Ludmila Pagliero alcanzó lo que ninguna bailarina argentina y latinoamericana había logrado antes. En 2012 fue nombrada étoile (estrella) del Ballet de la Opera Nacional de París, la categoría más alta de la mítica compañía francesa, una de las mejores del mundo con más de tres siglos de existencia y que, a su tradición indiscutida, une un fuerte apetito por la danza contemporánea. Pagliero había ingresado en 2003 con un contrato de sólo tres meses, un riesgo que asumió cuando a la vez le habían ofrecido un contrato por un año en el American Ballet Theatre de Nueva York, nada menos. “No lo tuve que pensar mucho, simplemente seguí una corazonada y, por suerte, salió bien”, cuenta la artista, de 33 años. Delgadísima, etérea y con un evidente acento francés en su hablar pausado, Pagliero regresó al país aprovechando las vacaciones del verano europeo. Junto al Ballet del Sur, el elenco oficial de Bahía Blanca que depende del Ministerio de Gestión Cultural provincial, protagonizará La Sylphide, obra romántica por excelencia en versión coreográfica del francés Bernard Courtot, que retoma la del danés August Bounonville, de 1836. Este ballet en dos actos se estrenó poco tiempo antes, en 1832, en París. Había sido creado por el italiano Fillippo Taglioni para su hija Marie, para que bailara íntegramente sobre las puntas de las zapatillas, algo inusitado en la historia de la danza clásica y que acentuó el carácter aéreo e inmaterial del personaje. Es que la sílfide alude al espíritu femenino del aire y, en esta pieza, encarna el ideal femenino que aparece en sueños a James (el protagonista masculino), a punto de casarse con una mujer de carne y hueso. Los bosques brumosos de Escocia son el marco ideal para una fábula que se apoya en la oposición entre el mundo real y el mundo inaccesible de los sueños.

“Trabajé con el Ballet del Sur el año pasado. Hicimos un programa mixto: un fragmento de La Sylphide y un dúo contemporáneo de Romeo y Julieta. Fue una muy buena experiencia. Es una compañía muy profesional, con mucha pasión por lo que hacen a pesar de la escasez de recursos. No tienen un espacio propio, trabajan en el Teatro Municipal de la ciudad que se usa también para otras cosas. Compensan las faltas presupuestarias con una dedicación total. Conozco hace muchos años al maestro de baile de la compañía,  Bernard Courtot, que es el autor de esta versión. Cuando el productor Juan Lavagna me propuso volver a trabajar con ellos, me encantó la idea de hacer una obra completa y contar una historia de principio al fin. También es una forma de acercarme a la realidad argentina, de reanudar lazos con mi país porque me fui muy joven, a los 15 años”, explica Pagliero a PáginaI12. 

A las funciones del 22 y 23 pasado en Bahía Blanca, ciudad donde la compañía reside desde 1956, le siguen presentaciones en el Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125) el 28 y 29 de julio a las 21 horas y en el Teatro del Lago de Frutillar, Chile, el 5 y 6 de agosto.  “Es una obra que conozco muy bien, la bailé varias veces. Mi personaje es un ser muy dulce, muy puro, como un niño que no se da cuenta de lo que hace, de lo que puede generar. Es la mujer perfecta que imagina James, la encarnación de la femineidad, de la seducción. Para ella es un juego, no se da cuenta de las consecuencias que puede provocar y termina en tragedia”, comenta.  

Ludmila acaba de cerrar la temporada de ballet de la Opera de Paris con esta misma obra, en la versión coreográfica de Pierre Lacotte, “la misma que se hace en el Colón”, dice. “La de Bournonville la bailé en el Teatro Mariisnky de San Petersburgo: es más teatral y un poco más corta. En las dos mi personaje tiene mucho estilo, muy de época. Tiene una forma de pararse en el escenario y de moverse muy particular. Las posiciones del cuerpo y de la cabeza son especiales; la búsqueda de ese estilo me atrae”, asegura. Su partenaire será el francés Gregoire Lansier, otro extranjero de esta compañía bahiense de 63 intérpretes en la que hay uruguayos, peruanos, japoneses y argentinos de distintas provincias. 

Consultada sobre la vigencia de una gestualidad y un tipo de movimiento creados hace casi dos siglos –como son los de La Sylphide–, la artista no duda y apunta a la interpretación. “El movimiento es actual y verdadero cuando nace de una emoción o de un diálogo entre los personajes. Ahí es cuando el bailarín cuenta con su cuerpo y no ilustra simplemente desde afuera”, opina la argentina que, en mayo pasado, recibió en Moscú el Premio Benois de la Danse (algo así como los Oscar en cine), entregados anualmente por la Asociación Internacional de Coreógrafos. 

