Pocas novedades cinematográficas, al menos para el núcleo duro de la cinefilia contemporánea, generan tanto entusiasmo como el anuncio de una nueva película de Quentin Tarantino. El hombre filma poco, y tal vez eso contribuya a la exacerbación de las expectativas. Amado pero también odiado (o, al menos, despreciado) por igual, el director de Perros de la calle encarna asimismo la quintaesencia del cineasta cinéfilo. Sus películas no están simplemente pobladas de referencias, guiños y homenajes: viven del cine, se nutren de él, no existirían sin su pasado. Meditaciones de cine (Cinema Speculation en su idioma original), volumen editado en español en estos días por la editorial Reservoir Books, es el resultado tardío pero lógico de la obsesión tarantinesca por el cine como espectáculo, pasión y objeto de adoración. Un libro que conjuga la autobiografía con la crítica cinematográfica, el amor incondicional por la proyección colectiva en una sala oscura con los recuerdos de una infancia y juventud marcadas por las salidas a esos templos modernos (y, más tarde, por la atención al cliente en el videoclub, esa raza extinta de locales a la calle preexistentes a la explosión digital). El extenso prólogo de Meditaciones de cine se remonta a los años del niño Tarantino, cuando junto a su madre y su padrastro el pequeño lograba disfrutar de títulos pensados para una audiencia madura (la calificación R del sistema estadounidense permite a cualquier menor ingresar con adultos a cargo) como M.A.S.H., Conocimiento carnal, Harry el sucio, La violencia está en nosotros o la hoy olvidada Joe. Entre otras observaciones sobre el público de esa era, el autor recuerda que, para que esas salidas “de gente grande” pudieran seguir ocurriendo el truco (o la técnica) consistía en saber callarse la boca y no hacer preguntas durante la proyección. Si había algo que no se comprendía –una referencia histórica, un chiste con doble sentido sexual, una línea de diálogo complicada– la consulta debía hacerse luego, durante el regreso a casa.

“Si hiciera una lista de las imágenes salvajemente violentas de las que fui testigo entre 1970 y 1972 la mayoría de los lectores se sentiría horrorizado”, escribe Tarantino, nacido en 1963, en el primer capítulo de Meditaciones de cine. “Así fuera James Caan ametrallado a muerte en la cabina telefónica o Moe Green recibiendo un disparo en el ojo en El padrino. Ese tipo cortado al medio por la hélice de un avión en Trampa 22. El viaje salvaje de Stacy Keach colgado del auto en Los nuevos centuriones. O Don Stroud disparándose a sí mismo en el rostro con un subfusil en El clan Barker”. No resulta extraño, en lo más mínimo, que sus propias películas contienen no escasos momentos de violencia, casi siempre jugados a la catarsis y, en más de una ocasión, con fuertes condimentos paródicos, aunque estos algunas veces permanezcan debajo de la superficie. Unas líneas más abajo, en ese modo verborrágico que lo caracteriza y que seguramente fue suavizado por los editores, el realizador hace hincapié en un detalle de relevancia para cualquier madre o padre preocupado por la violencia y la sangre en las pantallas contemporáneas. “Sin embargo, citar momentos grotescos fuera de contexto no es enteramente justo para los films en cuestión. Y el punto de vista de mi madre, como me lo explicó más tarde, era siempre una cuestión de contexto. En esas películas, yo podía manejar las imágenes porque entendía las historias”. Es por ello, recuerda, que su madre no lo llevó a ver Sweet Sweetback's Baadasssss Song, el clásico de Melvin Van Peebles de 1971, antes de afirmar que las imágenes y sonidos que más lo traumaron en aquellos tiempos fueron los de Bambi. La única película que no supo cómo manejar. “Bambi perdiéndose, su madre recibiendo el disparo de un cazador y ese horripilante incendio forestal me perturbaron como ninguna otra cosa que hubiera visto. No fue hasta que asistí a una proyección de The Last House on the Left, de Wes Craven, en 1974 que me topé con algo comparable”. Luego de la introducción autobiográfica, el libro –con alguna notable excepción– se dedica a desglosar datos y emitir opiniones sobre un puñado de largometrajes que marcaron su educación cinéfila temprana, sin abandonar nunca la primera persona del singular.

