La cantidad de proyectos de vida que fueron diezmados por la dictadura cívico militar y, como abyecto corolario, la guerra de Malvinas, conforman la esencia de esta historia que Wilfredo van Broock fue escribiendo durante años, primero sobre la base de esa obsesión que todo escritor y escritora plasma en sus interminables borradores mentales y luego frenéticamente en cualquier papel, corrigiendo y volviendo a escribir, para terminar dando forma a Una vida por delante, su primera novela.

Todo comienza una mañana durante los años setenta cuando una familia a bordo de un Renault 12 decide dejar Tucumán para establecerse definitivamente en la Patagonia. Para el hombre que conduce por la ruta es el comienzo de una gran aventura en complicidad con su esposa embarazada; pero para el adolescente que va sentado atrás en compañía de sus hermanas, no es otra cosa que un viaje introspectivo en principio, existencial luego, hasta asumir una dimensión generacional, momento en el cual una voz poderosa narra, en primera persona, el contexto político argentino de fines de los setenta desde la perspectiva de un adolescente que permanece ajeno a lo que ocurre por sus circunstancias y al que, poco a poco, se le irán revelando ciertos aspectos de la construcción de la masculinidad que serán revisados, criticados y desnaturalizados.

“La generación que fue adolescente durante mediados de los 70 y los 80 conoció el coletazo final de la imbecilidad por antonomasia de lo que se conocía como hacete hombre. La vida de cualquier varón era una hasta los diez o doce años” dice Wilfredo van Broock, escritor, guionista de teatro y televisión. “Hasta ahí, uno jugaba y se criaba, hasta que, rondando los doce, venía un padre, un tío o un primo mayor y se ocupaba de que el niño debutara. Debutar era el término que se utilizaba para extirparle la virginidad a un varón a manos de una prostituta. “El nene debutó”, era uno de los primeros orgullos imbéciles que repetían todos los padres entre sus amigos. Porque eso significaba que el nene ya era hombrecito, ya había iniciado su viaje hacia la masculinidad final, que tenía como cereza del postre el servicio militar obligatorio. Pasado el sorteo, venía la revisación médica, que era otra muestra de denigración por parte de la clase militar, cuyo protagonista principal era el OAD (orificio anal dilatado), porque según decía la leyenda, si uno había tenido vicios, o desvíos, o era homosexual, tenía el ano dilatado y eso saltaba en la revisación médica, con lo cual el terror era supremo porque se decía que te ponían un sello rojo en el documento. Superada la revisación venía la destinación, donde un soldado podía mandarte a hacer la colimba al fin del mundo. Sin embargo, el recuerdo de la colimba por parte de los cincuentones suele ser nostálgico en general. ¿Cómo es posible? Creo que esto pasa porque dentro de la barbarie maquillada de instrucción, que era el servicio militar, no quedaba otra que hacer grupo y refugiarse en la amistad, aunarse con el otro, con el de al lado en el padecimiento colectivo. Hoy pienso que la nostalgia no es por la colimba, sino por la camaradería que aparecía en aquellos momentos. Estos eran los anclajes centrales de la masculinidad de entonces. Hacerse hombre era lisa y llanamente insensibilizarse porque llorar era para las mujeres. Hacerse hombre era endurecerse hasta un punto casi mineral. Fósil. Sin embargo, cuando se recuperaron las Malvinas, se puso de manifiesto que aquella dureza no existía, y que si existía, era inútil, porque lo que prima en el ser humano en los momentos límites es la camaradería, no la denigración, ni la violencia”.

Una vida por delante asume la forma de una novela totalizadora, más que de iniciación, y transcurre íntegramente en un presente continuo, gran hallazgo de van Broock para no caer jamás en un tono sufriente o nostálgico ni de mejora de sí mismo, más bien todo lo contrario. La sensibilidad del narrador está compuesta de humor y cinismo, también, sobre todo cuando se trata de narrar lo doloroso que significa crecer hundido por la sensación del desarraigo y todos aquellos años del colegio secundario, momentos alegres pero también crueles para un joven que tiene un autoestima muy baja, etiquetado de rebelde y autopercibido en ocasiones como un delincuente que no merece los amigos que tiene y justifica no ser correspondido por el amor.

“No dejes que te ganen, ganá. No salgas último, salí primero. Si te pegan, pegá. Si te violentan, violentá. Ser hombre es la ley de la selva, como cuando éramos monos y la evolución no estaba consolidada. El más fuerte se impone. Al más fuerte se lo respeta. Hacete respetar. Endurecete. Achicá esa sonrisa y convertila en un rictus de furia. No seas miedo, sé furia. Un padre puede odiar el sistema, la educación formal, el gobierno, los militares, pero cuando se trata de poner a prueba la hombría potencial de su hijo, todos ceden a lo mismo y lo repiten como un mantra: ‘Hacete hombre’”, dirá el narrador de la novela, y para entonces, ya habrá pasado la etapa febril de la adolescencia y una orda de masculinos clase 63 espera desde la madrugada frente al Destacamento Militar Andino. Pronto vendrá la guerra de Malvinas y habrá que llegar a esa instancia de la novela para sorprenderse con el tratamiento que hace van Broock del conflicto bélico, escenas memorables que resignificarán toda la trama.

“Yo pude reencontrarme con mi padre a través de la escritura de la novela. Mi relación con él siempre fue conflictiva y tensa, sobre todo durante mi adolescencia. Sin embargo al rescatar esas emociones desde el fondo de mí y volcarlas al papel, surgió algo nuevo, una perspectiva distinta de esa relación que me ayudó a reparar aquello que sentí que necesitaba ser reparado. Sin querer o sin saber, me reparé a mí mismo escribiendo. Algo de místico hubo en el proceso de escritura, algo del misterio primordial, porque a pesar de que no creo en fantasmas, lo sentí encima de mi hombro riendo y llorando durante todo el proceso de escritura”. concluye van Broock. Sin dudas lo más entrañable de Una vida por delante es que Wilfredo van Broock van Broock pone en jaque un legado de construcción de masculinidad a partir de la mirada de un joven a quien no se le permitió la posibilidad de ponerlo en práctica en la vida. Quizá para eso también existen los libros. Notable su debut literario.