"De chica le rezaba a Dios para despertarme como una nena", dice Lola Bhajan en uno de los capítulos de Lola Cruda. Su primera novela, marcada por un discurso literario que retrata el paso de una chica trans, que va de la pubertad a la juventud; esa medida de tiempo en donde el mundo inexorablemente empieza a tomar otras formas. Entre el diario personal y la autobiografía, Lola cuenta cómo a los 11 empezó a entrar a los chats heteros, y a los 13 se animó a los chats gays. Hoy es activista trans, escritora y cantante. Su libro es un viaje en tránsito hacia el inframundo desde la voz de una trava, sudaca y guerrera. Son historias con sede. Un plano de la ciudad, un recorrido desde los ojos de Lola, quien va descubriendo su identidad metida en el quilombo de la capital de un país tercermundista.

Mapa sexual de la city porteña

Hace calor, es el último día del año 2022. Viajamos en bondi hasta la casa de Lola y conseguimos su libro. Para llegar de Villa Crespo a Parque Avellaneda, donde Lola reside, hay que tomarse el 55. En ese recorrido unx pasa por Warnes, la avenida de los repuestos y de lxs pisterxs. La calle irradia calor, la gente circula sabiendo que en horas todo va a estar dormido o apagado. Lola nos dice que no hay problema, que nos espera, que se va a preparar un mate y almorzar. El colectivo va por Flores, agarra Rivadavia y se choca con Nazca. Desde el bondi se puede ver un supermercado llamado Argenchino que desbordado de gente. Doblamos por Alberdi y estamos a cuadras del Parque. Caminamos. Llegar a lo de Lola, en todo este trayecto, es como atravesar su escritura. 

Interceptar la vivencia y la obra literaria. Meterse en su ruta de los 12 a los 24 años. Una vida puesta en texto, una novela como una cartografía sexual de la city porteña. Su narrativa es casi inclasificable en un único género; ella escribe: "Una sola palabra no podría definirme nunca". Lo escupe, sobre el cemento, cuando un hombre cree que ella es una chica punk, tan solo por tener la cabeza rapada.

¿Cuántas locaciones existen para los encuentros sexuales? Puerto Madero, Facultad de Medicina, Plaza Constitución, Réquiem, un cine porno en Av. Santa Fe, Floresta, Parque Las Heras, Microcentro, Av. Corrientes, Nazca y Rivadavia, Alternativa, San Pedrito, Once, plazas, colectivos, camionetas de vidrios polarizados, un cyber en Lavalle, boliches, sótanos, trenes, afters de mala muerte, la Bond Street, el Obelisco.

¿Puede haber más? ¿Hay más? En la voz de Lola sí, espacios descriptos con una incorrección auténtica e inevitable. Invisibilizada Lola grita, grita como pegando trompadas. Un compromiso que siente por poseer el don de la palabra, así dice ella. Al vómito poético lo suelta intentando comprender la existencia. Explota en catarsis que plasma en sus redes sociales, va de los Blogs a Grindr, de Instagram al MSN, de Argen-Chat al Fotolog. Utiliza todo el caudal de lenguaje que circula en el mundo “virtual” y lo transforma en manifiesto contra el establishment del mundo “real”. Chatea para concretar cruces de cuerpo a cuerpo pero siempre antecede la palabra: "Escribir es una gran herramienta que siempre estuvo muy disponible y por eso me es tan fundamental".

Lola nos cuenta cómo se tomaron sus xadres su sexualidad, a los 16, y nos confiesa que al principio no muy bien. Y que al ser hija única y al tener xadres sordomudxs, de algún modo ellxs también vivían en una realidad paralela a la que vivían las personas “oyentes”. Lo resume diciendo que sus xadres también eran, un poco, excluidxs de la sociedad y de la escucha. Y que por más de que ellxs estuvieran presentes, no dejaban de habitar cierta ausencia. Que era ella quién les narraba las conversaciones en las reuniones familiares: "Mi mamá me preguntaba y mi papá me preguntaba de qué estaban hablando lxs demás y yo les traducía. Me acuerdo que una amiga, a los 14, me maquilló y mi mamá me vio y se aterró pero a mí me chupó un huevo. Y en ese momento a mí me gustaba Marilyn Manson, entonces medio que la piloteaba diciendo que era dark. Y así, me transformaba".

Lola exhibe un cuerpo en obra, una literatura con sangre, un fluido que eyacula en testimonio. Lola escribe desde los 13, relata una sexualidad cruda, una sordidez adolescente plagada de heridas entre pedófilos y gente piola. Durante el camino del libro la palabra "oscuro" se repite, también se repiten: pija, gorda, leche, arrodillarse, huevos, paja, noche, macho, travestis, clientes, cola, abdomen, cogidas, bulto. Leerla es como explorar zonas de su conciencia, un documento de una realidad que perturba las formas tradicionales y que rechaza toda imposición que pretenda adiestrar las maneras de ser de las personas. 