TAXI DRIVER ES MOTIVO DE UNA MEDITACIÓN CONTRAFÁCTICA DE QUENTIN TARANTINO

VUELO BAJO, VUELO ALTO

Tarantino no se guarda ninguna opinión. Ni siquiera las más fuertes, aunque el destinatario sea un cineasta consagrado. Cuando menciona un par de títulos de Robert Altman, escribe que “El volar es para los pájaros es una de las peores películas que jamás hayan incluido el logo de un estudio, incluso teniendo en cuenta que Altman también dirigió para un estudio Quinteto, que es terrible, aburrida y absurda. Pero El volar es para los pájaros es el equivalente cinematográfico a que un pájaro te cague en la cabeza”. El segundo capítulo está dedicado por completo a Bullitt, el mega éxito de 1968 dirigido por Peter Yates. Más allá de detallar el origen del film, los cambios que sufrió el guion desde la primera escritura y algunas anécdotas de rodaje, lo más atractivo del texto descansa en la descripción de Steve McQueen como la quintaesencia de la estrella masculina de cine, además de la vehemente afirmación de que la gran responsable de la elección de los proyectos era su esposa, la actriz Neile Adams. “No es que Steve no pudiera leer. No era analfabeto. Pero sólo leía los guiones que estaba obligado a leer”. Más adelante, en las páginas dedicadas a La violencia está en nosotros, el film de suspenso agreste de John Boorman, Tarantino afirma sin anestesia que, mientras la primera mitad es magnífica, luego de la celebérrima escena del chancho que chilla la película decae inexorablemente. “A partir de ese momento el film, que era tan tenso como la cuerda de una guitarra, se afloja”. Algo similar escribe cuando le toca diseccionar ¿Dónde está mi hija? (1979), el largometraje de Paul Schrader acerca de un padre en busca de su hija, inmersa en el submundo del cine porno. La enésima remake de Más corazón que odio, según su propia definición. Así como destaca las bondades de varias escenas durante los primeros tramos, el autor reniega de algunos detalles del guion y un par de subtramas.

HARRY EL SUCIO, LOS BUENOS Y LOS MUY MALOS

Por ejemplo, escribe que ”en el comienzo de ¿Dónde está mi hija?, es francamente difícil de creer que, con tan poca información, el detective interpretado por Peter Boyle pueda rastrear un corto porno de 8mm en particular (y mejor olvidar el absurdo de que una sala de cine de Grand Rapids tuviera un proyector de ese formato)”. Más adelante, después de comparar el film de Schrader –guionista de films como Taxi Driver y director de títulos como Gigoló americano, La marca de la pantera y la reciente El contador de cartas– con películas exploitation de temática similar, trae a colación la inclusión de un gran mito urbano de aquellos tiempos: las snuff movies, supuestos registros de violaciones y asesinatos reales que comenzaron a circular en las noticias en los años 70. “A pesar de su bajada de línea moralizante, sin una pizca de conciencia, Schrader metió a presión una subtrama ligada a las snuff movies, que nunca fueron una realidad sino un mito que los ‘cuadrados’ usaban para marginalizar la industria del cine para adultos legítima”. Tarantino cuenta que, al conversar con Schrader sobre la película, le advirtió que, mientras la primera parte le gustaba, sus opiniones sobre la segunda mitad eran muy duras. “No creo que puedas ser más duro que yo respecto de la segunda mitad de la película”, dice Tarantino que le dijo Schrader.