Un presente diverso 

Las vacaciones serán breves. Tras la gira con el Ballet del Sur, se toma unos quince días de descanso: “Si parás mucho, al cuerpo le cuesta volver”, desliza. A fines de agosto estará inmersa en la preparación de la apertura de la temporada 2017-1018 de la compañía parisina. El telón se levantará con Joyaux (Joyas) de George Balanchine, el coreógrafo ruso radicado en Estados Unidos, uno de los renovadores del ballet, que tendió puentes hacia la danza moderna. Para la Gala de Apertura, bailará una obra de un coreógrafo contemporáneo holandés, Hans van Manen, con música de Eric Satie, titulada Trois Gnossiennes. “En octubre participaré de otra obra de Balanchine, Agon, en un programa mixto. Luego haremos el ballet completo Don Quijote, en versión de Rudolf Nuréyev. A principios del 2018 viene Onieguin y después una gira de tres semanas por Estados Unidos con un programa de locos, que incluye La Sylphide, obras de Forsythe, Lander, Pite y Petit”, detalla, entre otros espectáculos que la tendrán como protagonista. Es que la compañía realiza un promedio de 180 funciones anuales, repartidas en dos teatros (Opéra Garnier y Opéra Bastille) con un elenco de 156 bailarines. El Ballet de la Opera de París tiene un ritmo enérgico y un repertorio muy variado: obras clásicas, neo-clásicas, modernas, contemporáneas y encargos especiales a nuevos creadores. “Es una usina de producción de espectáculos –compara la argentina–. Me encanta tener la posibilidad de bailar distintos estilos y lenguajes: pasar de una obra del siglo XIX a una nueva creación y descubrirme expresivamente, físicamente en una y otra. La danza contemporánea supone ya otra postura del cuerpo, pasar del nivel de las puntas en que estás elevada, a un nivel más terrenal donde usás mucho más el suelo y la gravedad. Es un cambio físico, muscular, que lleva un tiempo de adaptación. Hacemos ‘clásicos contemporáneos’ como Pina Bausch, Martha Graham, Merce Cunningham, William Forshyte o Jiøí Kylián; ballets bien tradicionales, piezas creadas por coreógrafos nuevos. El repertorio se enriquece constantemente y alimentamos públicos diferentes”.

Ludmila disfruta muchísimo el contacto con los coreógrafos. Siente que allí hay un vínculo especial: la posibilidad de entrar en el mundo del creador, en su forma de plasmar en el cuerpo sus ideas y sensaciones, de convertirse en un instrumento lo más afinado para ser pura expresión. En este sentido, explica: “Podés bailar un Don Quijote, pero Nuréyev ya no está. No tenés esa conexión directa con el creador, ver qué es lo que está buscando. En una pieza contemporánea trabajás directamente con el coreógrafo y podés formar parte de esa creación, al punto de que él va moldeando la obra en vos. Me gusta entender lo que está buscando, ser como una página en blanco; ir dibujando, creando juntos”. Esto le sucedió con Forsythe, por ejemplo, con quien trabajó en una de sus últimas creaciones, Blake Works I; y con la coreógrafa canadiense Crystal Pite en The Season´s Canon. “Yo no tengo la chispita coreográfica. No creo que sea mi camino, pero es muy interesante ver a esas personas sacar lo que tienen dentro y llevarlo al escenario”, agrega. 

De cara al futuro

Llegó el momento de los proyectos personales, de bucear con los artistas que la atraen, de crear sin presión externa. “Llegué a un nivel que me permite tener acceso a artistas increíbles, tener proyectos en común y pasar horas creando. En Europa podés ver lo que se está haciendo en el mundo y te nutrís mucho”, comenta. También le interesa la relación con las nuevas generaciones, transmitir lo aprendido. “La rueda cambia y nos toca a nosotros devolver a los más jóvenes. No me atrae tanto dar clases como orientarlos, aconsejarlos, darles ideas sobre los personajes que van a encarar o sobre los pasos de su carrera. Las responsabilidades que implica cada nivel: no es lo mismo ser cuerpo de baile que solista, primera bailarina o étoile. La exposición, el respeto, la pasión, tener la oportunidad de hablar y decir lo que uno piensa… Son aspectos de una profesión que van variando a medida que crecés”. Es más, se imagina dirigiendo una compañía, proyectando su actividad. “Me gustaría mucho asumir la dirección de un elenco, su organización, ayudar a construir la carrera de los bailarines. Ahora yo sólo me tengo que ocupar de mi misma, pero más adelante me gustaría asumir la responsabilidad de todo un grupo”, concluye.