La literatura de Lola enciende eso que Susan Sontag define como la imaginación pornográfica, una expresión en donde el contenido sexual y explícito es solo un vehículo que sirve para poner en diálogo otros asuntos. No se trata de pornografía masiva sino de la puesta en escena de un personaje con una sexualidad que no se ancla solo en el goce gratificante sino que es alguien que deviene de una extinción del yo, casi como un anhelo a desaparecer, a morir literalmente.

Ahora Lola, que es belleza sin filtro, que putea y llora, que traga y ama, dice que su miedo actual es, quizás, la violencia: "Conozco la violencia muy de cerca y entiendo que puede ser una fuerza destructora muy repentina, muy destructiva. Antes le tenía miedo a la calle, ahora ya no. Obviamente hay días y días. Días en los que una se siente más vulnerable; yo hoy estoy más fuerte, más despierta, más consciente. Y así, me sobrepongo a la violencia del mundo. Yo también soy parte de este mundo, y me van a tener que bancar, lo siento".

Lola domina, comunica, tropieza, atestigua y declara. Habita una necesidad de expresión que es fuerte y desgarradora. Una voluntad imperiosa por hacerse escuchar, se la puede ver y leer en sus redes. Ahora, en la pantalla de su propio Instagram, hay screenshots de chats que tiene, en Grindr, con chabones que le piden nudes y a los que ella les responde cosas como: "No paso nudes, no soy mercancía o No me van las parejas heterosexuales, nos las soporto". La contestación o la denuncia pareciera ser su práctica más primaria, como acto de autocuidado y de defensa. No tiene escrúpulos y ahí reside su victoria: "Uso las redes desde muy chica, me construí un poco ahí, desde la época del Fotolog". 

De Leda Valladares al trabajo sexual, ida y vuelta

Cuando hablamos, con ella, sobre el trabajo sexual, nos dice: "He intentado vivir de eso pero realmente no soy una persona que le guste trabajar bajo una rutina o hacer cosas en donde no me siento cómoda, y de maneras repetitivas, eso me desgasta. Claro que está el dinero, y lo he hecho, así, muy esporádicamente, y solo por el dinero. Pero la verdad es que ahora, en este momento, estoy tratando de alejarme. Y por supuesto que es un tema que debería estar ya en el mundo legislativo, en debate; entendiendo que cada unx con su cuerpo, bajo su decisión, puede hacer lo que quiera".

En una de las escenas de su libro, que se imprime fuerte en la memoria, por la realidad que colma salvaje, Lola, siente la libertad en el auto de un cliente con el que no quiere estar. Nao, su amiga y compañera en el trabajo sexual, se encarga del laburo y Lola contempla el reflejo de la luna, que se proyecta sobre el Río de La Plata, pensando en nada. En otra, un pibe le dice: Lola, qué linda que sos, mientras ella le chupa la pija y el cielo se vuelve blanco. Y en otra, un médico viejo la manda a hacerse un estudio de HIV. Lola lo espera por días. Cuando está por recibir el resultado, una enfermera le pregunta a qué le tiene miedo, y ella le responde que tiene miedo a no poder encontrar una persona que la ame. 

La obra de Lola Bhajan se construye en la intimidad, esa zona abstracta que reserva el interior de una persona. Lola se hunde en la profundidad, es inevitable que su palabra no se torne en poesía y canto. Lola no solo es escritora, también es cantante. Propulsora del Canto con Caja en los ambientes queer de Buenos Aires. Ella, impactada por la potencia de Leda Valladares, hizo su propia versión de la baguala tucumana, "Alegría de mi pecho". Y tiene un disco de electrónica experimental que se puede escuchar en Spotify o en Youtube.

En las travesías de Lola Cruda hay hombres. Hombres que entran, salen, circulan por las calles y por la vida. Lola los recibe, los prueba, jura no volver a verlos y se los vuelve a cruzar. Un círculo de chabones como una mafia. Gente malintencionada y gente amable, todxs atravesados por una actividad que se mezcla con la satisfacción, el consumo y el dolor. Lola ingresa en otros espacios escribiendo, se distancia de lo vivido y deja vislumbrar una literatura porno-trans que se corre del canon, que se escapa de la voz universal y heteronormativa. Casi al cierre de la novela, Lola nos advierte: "Si quieren cumplir sus fantasías y probar con una chica trans, no me rompan las pelotas, yo no cumplo fantasías. Si querés cumplir tu fantasía, pedís un servicio pago, tengo amigas que les puedo recomendar, pero a mí no me jodan".

