El mejor porro del mundo no existe, pero lo están fabricando, cultivando y manifestando en cada recoveco: en templos llenos de velas y telas naranjas y fucsias, en laboratorios llenos de embudos de decantación y en baldíos llenos de mierda de gato. Crecen, cruzan, cosechan y catan sus plantas en las más variadas condiciones de hambre, sueño, alegría y calentura; de luz, sombra, fósforo y nitrógeno; de pegue, tamaño y bouquet.

Acá nomás, pandillas juveniles todavía se infiltran a cultivar por los senderos húmedos de la reserva Santa Catalina; bajo la galería de un dúplex abandonado frente al diamantito de béisbol del Gorki Grana; entre los yuyos y bloques de cemento de la costa de Punta Lara; alrededor de unos aloes milenarios en un remanso del botánico de Miramar; o en lotes vacíos de Parque Leloir que a esos precios nunca serán vendidos.

Son pequeños clanes, células de la resistencia porrera, convoys de gitanos viveristas y oleadas de heavies también. De hecho solo los metaleros, por sabiduría que los precede, terminan llegando a claros y matorrales que los demás grupos no ven, donde el sol pega más minutos al día y la lluvia es nutritiva. Esas cosas, al final del trimestre hacen la diferencia.

Todo tipo de comandos autoconvocados, autocolocados, intentan el mejor porro desde que pudieron desperdigarse, a escondidas, en la noche saico del comienzo de la cuarentena. Los más agitados se diseminaron enseguida, sin pausa ni para pensar un nombre o un estandarte. Yo me quedé en el departamento, como casi siempre, sin saber que todo eso pasaba. Nunca me daba cuenta de nada de lo que pasaba.

► Parte 1: Sapphire y calabresa fría

Estaba solo, quieto y mudo casi todo el día, pero tenía un trabajo online de pocas horas, una vista desde el 11º piso de la ciudad desierta y muchas bolsas del mercado como para ir muchas veces a comprar sin que me rompieran mucho las pelotas. El inodoro tiraba bien y barría el jugo de mis agachadas borracho. Me cagaba la vida que se cortara la luz y subir escaleras, pero por semanas fui feliz mirando boludeces en YouTube.

Seguía sin haberme aburrido cuando me llamó El Neto, pero igual me gustó su invitación. Me contó que estaba haciendo animación 3D para un estudio careta pero fue evidente que me llamaba por otra cosa. Yo ya había escuchado de la movida en un podcast que había subido a Soundcloud otro de los pibes, con el que llevábamos meses sin poder juntarnos. Pero El Neto a todo le armaba una narrativa. Era insoportable, pero cuando me dijo que se había "sumado undercover al contraestado marihuano diseminado por todo el territorio nacional", le dije que sí, qué le iba a decir.

Al final, cuando me la contó bien, estaba en una comisión encargada de monitorear algunas zonas de la provincia de Buenos Aires. Le dije que estaba para probar y que bancara dos días que tenía que ordenar casa y cosos. Miré las tres de Matrix y no me pasó nada, escribí 20k caracteres sobre por qué Cuentas pendientes de Natos y Waor es el mejor primer tema de primer disco de la música hecha en España después del ataque al metro de Madrid, pero borré el drive y me terminé el Sapphire con una calabresa fría.

► Parte 2: Trigger entre los matorrales

Para el martes siguiente ya estaba laburando con El Neto. A distancia, por Discord. En la cuadrilla hacíamos seguimiento con drones minúsculos, interveníamos radios de las policías municipales con walkie-talkies comprados en el Once. A mí me tocaba scrapear data de geolocalización para verificar que las plantaciones, las huertitas, estuvieran a resguardo del tránsito general.

Nunca pasaba nada. Habían elegido tan bien los points, habían hecho tan buena research o habían tenido tanto ojete que nadie jodía. Una amiga programadora que no fumaba pero me debía unos favores me armó un sistema de alarmas por teléfono; y ya ni siquiera tenía que dedicarle tiempo a lo de la colectiva. La notificación más "peligrosa" triggereó cuando un par de transeúntes pasó a menos de 25 metros de las plantas de una huerta en Aldo Bonzi.

Me aburría tanto que enseguida me quise bajar a la mierda. Fue al toque, poco después de la primera cosecha. Habíamos levantado a partir de semillas que teníamos en casa cuando pintó la cuarentena. OGs de los varietales del porro moderno, Purple Haze, OG Kush, Jack Herer, Moby Dick, Blueberry. Y lo que fumábamos por esa época: Critical, Gelato y variedades de galletitas.

Me propuse voluntario para inventariar todo, y me cobré peaje de cada frasco que llené. Bañado por el polen de unas Double Cookies, un día le dije a El Neto que tenía una idea buenísima para una novela distópica donde unos pibitos tenían que usar sus uñas como sistema monetario, y que me tenía que bajar de la colectiva para escribir eso. Estuve 4 meses y pico, ligué suficiente porro, me fui y nunca escribí nada de lo de los pibitos.

► Parte 3: El Patio de las Palmeras

En estos dos años y medio me desentendí de la colectiva, fui mudando de laburos y de barrios, me junté a vivir con alguien, aprendí a cultivar mejor y me olvidé del fin de la Humanidad porque no se me murió nadie. El mejor porro del mundo sigue sin existir todavía, pero el otro día me crucé con El Neto en el Coto y me dijo que "al mejor porro de Argentina lo están por cosechar en dos o tres semanas".

Mientras cargaba batatas en la bolsa me dijo que van a cortar una skunk bien gedienta, pero brillantemente camuflada en un depósito en reparación al costado del Patio de las Palmeras, uno de los patios internos del edificio de la central de la cana, sobre Avenida Belgrano. Las dos polis que quedan de consigna en ese piso a la noche son compañeras de la causa, y armaron el cultivo en un depósito en reparación justo al lado de los baños, lo que permite que el olor típico a meo de algunas skunk se camufle. 

La semana pasada empezaron a teñirse los tricomas de la que la facción oficialista de la colectiva jura que es la planta más avanzada, después de estos tres años de sexado de plantas, ciencia, ingeniería y jardinería. Así que se disparó la ansiedad en la asamblea de los jueves, que me decía El Neto que a esta altura ya incluye gente de la medicina, de las fuerzas del orden y de los mercados, de la repostería, de la herrería artística y de la apertura de registros akáshicos.

La cosa es que el jueves le eligieron nombre a esta genética cuyos cogollos crecen en horizontal, con despliegue en el terreno, lo que permitiría plantarla en todo el país sin llamar la atención por encima de barandas, libustrinas o ligustrinas, nunca supe como se escribe. Por esa cosa apaisada del cogollo, su grosor y consistencia, características similares a las de cualquier mostacho genérico de comisario, la bautizaron Bigote Federal.

Cuando pasábamos por la góndola de los yogures, El Neto me terminó de contar que van a cortarla el día que se cumpla el tercer aniversario del comienzo de la cuarentena. No sé si será verdad, o solo otra de sus fantasmeadas, pero quieren aprovechar para peluquearla mientras la mayoría de los agentes esté en la calle conteniendo puebladas o comiendo choripanes en el festejo que se regalan quienes todavía siguen con vida.


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  • Las imágenes para este texto fueron generadas con la inteligencia artificial Dall.E