El noroeste argentino sigue siendo un reservorio de la América profunda. Incluso cuando eso pueda implicar la vigencia de prácticas colonizantes, enseguida aparece a través del arte una transferencia de esa resistencia que toma formas y colores de donde venga, pero que escapa al lenguaje impuesto.

Es el caso de la joven y ya experimentada artista Almendra Acosta (a los 19 años cuenta con una importante obra y varias exposiciones), quien inauguró la semana pasada la muestra Logia Silvestre, en el centro cultural El Cebil, de la capital catamarqueña (Esquiú 781).

Logia Silvestre gira alrededor de la unión hacia lo natural, y el papel que el hombre juega en y con la naturaleza. En este sentido Almendra expresó a Catamarca 12: “Todos los cuadros tienen varios elementos en común, todos se apoyan en una mitología y folklore de varias culturas, símbolos religiosos y episodios de violencia o muerte hacia la naturaleza mezclados con una celebración constante hacia el cuerpo humano”.

La mitad de las obras están realizadas en pinturas digitales impresas sobre papel fotográfico y la otra mitad en acrílicos sobre bastidor. No es menor el soporte del lenguaje, en una obra que construye una trama sobre la relación de la especie con su entorno. La técnica digital se torna también en una forma de percibir la naturaleza en una artista centennials; a la vez la acumulación de elementos funciona como retorno a la historia, donde se resuelve la contradicción entre el artefacto y la relación entre ambientes culturales y naturales que plantea la muestra.

“Intenté una composición amontonada con mucho ruido visual, dentro de cada cuadro hay varias subtramas y miniambientes que se van entrelazando para dar paso a la pieza completa. Mi deseo era que esta muestra tratara de las formas en que nos vinculamos con los espacios naturales, tanto positiva como negativamente, por lo que el nombre logia se refiere tanto a la aglomeración de situaciones y relatos dentro de las pinturas, como del esoterismo natural que forma parte de mi estética”.

Adentrarse en esos “miniambientes” es una aventura bosconiana: escenas plagadas de criaturas cuyos aspectos fantásticos refieren a su enlace con la naturaleza. Enlace esotérico, como marca la artista, donde las formas folklóricas de culturas que mantienen tensiones históricas: lo occidental, lo asiático y lo americano preoccidental, entran en contrapunto.

En esa sobredeterminación de imágenes, donde lo digital crea su propio anacronismo, naturaleza y cultura se amigan y se enemistan, a veces se funden y otras estallan en doloroso carnaval para dar paso a un imaginario de supervivencias dispares como salida al binarismo con que la contempornaeidad ha ubicado a la especie frente a lo silvestre.