A la larga, la pregunta insiste. ¿Qué son los animales? O sea, qué dice un animal acerca de nosotros, no ya como un pedazo de la vida suelto por ahí que quiere mantenerse respirando, como cualquier cosa que esté viva, sino qué son en tanto símbolo. Qué representan. Qué dicen de nosotros en su mudez animal, pregunta que tiene tonos filosóficos, pero que ha sido siempre el terreno fértil de la ficción, en ese esfuerzo que la literatura tiene porque todo hable y diga, o toda enmudezca de golpe y se presente en su total naturaleza enigmática. Esos parecen ser los dos extremos de Animales de compañía, el último libro de la escritora argentina Sonia Budassi (Bahía Blanca, 1978), un conjunto de relatos con los que obtuvo el premio del Fondo Nacional de las Artes 2021 en la categoría cuentos. Pequeñas historias en donde los personajes actúan como si fuesen animales que acaban de escaparse de un lugar familiar, sea ya una jaula o una casa, y no saben muy bien qué hacer, para dónde ir, en dónde conseguir comida y cómo sobrevivir luego de enfrentarse al hecho de que están realmente solos.

El tono del libro en general recuerda mucho el estilo ascético, un tanto distante y hasta cínico de las novelas de Bret Easton Ellis, no sólo por el hecho de que hay momentos en que se mira con juiciosa distancia las decisiones que algunos toman, sino también por el entorno cultural que los rodea: en “Salvar el mundo”, un relato que atraviesa inicialmente las mieles y superficialidades de la rutina de una ONG ecologista, esa naturaleza que quiere preservarse se choca con los tonos y expresiones del mundo del marketing, obsesionado en darle sentido a palabras en inglés que mejoren la productividad y afilen la competencia (porque la ONG, confiesa Wei, uno de los personajes, compite con otras, a la larga, a las que hay que vencer). La narradora, quien trabaja en la organización, siente de fondo este malestar patente en el cruce de los animales con los que sueña o a los que siente que siempre acompañó con una lógica empresarial de la cual también participa: la síntesis entre ese anhelo y la realidad artificial son los animales de peluche que decoran sus recuerdos de infancia, cuando con su madre visitaba un café con “fauna” artificial en Shangai. Ese es el mundo de todos estos cuentos: un decorado artificial que parece esconder algo que pulsa, que vive, que quiere respirar, pero que no se termina encontrando. La tensión de los relatos nace de la inminencia de algo que nunca va a suceder, parafraseando al Borges que habla acerca del sentimiento estético, pero también de la inmensidad de la llanura.

Entonces, lo que tenemos en estas páginas son personajes un tanto desorientados que buscan volver a cierto bienestar, a veces, vinculado con el pasado, con algo que funciona como el “Happy Place” que cierto discurso imperante en el mundo contemporáneo nos obliga a construir para silenciar el sin sentido, la soledad o el horror. Quieren volver, mejor dicho, pero no pueden, nunca más podrán. “El perro te mide pero vos tenés que mostrarle quién es la autoridad” es un cuento que reúne todas estas condiciones, la de enfrentar lo inevitable, la de no saber cómo lidiar con lo que está pasando, la de querer volver el tiempo atrás y estar en ese “lugar feliz” perdido para siempre. Un jardinero tiene que enfrentarse a la amputación de sus piernas, primero una, luego la otra, y lo que al principio parecía una disposición amable para la cirugía de su parte, termina convirtiéndose en una muda resistencia: el “paciente” no solo no quiere, sino que, a medida que el relato avanza, se retrae mucho más, se guarda en un silencio que resulta cada vez más misterioso para los especialistas. Lo único que tiene en el mundo, su perro, funciona como un ancla para bancar la embestida de doctores y enfermeras que le señalan que está loco, que va a morir si sigue así. Su perro y su lengua, su diálogo interior con los recuerdos, con su hermano: con eso, el relato logra armar el discurso de un personaje que queda atrapado y añorando el verde césped y los días de sol. Otro animal, esta vez, enjaulado.

Budassi consigue en cuentos que se concentran en anécdotas menores construir mundos complejos en donde no es tan sencillo tomar la decisión correcta. No porque el lector no las entienda, no las deduzca, sino porque los personajes siempre tienen una capa más de densidad, un deseo más difícil de comprender, como para que las cosas sean tan sencillas. De ahí que varias de estas historias se concentren en vínculos amorosos que se desarman o resultan extraños, incómodos. “Mapa de relación” va mostrando el lento desvanecerse de una pareja que descubre que la razón más fuerte que tenían para seguir juntos no estaba en ellos sino en el amor hacia Sibilo, su gatito. Pero puede suceder lo contrario, que una pareja no termine de formarse, también, por un animal: en “Perfecta”, una escritora descubre los sinsabores de su relación con un profesor universitario, entre otras cosas, por notar que él aborrece los animales, los gatos, los perros… ¿cómo se puede seguir con alguien tan en desacuerdo con toda otra criatura que deja pelos en el sillón y no es ella? Esa suerte de ajenidad que atraviesa el mundo de las parejas también tiene que ver con los escenarios narrativos: “La gran muralla” empieza con un viaje a Shangai, el mismo espacio que aparecía en la niñez de la narradora de “Salvar el mundo”; escritora y profesor juegan a que los desolados paisajes de la pampa se parecen a los de la estepa rusa en “Perfecta”, o lo mismo puede decirse de los hermanos que resultan desconocidos en “El perro te mide…” y, por sobre todo, “Kilómetros de distancia”. Lo familiar que se extranjeriza, lo cotidiano que se enrarece, Budassi consigue relatos que se pueden poner en serie con diferentes historias cortas de la literatura argentina, sobre todo, en términos recientes, como sucede con los cuentos “extraños” de Samante Schweblin.

Animales de compañía es un libro de cuentos que no apuesta por el cierre de una estructura perfecta, en donde la conclusión resignifica partes del texto que funcionaban como secretos que tuvimos todo el tiempo frente a nuestros ojos, como sucede con el relato policial. Muy por el contrario, son cuentos de climas, son cuentos de acciones que nos resultan a la mano, pero que, por una estrategia que tiene mucho de onírico, de repente, rompen lazos con nuestra idea de lo que es la realidad para quedar así, suspendidos en una especie de éter, objetos raros que creíamos entender pero que ahora se ofrecen a la vista como una imagen difusa, fantasmal. Sonia Budassi claramente parte de su identificación con la crónica, con su bagaje de periodista y de escritora, para dar el salto y dejar ese retrato de lo usual en el territorio del sueño: cada uno de los diez cuentos del libro desbordan, con sus narradores en primera persona o sus recuerdos o sueños evocados, cualquier tipo de semejanza con lo inmediato, a veces, con cierto gesto sorpresivo. Como un gato, animal doméstico por definición, que parece que se nos acerca por una caricia y, jugando o no tanto, cuando menos lo esperamos, nos muerde la mano.

Animales de compañía

Sonia Budassi

Entropía

192 páginas