrón monetario que contemple, entre otras cosas, una moneda única emitida por el Estado nacional para todas las transacciones internas, acompañado de una reforma financiera y una modificación de la ley de Administración Financiera que impida la emisión de deuda estatal en moneda extranjera.

Construir hegemonía

En términos gramscianos, la construcción de hegemonía reconoce dos etapas: la imposición de medidas coercitivas en el ejercicio del poder estatal, cuidando las formas democráticas, y la construcción del consenso a través de las prácticas de los agentes económicos lo que deriva no sólo en acuerdos políticos sino en, lo que es más importante, la naturalización de la nueva situación. De no ser así sería imposible explicar fenómenos como la acuñación o el reemplazo del oro por el papel moneda. 

La moneda estatal es, en términos de la teoría de la regulación, un instrumento político cuyo objetivo es la mediación de la violencia económica entre actores que se sitúan en polos opuestos de las transacciones de la vida cotidiana. Empresarios y trabajadores, compradores y vendedores, deudores y acreedores.

Aquí no aplica el aforismo del huevo y la gallina, sino la implantación de un círculo virtuoso donde el cambio de patrón monetario es el disparador de la construcción de una nueva hegemonía. De lo contrario, el colectivo político y económico será preso del chantaje de esta forma de poder mafiosa entronizada en el doble poder de emisión.