“El gobierno representativo surgió para negar la democracia. Ahora mismo, ante nuestros ojos, no hay democracia”, dijo la filósofa francesa Barbara Stiegler hacia el final de la presentación del libro Hay que adaptarse, un texto publicado conjuntamente por la editorial argentina La Cebra, la chilena Palinodia y la vasca Kaxilda que despliega una genealogía del neoliberalismo a partir de la relectura del debate entre los estadounidenses Walter Lippmann (1889-1974) y John Dewey (1859-1952) sobre el evolucionismo y, en especial, la hipótesis del retraso evolutivo o desadaptación de la humanidad al nuevo ambiente. “En la historia francesa hubo brotes democráticos muy fuertes en algunos momentos de la revolución francesa; Atenas fue una gran democracia que duró muchos años. La democracia no es el sueño de personas utópicas o ingenuas. Tenemos la palabra democracia, pero quizá sea imposible adquirirla de nuevo. Esa es la pregunta que nos hacemos”, agregó Stiegler, invitada por la Embajada de Francia y el Instituto Francés de Argentina.

Stiegler es profesora de filosofía política en la Universidad Montaigne de Burdeos y vicepresidenta del Comité de Ética del Hospital Universitario de Burdeos. Sus primeros trabajos se centraron en Friedrich Nietzsche, en su relación con la biología y el cuerpo. Como teórica del neoliberalismo –un campo de interés que fue derivando en el tema de la democracia--, destaca sus fuentes evolutivas por las que la especie humana debe aprender a vivir en un nuevo entorno y adaptarse mediante políticas de salud y educación dirigidas por expertos. La filósofa francesa piensa la historia y las evoluciones del neoliberalismo y se inscribe al mismo tiempo en la acción colectiva concreta, dos vertientes que no se articulan con frecuencia. Se ha manifestado con los chalecos amarillos, marchó con los trabajadores de la salud en defensa del hospital público y criticó la gestión neoliberal de la pandemia.

Alejandro Galliano, el autor ¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no? Breve manual de las ideas de izquierda para pensar el futuro (Siglo XX), presentó el libro de Stiegler y dialogó con la filósofa francesa en la librería Caburé. “Ni la tecnología ni el capitalismo producen discursos sobre la especie humana y su evolución. Detrás de la constante lamentación por nuestro supuesto retraso y detrás del llamado permanente a nuestra readaptación, este libro revela que existe otra cosa: un pensamiento político, a la vez poderoso y estructurado, que propone un relato bien articulado sobre el retraso de la especie humana y sobre su futuro”, explicó el docente en la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires. Galliano repasó el eclipse del darwinismo entre 1882 y 1930, que dio lugar el vitalismo (ortogénesis), el organicismo y el neolamarckismo, “donde se ubica el mal llamado darwinismo social” de Herbert Spencer, y cómo a partir de los años 30 del siglo pasado el darwinismo se revitaliza. En ese contexto de revitalización se produjo el debate entre Dewey y Lippmann, un ida y vuelta que se extendió entre 1913 y 1938. Mientras que Dewey sostiene la democracia participativa en nombre del pragmatismo, Lippman opta por una democracia delegativa. También mencionó que a fines de la década del 70, Michel Foucault, en sus cursos en el Collège de France, trató de problematizar la aparición del neoliberalismo, “pero se centra en el ordoliberalismo alemán, antinaturalista, y descuida la escuela austríaca y a Lippmann, más adeptos al darwinismo”.

Hay que adaptarse, traducido del francés por Javier Gorrais y Natalia Haydée Del Frari, encierra la genealogía del neoliberalismo de Lippmann, pero también incluye “una historia del neoliberalismo que no fue”, el de Dewey, según interpreta Galliano. “El artificio ordenador de Lippmann no va a ser el mercado, ni el Estado ni la inteligencia colectiva, sino el derecho y la readaptación forzada de las poblaciones”, fundamentó y precisó que Dewey confiaba la adaptación a la inteligencia colectiva. “Es cierto que Dewey defiende un nuevo liberalismo, pero está tan lejos del liberalismo clásico y del neoliberalismo que no podemos usar el término neoliberal para hablar de Dewey”, aclaró Stiegler y destacó que “todos los neoliberalismos tienen un punto en común y es que están al servicio de la globalización del capitalismo”. La filósofa francesa definió a Dewey como un socialista que considera que el capitalismo impide la democracia. “Es imposible verlo (a Dewey) como un neoliberalismo que no fue”. La autora añadió que “no es un libro sobre dos neoliberalismos, uno que ganó con Lippmann y uno que perdió con Dewey; el combate entre estos dos personajes es el combate entre el neoliberalismo y la democracia”, subrayó Stiegler y puntualizó que Dewey encarna “un nuevo pensamiento de la democracia ciento por ciento orientada contra el liberalismo clásico y los nuevos neoliberales”.

La filósofa francesa se refirió a la complejidad del pensamiento de Foucault, su cambio de posición con el tiempo y la polémica sobre si era liberal o no. “Lo que no entendí en Foucault es que le apasiona la biopolítica (a mí también), pero cuando conoce el neoliberalismo cree que no tiene nada que ver con la biopolítica y abandona todos las cuestiones de la vida, de la especie; cambió de tema. Esto es muy extraño porque cuando uno lee a neoliberales como Lippmann es obviamente una nueva era de la biopolítica infinitamente más autoritaria, lo cual me sirvió mucho para pensar estas medidas sumamente autoritarias que se tomaron en varios países en el contexto de la pandemia, con gobiernos neoliberales que desarrollaron infinitos discursos sobre la salud, la innovación médica, la evolución del virus”, comentó Stiegler y señaló que encontró en la gestión del presidente de Francia, Emmanuel Macron, “rasgos típicos” del neoliberalismo autoritario y la biopolítica también.