Mentiras (Fragmento de Lola Cruda)

Mar me había comentado de un amigo de él que estaba volviendo de España, que tenía muchas ganas de conocerme, se trataba del gordo Johnny. Me pasaron a buscar una noche en la 4x4 del gordo, me senté adelante y atrás quedaron Mar y Ciro, su amante favorito de catorce años, que no pararon de hablar durante todo el viaje, sobre la amistad de su madre con Menem y un viaje a Estados Unidos. Todo esto, al ritmo del mítico 9PM de ATB que sonaba en la radio.

Llegamos al famoso departamento ubicado en Microcentro y entramos, me sirvieron champagne y, Mar preparó su compu para mostrarnos unos videos. El primero era de unos adolescentes practicando sexo anal en el borde de una pileta, sus voces y gemidos parecían estar superpuestos, aunque yo no le había prestado atención a ese detalle. Me enteré porque Johnny también conocía ese video y se lo comentó a Mar, quien terminó confirmando el dato. Después, vimos el último video que mostraba a unos niños introduciendo sus pequeños miembros dentro de una sandía agujereada, mi copa de champagne fue llenada una vez más.

Mar se encerró en otro cuarto con Ciro, me quedé sentada en el sillón junto con Johnny, que de a poco se acercaba. Trataba de alejarme porque no quería saber nada con él, su perfume me asfixiaba, su aliento me era muy fuerte. Entre ruidos y gemidos del otro cuarto y la insistencia frotadora de Johnny, le tuve que decir que me dejara en paz. Pero de todas formas, me suplicaba y, para mi suerte, todo terminó cuando enseguida reaparecieron los otros dos. Salimos del departamento y volvimos al coche, como yo vivía más lejos, me tuve que quedar sola con Johnny, pero no intentó nada, sólo prometió llamarme.

Aquella noche que me llamó, varios días después, me dijo que estaba con un amigo de veintitrés años que quería conocerme horas más tarde, le dije que aceptaba, pero con la condición de que vaya Ciro, porque me gustaba y teníamos casi la misma edad. Johnny me respondió que hablaría con él y, que me llamaría nuevamente al rato. Cené y esperé un rato hasta que se comunicó, me contó que estaba con Ciro.

Ya eran casi las doce de la noche, me encontraba nuevamente en la camioneta de Johnny, pero esta vez, me senté atrás junto con Ciro. Adelante iba el amigo, que no me pareció del todo desagradable en ese momento. Paramos cerca del Parque Centenario donde vivía Ciro, que de repente, nos saludó a todos y se bajó, algo andaba mal. Me quedé sola con Johnny y su amigo, me convencieron para ir a un hotel. Arrancamos, y antes de entrar en uno de los tantos que había iluminados al costado de la autopista, me hicieron esconder en el piso de atrás de la camioneta y me taparon con una campera. Entramos sin ningún problema, era la primera vez que yo pisaba un hotel alojamiento, apenas vi la cama en forma de corazón, me acosté y me entretuve con las luces de colores.

Los dos pervertidos prendieron la tele dejando el canal Venus, donde se visualizaba a una chica en primer plano chupando pija. Enseguida, uno de ellos, agarró mi cara suavemente y acariciando mis labios con sus dedos, jadeando, me preguntó si me gustaba lo que veía. Rápidamente, comenzaron a darme besos en la cara mientras me sacaban la ropa. Me dejé llevar los primeros minutos, pero luego no me sentí cómoda, les tuve que decir que paren. No hubo caso y siguieron manoseándome, hasta que los amenacé con gritar, se detuvieron y, enseguida, el amigo de Johnny, se alejó furioso de la cama y se puso las zapatillas quejándose.

De nuevo en el auto, ya pensando que llegaba a mi casa, los dos pajeros calientes decidieron ir a Sitges en busca de alguien que los ordeñe. Me pidieron que esperara en la camioneta y me encerraron ahí, tuve que esperarlos más de media hora, hasta que volvieron enojados. Según lo que entendí de la conversación entre ellos, era que habían estado persiguiendo a dos maricas que al principio parecían estar interesadas en ellos, pero luego, se ve que terminaron huyendo. Me devolvieron a mi casa cerca de las tres de la mañana y, a partir de ese momento, nunca supe más nada del gordo Johnny, pero sí volví a reencontrarme varios años después con el amigo de él. Fue por medio de mi primo, que lo había conocido por chat. Aquel día que lo acompañé a su encuentro con él, sentí esa extraña sensación de que ya lo conocía, pero no podía acordarme. Se hacía llamar el Brujo y decía que era clarividente, que tiraba el tarot. Finalmente, llegó el día en que me acordé quién era, pero cuando se lo comenté, desapareció para siempre.