En un editorial letal contra el Presidente Javier Milei, el periodista y conductor de La Mañana, Víctor Hugo Morales, repudió el nuevo intento del Gobierno de avanzar con una reforma laboral regresiva y recordó el día que el mandatario aseguró que, justamente, gracias a los derechos conseguidos, como la indemnización por despidos injustificados, él mismo logró comer y darle de comer a sus mascotas, a las que considera sus propios hijos.
El editorial de Víctor Hugo Morales
La reforma laboral es una escena de película violenta. Creo que están planteando un mundo demasiado violento estos desgraciados que gobiernan dando la cara o escondidos. A una víctima la voltean a golpes de puño.
Después le dan patadas en el piso hasta dejarla exánime. La rodean, observan si reacciona, y uno de ellos le pone el pie abajo del pecho y la da vuelta para comprobar que la tarea está hecha.
El laburante apenas abre los ojos y el empresario se limpia el zapato. Esa es la escena que están planteando con la reforma laboral.
Milei cuenta que cuando se quedó sin laburo, y tenía la guita de la indemnización —esas son sus palabras—, al menos podía sacar cuentas de cuánto tiempo podía sobrevivir. Comía una pizza por día, almorzaba y cenaba con pizza, y llegó a pesar 120 kilos.
Es un testimonio de hace dos años. ¿Se puede ser más traidor a la condición de laburante? Ahora le quiere quitar la indemnización al laburante que dice haber sido. Hay que ser muy Milei para hacerle ese último trabajito a la mafia de Clarín y AEA.
“Tato” decía que el gobierno les ofrecía en su época la ley de reforma laboral para bajar el costo argentino, y que eso era verso. Solo servía para aumentar la ganancia del argentino piola.
Lo que querían tener con la reforma, humoraba “Tato”, era una semana de diez días hábiles y, si fuera posible, días de treinta y dos horas, y que le besen la mano al trompa y le digan “te amo”.
El gobierno quiere convertir en legal la informalidad, pero sin derechos. En medio del desastre económico quieren que sean todos monotributistas. Derrotados peleadores de la vida, recostados a la soledad.
Sin gremio, sin nada. Rotos, como el fósforo que alguna vez mostró Saborido con el Cadete. Pedro le dio un fósforo al otro Pedro y le dijo: “Quebralo”. Y Rosemblat lo quebró. Después le dio un montón de fósforos y el Cadete no los pudo romper. “Bueno, eso es un sindicato”, remató Saborido.
Seamos un montón de fósforos siempre, para que no nos rompan esos grandísimos hijos del empresariado. El último baluarte de la resistencia es uno mismo, pero con los otros. Con “nosotros”. Tan nosotros, bien nosotros, como debe ser.



