Aquella primera noche saliendo del Rivera Indarte la sensación que me invadió fue la de tener una maraña de latidos alrededor de la garganta. Me sentía al mismo tiempo asfixiada y excitada, llena de una conmoción movediza parecida a la tristeza, pero sin lágrimas. Unos pasos fuera del cine, caminando por Yerbal, lloré. La pena, como un vómito frío, se fue haciendo palabras para poner sobre blanco la negra idea que rondó mi cabeza durante todo el film: yo pude ser una de esas desaparecidas.

Aunque Argentina,1985 no habla sobre las desapariciones de personas LGBT, toca cientos de fibras delicadas y pequeñas que constantemente hacen colisionar lo pasado contra lo presente y te obligan a pensar en el futuro de nuestras comunidades políticas. El film está construido como un archivo apócrifo, donde Santiago Mitre intercala con maestría, escenas reales, recreadas y ficticias que balancean al espectador hacia atrás y hacia adelante, en un convulsivo vaivén entre los crímenes de la dictadura y los actuales movimientos de ultraderecha. 

Detrás de ese 1985 colocado en el título y que pretende ubicarnos en un punto lejano en el tiempo, está la trampa del film que se construye una rendija en las plataformas mainstream y los grandes festivales para hablar de buena parte del presente latinoaméricano. 

Por eso se vuelven absurdas las críticas realizadas a la película por su falta de fidelidad histórica, ya que debajo del disfraz de un drama histórico, Argentina,1985 es un alegato sobre las fracturas y grietas que dividieron y dividen al pueblo argentino. Su director, manifestó expresamente que la película le habla a las jóvenes generaciones que ignoran las violencias anteriores a la democracia e imprudentemente se sienten seducidas por los peligrosos discursos antidemocráticos que inundan las redes sociales.

Pantalla, memoria y realidad

Las críticas cinematográficas sobre Argentina,1985 sobran. Aquí sólo pretendo exorcizar las conmociones que me produjeron haberla visto varias veces con la pena estrujada en el estómago e intentar profundizar sobre las accidentales “lecciones” que la historia narrada en el film nos deja a los activismos por venir. Sí mi narrativa inútil va y viene desordenadamente entre la pantalla y la realidad, es por qué simplemente sigo embriagada de memoria.

Para muchos de los periodistas y críticos de cine, pero también para los espectadores que twitteaban sus impresiones apenas estrenada la película, Argentina, 1985 es una poderosa y original alocución sobre la democracia, retratada a través de los esfuerzos realizados por los fiscales Strassera, Moreno Ocampo y sus asistentes por apresar a los responsables políticos de la última dictadura militar. 

Las salas del cine se llenaron de cincuentones emocionados por compartir con sus hijos y nietos esa historia épica de la que casi ningún joven sub-30 sabe nada. A primera lectura, el film nos propone un retrato de la poderosa epopeya en la que un grupo marginal de funcionarios judiciales y políticos abogaron por juzgar en una corte civil los crímenes genocidas de la dictadura militar, un hito en la historia comparable a los juicios de Nüremberg. 

Sin dudas, intenta dejarnos una moraleja sobre la importancia de cuidar la democracia, aún teniendo que negociar con contextos políticos adversos y polarizados. Pero las segundas lecturas pueden desandar esas fibras delicadas y minúsculas que conectan 1985 con el presente. Derribado ese primer obstáculo epistémico de la anécdota, uno puede pensar más allá de los hechos narrados o de las ausencias y tensiones al contar el juicio. Uno puede empezar a sentir como resuenan ciertas palabras, conceptos e ideas con mucha más fuerza que otras.

Una de las claves del film radica en contarnos permanentemente una trama de acciones colectivas, a través de las cuales los protagonistas se sobreponen al miedo. Las primeras escenas de ese Strassera solitario, recluido en su oficina oyendo música clásica y evadiendo su responsabilidad, se van desplazando hacia las escenas bulliciosas donde los jóvenes asistentes del fiscal, junto a la CONADEP y los testigos voluntarios trabajan colectivamente en la elaboración de la prueba. No sólo se remarca la importancia de lo colectivo, sino la centralidad de lo intergeneracional e interseccional. 

Combatiendo al fascismo de ayer y de hoy

El grupo es un cambalache de peronistas, radicales, oportunistas y funcionarios que trabajan unidos bajo un único objetivo común, el de ponerle fin a una era de terror. Estas escenas no están allí como una evocación del pasado, sino como metáforas necesarias para el tiempo presente. 

Aunque la película puede parecer tibia en algunos enfoques, conciliadora, evitativa de los nudos conflictivos al momento de narrar los hechos en torno al juicio a las juntas militares, logra impregnar al espectador de inquietudes sobre el presente político y esta es una de sus mayores virtudes: nos vende un courtroom drama con tintes cómicos, acompañado de una crítica abierta al fascismo de ayer y hoy.

Aunque la idea de libertad ronda la película, sobre todo por la elección de Inconsciente colectivo de Charly Garcia como soundtrack de la última escena, no es un tópico que se trate abiertamente. Pero en mi cabeza y atravesando mi cuerpo tras cada vez que fui a verla, quedó boyando la idea de que la película nos habla sobre la lucha por un pueblo y una justicia libre. 

Pero el sentido que se le da en la película y que se le dió en aquellos años a la palabra "libertad" no se parece en nada a lo que hoy piensan algunos. La libertad por la que luchaban las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, los integrantes de la CONADEP, los organismos de DD.HH y los fiscales que protagonizan la película era una libertad colectiva, la libertad de una nación, la autodeterminación de un pueblo. Hoy tenemos líderes políticos, en los que se referencian un amplio sector de los jóvenes, que dicen que la libertad “es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo” cómo si la libertad fuera sólo un derecho individual e inconexo de una razón social. 

De este lado de la grieta, entre los feminismos y los movimientos LGBT, también proliferan expresiones liberales enraizadas en una idea de derecho individual con las que sostenemos nuestra autodeterminación personal por sobre todo sentido colectivo. Y quizás esta clave que expone Argentina,1985 es a la que más poderosamente deberíamos aferrarnos: no existen los héroes, porque nadie se salva sólo y la única forma de ser libres es vivir en una sociedad donde la libertad nos alcance a todes. Puede resultarnos tentador alimentar constantemente ese debate a los gritos entre mi libertad y la del prójimo, pero nunca fueron, ni serán esos los posibles rumbos para salvarnos de las crisis políticas.

Volviéndola a ver una vez más para escribir esta nota, Argentina,1985 sigue tocándome una carnecita sensible por dentro. Me obliga a revisar ciertas tensiones, a repensar estrategias, a reubicarme políticamente en el mapa, a preguntarme cómo poner mi libertad en sintonía con las de otros. Sin hablarnos de género, sin hablarnos de las disidencias, el film logra conmover otros sentidos políticos que nos hermanan como argentinos. Nos invita tramposamente al pasado, para desafiarnos a luchar colectivamente por el futuro y entre esas lágrimas atragantadas y los aplausos encendidos se reavivan las ansias de libertad, memoria y justicia para todos.