El libro analiza con inteligencia y un placer contagioso favoritos personales y películas que lo marcaron como La fuga, de Sam Peckinpah (previsiblemente, uno de sus directores estadounidenses favoritos), Hermanas diabólicas, de Brian De Palma, Daisy Miller, de Peter Bogdanovich, y Alcatraz: fuga imposible, de Don Siegel, además de dedicarle varias páginas a la explosión de las producciones blaxploitation, recordando una proyección nocturna durante su infancia de Black Gunn en un cine de gran tamaño para “un público sumamente entusiasta formado por unos ochocientos cincuenta negros, ochocientos de los cuales eran hombres”. Escapan de las ambiciones generales del volumen, más allá de algunas referencias, el cine europeo y asiático que supo ver en aquellos tiempos, pero no faltan los condimentos personales. El recuerdo de los cines de Hollywood Boulevard, en otras épocas de la exhibición cinematográfica muy distintas a las actuales, remite a la magnífica reconstrucción de época de su última película.

DIRTY HARRY & TAXI DRIVER

Q.T. acuñó una frase ideal para la creación de memes durante la conferencia de prensa de Había una vez en Hollywood… en el Festival de Cannes. “Simplemente rechazo tu hipótesis”, le respondió a una periodista que le preguntó, no sin malicia, por qué el personaje interpretado por Margot Robbie, encargada de darle nueva vida a la actriz Sharon Tate, tenía pocas líneas de diálogo. En Meditaciones de cine, Tarantino también rechaza las hipótesis que circularon y siguen circulando alrededor de un auténtico clásico de los años 70: Harry el sucio. ¿Son el personaje de Clint Eastwood y la película de Don Siegel fascistas? “Siegel mismo describió al personaje de Eastwood como un ‘hijo de puta racista’, que culpa de todos los males a los negros y los hispanos. Bueno, el personaje que Siegel describió no es el personaje de la película que él hizo. En el film, Harry puede ser políticamente incorrecto, pero de ninguna manera es un ‘hijo de puta racista’. Si así fuera, la película sería mejor o, al menos, más seria. Pero entonces no sería Harry el sucio sino Taxi Driver (…) Si bien Harry el sucio no es una película racista, o esa película racista que los críticos discutieron en su momento, es reaccionaria. Agresivamente reaccionaria. Y propone un punto de vista reaccionario, a veces como subtexto y a veces como texto. Porque la audiencia a la que iba dirigida la película tenía una mirada sobre la sociedad que cambiaba velozmente alrededor suyo. (…) Para los americanos frustrados, Harry Callahan representaba una solución a la shockeante violencia a la que habían visto obligados a ajustarse”.

Harry el sucio, según el director de Pulp Fiction una de las primeras aproximaciones del cine a los asesinos seriales, “nos ofreció una mirada hacia el futuro, hacia aquello que reemplazaría a los viejos monstruos del pasado en la pesadilla colectiva de la sociedad por venir. Durante las primeras proyecciones, cada uno de los espectadores que ingresó al cine para ver Harry el sucio lo hizo con una mirada inocente. Una inocencia que pronto se perdería”. 

El futuro llego y el pasado sigue siendo reescrito por Tarantino en películas como Django sin cadenas, Bastardos sin gloria y Había una vez en Hollywood… Siguiendo en esa línea, Meditaciones de cine ofrece un intervalo dedicado a crear una película inexistente. Un mundo contrafáctico en el cual Taxi Driver no fue dirigida por Martin Scorsese sino por Brian De Palma, algo que bien pudo haber ocurrido. Ese capítulo pone de relieve la “especulación” del título original en inglés. Tarantino cree que “De Palma hubiera observado a Travis como Polanski observa a Catherine Deneuve en Repulsión. (…) Como Taxi Driver es la película que hubiera filmado antes de Carrie, no hay más que mirar la secuencia del baile de graduación de esa película para ver como De Palma hubiera orquestado la escena del intento de asesinato de Taxi Driver”. Sólo es cuestión de imaginar. ¿Y cómo sería Taxi Driver si Tarantino viajara en el tiempo y fuera el encargado de dirigirla?