Hace 40 años, el mundo del fútbol miraba al Corinthians de Brasil. Fundado en 1910, a comienzos de los 80 provocó una revolución que se conoció como Democracia corinthiana. No pasaba sólo por el fútbol, que lo jugaba de manera brillante, sino por los modos. Ganó los campeonatos paulistas de 1982 y 1983, el año en el que se terminó el ciclo representado especialmente por Sampaio de Souza Vieira de Oliveira. Sócrates.

La Democracia corinthiana tenía principios que cumplía a rajatabla. Todo se votaba: si se concentraba, dónde, quiénes, etcétera. Un hombre, un voto. La idea la había impulsado el sociólogo Adílson Monteiro Alves, quien encontró en Sócrates, Walter Casagrande Júnior y Zenon referentes políticos y sociales para el primer equipo. Pero la metodología se extendía a los empleados y jugadores de distintas disciplinas. Para la prensa pro-militar de entonces, aquello era un rejunte de anarquistas y comunistas barbudos.

Ejercer la democracia en esos años de dictaduras no era sencillo. Brasil estaba bajo el poder militar de João Baptista Figueiredo. “Aquella bandera que decía ‘Ganar o perder pero siempre en democracia’ fue sin dudas la génesis del retorno de la democracia en Brasil y una provocación explícita hacia la dictadura. Esa bandera se desplegó en el Morumbí en la final del Campeonato Paulista de 1983. El resultado del partido fue anecdótico, Corinthians le ganó el ‘Clásico Majestuoso’ al San Pablo 1-0 y dio la vuelta. La mayor parte del universo paulista vivió una inolvidable fiesta que inspiró al cantante y guitarrista Antonio Pecci, conocido con el nombre artístico de Toquinho, a componer un himno que resuena atemporalmente en todos los hinchas del Corinthians”, recuerda el divulgador Luis Pablo Targhetta en su reciente libro Sócrates, el revolucionario del fútbol. Biografía corta y directa a la vez. Mezcla de fútbol y política. Panorama de años duros para Sudamérica.

“Lo que me resultó atractivo y único en Sócrates fue su capacidad de utilizar al fútbol como una herramienta de transformación social”, le dice Targhetta a Página 12. Sócrates fue una figura rara en el ambiente del fútbol. Sobre todo para aquellos tiempos. Era médico (se recibió en 1977 en la Universidad de San Pablo) y tenía compromiso político. Admiraba a Martin Luther King, al Che Guevara, a Fidel Castro (uno de sus seis hijos se llamó Fidel), a Antonio Gramsci y a John Lennon. Era lector compulsivo. Su inteligencia y su ideología lo llevaron a hacerse amigo de Lula. “El verdadero fin de Sócrates dentro de una cancha no fue el logro deportivo, sino concientizar a una sociedad como forma de allanar el camino para el retorno de la democracia en Brasil”, agrega.

La formación ideológica de Sócrates fue heredada en su casa pero se consolidó a sus 10 años, el día en que su padre incendió libros por temor a quedar detenido por sus ideas de izquierda. Dueño de un físico privilegiado, jamás abandonó sus adicciones al cigarrillo y al alcohol. Sobre todo la cerveza.

Su paso –además del Corinthians– por Botafogo de Ribeirão Preto (Estado de San Pablo), Fiorentina (Italia), Flamengo y Santos no son lo principal del libro. Tampoco su recuerdo como director técnico, con más pena que gloria. Sí, en cambio, se hace hincapié en su ciclo en el seleccionado brasileño que la rompió en el Mundial de España, en 1982. Aquel Brasil es recordado como uno de los mejores equipos de todos los tiempos.

“Ponía el cuerpo recto y elevaba su puño derecho hacia el cielo como símbolo de resistencia contra la opresión. Su gesto quizás estuvo inspirado en los atletas afroamericanos Tommie Smith y John Carlos, quienes al conquistar la medalla de oro y plata respectivamente agacharon sus cabezas y alzaron sus puños al cielo cuando comenzó a sonar el himno estadounidense en la entrega de medallas, en la final de los 200 metros llanos en los Juegos de México ‘68, en protesta contra el racismo. Smith y Carlos inmortalizaron el Black Power mientras que Sócrates inmortalizó la lucha de un país por conquistar su libertad”, se lee en uno de los párrafos del libro de Targhetta.

Hay una pregunta que siempre se hizo Sócrates: “¿Por qué causas más conmovedoras no mueven tanto como el fútbol: como los niños en la calle, los tsunamis, la miseria extrema en el corazón de África y en algunas otras esquinas, el genocidio y muchas otras?”. Es que –dice Targhetta– Sócrates fue mucho más que un jugador de fútbol. Fue antes que nada un militante que luchó por una sociedad mejor con una pelota en los pies. Ese es su verdadero legado”.

Aunque recién se dedicó a la medicina al fundar un centro de salud tras dejar el fútbol, en 1989, también trabajó como periodista, produjo obras de teatro y hasta se lanzó como cantante. Pero a la historia de un personaje como Sócrates no puede faltarle el final épico. Targhetta lo recuerda: “Tenía un último anhelo: morir el domingo en que Corinthians saliera campeón. Y mientras su vida se extinguía, el club de su vida se encaminaba a la conquista de su quinto Brasileirao. Que dió la vuelta olímpica pocas horas después de que Sócrates muriera a causa de una crisis hepática pasadas las 4 de la madrugada del 4 de diciembre de 2011, a los 57 años”. Nunca pudo vencer al alcohol.