Las recopilaciones de cuentos de fantasmas son muchas y continuas y en general repetitivas. Salvo por las que reúnen relatos de autores contemporáneos, en general inéditos -la magnífica y sorprendente Echoes de Ellen Datlow, por ejemplo- se suele recurrir a textos libres de derechos y, aunque hay innumerables cuentos clásicos sobre quienes vuelven del más allá, los nombres suelen ser siempre los mismos, lo que no es grave, pero si es más aburrido porque también suelen reiterarse los textos.

No es el caso de Cuentos de fantasmas: relatos clásicos de horror y suspenso. En primer lugar la colección es de 2018, bastante nuevecita, y las recopiladoras son dos expertas absolutas: Lisa Morton, una estudiosa de la historia del espiritualismo autora de, entre otros, Calling The Spirits: A History of Séances que, como su título lo indica, se ocupa de los y las médiums y sus reuniones (séances) con los espíritus, desde los primeros actos de necromancia en la Antigüedad pasando por el frenesí victoriano hasta los caza fantasmas actuales. Leslie S. Klinger es de las máximas autoridades en Sherlock Holmes del mundo: editó, anotados, todos los cuentos del hombre de Baker Street. En consecuencia, es también una experto en Sir Arthur Conan Doyle y la enorme paradoja de su vida: el escritor creó al detective más racional y cartesiano imaginable mientras en su vida personal se la pasaba de séance en séance, defendía a todos los médiums cuando se los acusaba de fraude y hasta creía, con enorme ingenuidad, en las famosas fotos trucadas de la hadas de Cottingley (que no sean reales no le quita un renglón a la belleza del texto que Conan Doyle escribió sobre esas niñas y sus falsas compañeras aladas). De modo que este Cuentos de fantasmas está en inmejorables manos y en ese sentido funciona como una historia posible del género (porque la ghost story lo es). Así, en la introducción, separan las historias con fantasmas, que siempre hay existido, desde la épica de Gilgamesh hasta Hamlet y las mitologías, de las historias de fantasmas y definen la aparición del género como tal primero con las baladas, luego con el romanticismo alemán y finalmente con un relato de Sir Walter Scott, “La cámara de los tapices” que, si bien mantiene algunas características del gótico -el castillo alejado, el viajero que llega- tiene todo lo sucinto y efectivo del relato de fantasmas moderno que no se parece a la extensa ambientación gótica ni tiene el mismo propósito: si ese género, entre otras cosas, habla de un poder que se desvanece (las abadías y los castillos como símbolos de la nobleza y el clero cuando crece la ciencia y triunfa la Revolución Francesa), los cuentos de fantasmas alcanzan su pico en la Inglaterra victoriana, centro de la Revolución Industrial cuando la superstición se enfrenta a la máquina pero, también, como una pregunta desesperada ante la devastación de la Guerra Civil en Estados Unidos y, más tarde, la Primera Guerra Mundial en Europa. Además, por supuesto, son un género popular en folletines, cuentos navideños (pensar en el clásico “A Christmas Carrol” de Charles Dickens), leyendas urbanas y reinterpretaciones del folklore hasta, en nuestros días, convertirse en quizá una de las más eficientes ficciones sobre el trauma.

El libro tiene varias joyas. Por supuesto es un hallazgo la balada “El fantasma del dulce William”, una de las más populares entre las que transcribieron los folcloristas británicos del siglo XVIII. Sencilla y triste, se trata de una chica, Margaret, que enamorada de su novio muerto, sigue a su fantasma y por eso se muere. También es un tesoro “Los retratos de familia” del alemán Johann August Apel, no tanto por su trama relativamente convencional sino porque estaba incluido en Fantasmagoriana, aquel célebre libro que leyeron Lord Byron, Mary y Percy Shelley, John Polidori y Claire Clairmont en la demasiado mencionada vacación de verano de 1816 en Ginebra y de donde surgió la idea de escribir sus propios relatos y, por supuesto, gestó a Frankenstein. Las anotaciones al pie de las recopiladoras son deliciosas. Hay un monje que tiene una visión más bien leve, digamos, y se pasa la noche aterrado y rezando. Parece exagerado y ellas aclaran: “Las historias de fantasmas relacionadas con sacerdotes y monjes eran numerosas en la Edad Media. El obispo del siglo XI Tietmaro de Merseburgo registró muchas, incluyendo una en la que los espíritus muertos se reúnen en una iglesia reconstruida y queman al sacerdote local sobre el altar, de modo que este monje tiene razones para estar aterrorizado”. Incluyen, claro, “La cámara de los tapices” de Sir Walter Sott, donde un capitán es puesto a prueba por su anfitrión porque si este hombre valiente la pasa mal en una habitación supuestamente embrujada, entonces no hay que dudar más. (El enojo del capitán que se siente herido en su hombría es muy simpático). Como ejemplos del Nuevo Mundo agregan cuentos muy raros: “El fantasma del campeón” de Nathaniel Hawthorne (de 1835) sobre una aparición “positiva” y el terrible “Ligeia” de Edgar Allan Poe (1838), de una morbosidad notable, una horrible posesión espectral entre terciopelos. “Desde que morí” es una curiosidad de otro tipo: de Elizabeth Stuart Phelps, autora feminista estadounidense, es un relato contado en primera persona hablado por una fantasma, porque Elizabeth era espiritualista y creía en la vida después de la muerte sin metáfora. Revela, además, la peculiar relación entre espiritualismo y feminismo: ser médium era una oportunidad para las mujeres de liberarse, trabajar y expresar un poder particular y, en muchos casos, una sexualidad que no por secreta era desconocida en los círculos del momento.

WILKIE COLLINS

“La señora Zant y el fantasma” de Wilkie Collins (1885) es de los mejores y más complejos, con esposos espectrales, el rol de la mujer viuda en esa época y un narrador que está siempre acompañado de su hija pero sin madre a la vista; “La campanilla de la doncella”(1904) de Edith Wharton también es notable porque introduce con sutileza la violencia de género y quizá un aborto. El hit imposible de dejar afuera es, claro, “Silba y acudiré” del gran autor de cuentos de fantasmas M.R. James: publicado en 1904 todavía tiene detalles que dan miedo hoy, especialmente ese silbato maldito que quién sabe lo que despierta en el pueblo de Burnstow, que es ficticio, James se basó en Suffolk. Irremediablemente inglés, con su profesor agobiado por los buenos modales y el siempre presente personaje del jovial borrachín, es una lección sobre dejar tranquilas a las ruinas y las invocaciones. Y siempre tenerle un temor respetuoso al viento nocturno.