Galliano recordó que el debate entre Lippmann y Dewey tuvo como transfondo el ambiente industrial de los años 20 y 30. ¿Cómo resuena este debate en el medio digital en el que vivimos? “Es difícil hablar de digitalización para un libro que se sitúa entre 1913 y 1938. La revolución industrial es para Dewey aquello que surge cuando aparece la ciencia moderna y sus laboratorios. Para él la revolución industrial no es el siglo XIX sino el surgimiento de la tecnociencia. La ciencia entonces es una acción de transformación. En ese sentido, estamos todavía en la revolución industrial, por más que no se trate de una industria como se concebía en el siglo XVIII. Si Dewey estuviera hoy aquí presente, diría que seguimos en una era industrial”, conjeturó Stiegler y argumentó que Dewey veía “potencialidades inmensas” con el surgimiento de la revolución tecnocientífica porque siempre decía que “en un laboratorio que funciona no puede haber un jefe”, porque para él era necesariamente un colectivo de trabajo.

“Cuando se crean jerarquías, se destruye la ciencia; esa es su tesis -planteó Stiegler sobre la perspectiva de Dewey-. Para él mientras estemos en la tecnociencia, con auténticas innovaciones biotecnológicas, es porque la revolución industrial continúa su curso. El mundo del capitalismo desvía esas innovaciones en beneficio del lucro y eso se ve mucho hoy en la industria farmacéutica que nos vende innovaciones, pero que en realidad son productos especulativos que se lanzan al mercado”. La filósofa francesa opinó que la ciencia “está siendo destruida”. “Si destruimos definitivamente la ciencia, si destruimos el espíritu de laboratorio, entonces el pensamiento de Dewey será obsoleto. La tecnociencia y la digitalización es la ocasión de mayor inteligencia socializada y política, pero también puede ser la ocasión de una destrucción de la política y objeto de manipulación”, manifestó la autora de Hay que adaptarse. Dewey describía la destrucción de la ciencia por parte de las jerarquías sociales y del modelo capitalista. En el libro Democracia y Educación, publicado en 1908, explica cómo la carcasa capitalista pervierte el sentido del trabajo”.

Para poner en órbita Hay que adaptarse, Galliano ponderó la ubicuidad del libro y resumió que la obra “narra un debate norteamericano (el debate pragmatista), desde la perspectiva europea (la tradición biopolítica, la necesidad de repensar la Unión Europea), pero tiene interés para América Latina, en un momento de crisis de las experiencias progresistas y el furor por un neoliberalismo autoritario”. Stiegler coincidió que es una “historia de americanos” que se juega entre Nueva York y Chicago, a la que definió como “muy local” y ligada a cuestiones idiosincráticas estadounidenses como los textos de los padres fundadores. “Para mí que vengo de la filosofía alemana estaba completamente perdida con esos textos, ni siquiera dominaba el inglés, así que tuve que cambiar el universo y sumergirme en otro mundo”, reconoció, y subrayó que le parece “fascinante” que el debate pueda resonar en otras parte del mundo. “El libro justo salió en el momento en que aparecieron los chalecos amarillos en el espacio público y la revelación del carácter sumamente autoritario de nuestro gobierno. Se creyó que era un libro sobre Macron y los chalecos amarillos, cuando en realidad el libro lo había terminado dos años antes”, repasó Stiegler.

¿Qué impacto puede tener este libro en América Latina? “No lo sé, pero me interesa muchísimo el efecto que pueda tener la confrontación entre neoliberalismo y democracia y en particular el tema que hoy se convirtió en mi campo de trabajo, que ya no es en absoluto el neoliberalismo. Hoy en día mi centro de interés es la democracia y en particular la hipótesis de Dewey: cómo en países que han sido devastados por el neoliberalismo, como Francia, Chile, Argentina, cómo en un mundo tan estropeado por el neoliberalismo la democracia es posible”, afirmó Stiegler y comentó que tiene un espectáculo teatral sobre la democracia, titulado Democracia signo de exclamación, que se presentará en Francia, Bélgica y Suiza, una obra donde la protagonista es la democracia, pero también explicitó que un tema que está presente es el neoliberalismo y “lo que provoca en nosotros a diario en nuestra salud, en las universidades, en la vida política”.

“¿Qué clase de democracia se puede realizar si nos están escuchando todo el tiempo y nos están induciendo qué tenemos que pensar como si fuéramos borregos? ¿Cuál es la democracia que está pensando en ciudades cada vez más vigiladas?”, le preguntó un joven a la filósofa francesa. “No estoy segura de poder responder a esta pregunta difícil -admitió Stiegler-. En el espectáculo sobre la democracia lo que decimos es que no estamos en democracia. Explicamos que el régimen en el que vivimos en Francia no es una democracia sino un gobierno representativo. Ese es el nombre histórico del modelo, el gobierno representativo; es la idea de que hay que aceptar las elecciones con la condición de que los electores no ejerzan después ningún poder; conceden todo el poder a los elegidos porque esas autoridades electas son más inteligentes, tienen mejores diplomas universitarios y son más competentes. Esos son los textos de los padres fundadores estadounidenses. Son textos contra la democracia; un gobierno de las autoridades más competentes y superior. Obviamente ese gobierno representativo no es en absoluto representativo. En Francia tenemos cada vez más una plutocracia al servicio de un capitalismo financiero y digital. No son representativos, no son más competentes; muchos de ellos son ignorantes, vulgares y por eso hay una grave crisis del gobierno representativo. El gobierno representativo surgió para negar la democracia en Estados Unidos, pero también en Francia. Ahora mismo, ante nuestros ojos, no hay democracia”.