Dante Guarnieri era el tío inventor. Había inventado un aparatito para despertar a los camioneros que se quedaran dormidos manejando, un coordinador de semáforos que dejara pasar a las ambulancias, un dispositivo de correas y poleas que le permitía a una  persona impedida levantarse de la cama sin ayuda de nadie, entre otros muchos. Esos inventos le habían valido premios y menciones, pero nunca ventas y dinero. Encima de todo, su mujer ser hartó de él y lo echó de la casa (el tío siempre atribuyó ese hartazgo a la falta de éxito en el negocio de los inventos, pero sospecho que la señora estaría harta de algunas otras cosas también).

El tío Dante se sentía incomprendido. Tantos inventos menos útiles a la sociedad logrando el éxito y el dinero, y él sin lograr más que reconocimientos simbólicos. En esos tiempos de resentimiento y melancolía escribió una novela a la que tituló “Historia de una perrita abandonada”, y de subtítulo le puso “En la era de la mediocridad, yo también quiero estar”.

Confieso que de un tiempo a esta parte me he sentido como el tío Dante. ¿Por qué alguien que publica un libro, escrito muy más o menos, pero con un tema “muy actual”, consigue un adelanto de 80.000 dólares? Hay quienes, en nuestro país tan azotado por las crisis, han logrado la marca de tres millones de libros vendidos.

¿Qué tienen esos libros que venden tanto como para ameritar pases de una editorial pequeña a una grande, o de un grupo editorial a otro?

En mi barrio hay una librería hermosa, VUELVO AL SUR, que además tiene una librera que me deja llevarme libros y devolverlos si no me gustan. Le pedí que me prestara una cantidad de libros, argentinos y extranjeros, que hubieran vendido mucho.

Me propuse investigar de qué estaban hechos. Como diría Kung Fu Panda, cuál era el ingrediente secreto. Primero dejé de lado los inflados. Esos libros que no tienen más mérito que una gran campaña de prensa, o una serie de influencers cool que por motivos equis, deciden que un libro es más de lo que es. Así quedaron afuera Agujas Doradas (bien escrito, de una estructura muy simple, pero claramente lejos de ser una obra maestra) y La Paciente silenciosa (imposible de digerir, escrito con los muñones de un mono muerto). Con el resto hice mi trabajo práctico y llegué a una serie de conclusiones que me propongo compartir.

1. Primero, por supuesto, tienen un tema actual que esté en los diarios. Femicidio, aborto, veganismo, ambientalismo, etc. La contratapa del libro tiene que ser imbatible. Una sinopsis que permita enganchar a lectores que buscan un libro con una “trama trepidante” y también a quienes quieran trabajar en sus clases estos temas. Porque una clave para vender, según me dijo mi librera, es que los pidan en la escuela.

2. Tienen una estructura simple. En general comienzan con una escena in media res que abre un misterio. Luego viene la presentación de los personajes. Cada personaje entra en escena actuando de sí mismo, deslizando ya lo más importante de su característica y de su función. Después la historia se desarrolla siguiendo una cronología lineal y causal a lo Dickens (se cuenta desde el principio hasta el fin y cada evento se explica por el anterior y abre el siguiente).

Otra posibilidad es la de las voces. Un “relato coral” dirán las contratapas. Este recurso muchas veces se resuelve con la primera persona en una suerte de diario inverosímil. Otra estructura muy usada también es la del plop twist. En estos libros, la trama da un giro inesperado (o que se pretende inesperado) que provoca una sensación muy placentera de “estar en manos” del autor o autora.

3. Los clichés son una constante. Además de ser una manera más o menos sencilla de calificar a una obra de mala (a mayor cantidad de frases hechas, peor es la obra), parecen también cumplir otra función: la de introducirnos en un determinado clima literario. Mijail Bajtin, estructuralista ruso, ya explicó la función de los géneros discursivos. En principio encontró que toda actividad humana produce su propio género discursivo. Así, esas frases, palabras claves, expresiones, dan cuenta del grado de pertenencia a esa actividad. Están quienes no lo entienden, quienes lo entienden, pero no lo hablan, quienes lo hablan, y quienes lo hablan y lo producen. En estos libros, también podemos encontrar un género discursivo, tomado de las traducciones más comunes de libros de gran circulación. Encontré, por dar sólo un ejemplo de los muchos que leí en mi “investigación”, que un personaje se “echaba al coleto” una bebida. Esa expresión la hemos leído mil veces, sobre todo en traducciones de novelas negras de norteamericanos. Al leerla puede generar fastidio (como a mí) o una comodidad de sentirnos adentro de un universo conocido. Como ver una película de Hollywood que ya sabemos que no nos va a marcar la vida, pero que nos va a hacer pasar un lindo sábado de súper acción.

4. Otra constante es la de generar una sensación de empatía por mostrar una realidad conocida para quien lee. Esta sensación puede provocarse por, como decía en el punto anterior, por mostrar lugares que son habituales en nuestra cultura colonizada o lugares que conocemos porque vivimos ahí. El conurbano bonaerense es el escenario más visitado. Una suerte de “rock chabón” de la literatura, en la que los personajes hablan un slang vernáculo y profesan la filosofía del código tumbero. Este realismo nada mágico, de la realidad real, sirve también de guía turística para quienes conocen poco los barrios y las cárceles, ofreciéndoles siempre una larga fila de estereotipos tranquilizadores.

5. Otro gran punto es el de ser libros escritos por personajes, de la literatura o de otros lados. Las credenciales suelen provenir de ser la flor en el fango. De lugares de los que sólo debieron salir malas hierbas, surgen escritorxs que, por la vía de este oficio, logran tener éxito y reconocimiento. Así los ex presos (robos, secuestro extorsivo, presxs políticxs no cuentan), maestras del hondo bajo fondo, obreros de las tareas menos calificadas, madres de muchos hijxs, etc, tienen muchas posibilidades. También aplican lxs milintantes de causas justas (siempre un tema muy actual) y de la farándula. Lxs hijxs de desaparecidxs también tuvimos nuestro momento, pero ese momento ya pasó.

 

Mi investigación no pretende ser exhaustiva, y debe haber (hay) montones de textos y videos acerca de cómo escribir un libro y tener éxito de ventas. La pregunta es más bien, por qué no puedo hacer yo un libro que me saque de pobre. Aclaro, por si no oscurece, que no me creo una luminaria. Sólo sé que cuando trabajo lo hago pensando en prendimientos técnicos además de conectar con la imaginación y con mi subjetividad. Me ha salido bien, más o menos y también bastante bien. No encuentro límites éticos en escribir de cualquier otra manera: para gustos están los colores. Me da un poco de pena por la literatura, que sigue confundiéndose con “tener una buena historia”, pero la pena no paga la cuenta de la luz. Así que, como dijo el tío Dante, en la era de la mediocridad, yo también quiero estar y voy a hacer el intento. Con una receta de polvo para hacer bizcochuelos o una receta de Doña Petrona, voy a escribir un libro que me lance al estrellato de los adelantos gordos y los top ten de libros vendidos. La literatura puede esperar.