Un día volvió. Cuando nadie lo imaginaba, contra todo pronóstico, fiel a sus modos y con 74 otoños. El cantautor español Joaquín Sabina pasó por Rosario poniendo a la ciudad nuevamente en el mapa de su largo itinerario poético musical y, ante miles de personas que se dieron cita en el Autódromo municipal, cerró una exitosa gira Argentina que lo tuvo en Buenos Aires durante seis noches. Acá, desplegó un concierto especial, nostálgico por definición, que estuvo cargado de emociones y homenajes y que, a lo largo de las dos horas de duración, por si hacía falta, volvió a demostrar que su timbre vocal sigue puro, que los detalles hacen a la diferencia, que sus letras conmueven a varias generaciones, que todavía hay camino por explorar, ganas de hacerlo, experiencias por cantar, y sentidos universales por reclamar.

Dando por concluido su periodo a puertas cerradas y reabriendo su horizonte de buenos rituales, el español salió a escena este último miércoles, apenas pasada las 21.30, ante una multitud que lo esperaba en la fresca noche junto al Ludueña, escoltado por una banda que fue protagonista en todo el espectáculo. Y, de saco a rayas y sombrero de bombín, con Cuando era más joven, abrió un itinerario sonoro que dejó en claro por donde transitaría toda la velada.

Antes de dar paso a Sintiéndolo Mucho, como es habitual (y muy celebrado en las plateas), las anécdotas, pero sobre todo los guiños a su público, se sucedieron de entrada: “Siento mucho que haya este viento y este frío del carajo”, comenzó diciendo el español con su acento característico, luego de dar la bienvenida y avisar que la noche era “bastante especial” porque marcaba la despedida de Argentina.

Cuatro años sin escenarios es mucho para cualquier músico pero para Sabina, acostumbrado a las giras, fue un abismo que se potenció en pandemia: “Había días que pensábamos que estas cosas nunca volverían a pasarnos, estamos muy contentos de que nos pasen en Rosario. Entre el frío y la melancolía de que ya nos vamos, vamos a consolarnos entre todos y a pasarlo bien”, dejó en claro.

De escenario en escenario, “otra vez despidiéndome del foro -continuó-, cambiando de estación el calendario. Otra vez renovando el diccionario de rimas a la busca del tesoro, plagiándome a mí mismo como un loro, haciendo habitual lo extraordinario: Londres, París, Madrid, Montevideo, catedrales paganas del deseo, letras de oro en mi devocionario. Hospitalarias calles añoradas que perfuman la piel de mis palabras: Puerto Madero, Córdoba, Rosario”. Así, con esta introducción de rimas y paisajes, volviendo sobre tres momentos insignias de su carrera, llegaron: Lo niego todo y Lágrimas de mármol, ambas de 2017 y Mentiras piadosas del 90.

“Argentina no es sólo Buenos Aires. Hay un lugarcito de mi corazoncito claramente rosarino ¿por qué será?” volvió a guiñar el cantautor antes de interpretar Con la frente marchita (1990) recordando a aquellos que lo fueron a recibir cuando por primera vez tocó en Buenos Aires: “Nunca conocí un porteño de Buenos Aires, eran todos rosarinos empezando por Juan Carlos Baglietto y Fito (Páez)”, dijo, y enumeró algunos rosarinos que admiró: el Che, Fontanarrosa, Olmedo y Messi.

Llegó el turno de Por El Boulevard de Los Sueños Rotos, otro himno de comienzos de milenio que dedicó a una “enorme artista que no era argentina, sino entre costarricense y mexicana, que fue muy amiga, y a la que hecho de menos”. Con esa canción el español buscó brindarle un homenaje y recordarla “no para su muerte”, como subrayó, “sino para celebrar su vida”. Y en esa fiesta, ya por primera vez abandonando la banqueta en la que pasó sus primeros seis temas estrictamente sentado, se movió hacia una mesita de bar contigua -realismo mágico de una puesta en escena austera pero precisa- donde bebió un sorbo de agua (¿o tequila?) mientras al fondo se sucedían las imágenes de Chavela Vargas y el propio Joaquín en sus juventudes con coloridas flores incluídas en un dúo musical exquisito junto a Mara Barros que tendría, por delante todavía para la corista, más espacio para el lucimiento personal.

Buscando trazar puentes con una ciudad que lo sigue hace décadas, el músico volvió a su público para anticipar: “La próxima huele mucho a Rosario, a ver si averiguan el por qué”, dijo antes de hacer Llueve sobre mojado, tema escrito allá por el 98 y que fuera parte del disco conjunto que sacó con Fito Páez. La interpretación regaló unos de los pasajes más rockeros de la noche, donde Barros, pieza fundamental de la banda, volvió a cambiar la piel mostrando su destreza vocal sumando protagonismo en nuevos colores sonoros.

Al ritmo de los acordes de aquel tema de Enemigos Íntimos, fue presentando uno a uno a los músicos que lo acompañaban: Mara Barros (coros), Laura Gómez Palma (bajo), Pedro Barceló (batería), Jaime Asua Abasolo y Montenegro Borja (guitarras), Josemi Sagaste (saxo, clarinete, flauta y acordeón), y Antonio García de Diego (director del grupo, arreglador, tecladista y guitarrista). Luego de este preámbulo, el cantautor dejó su lugar protagónico a la banda regalándole el escenario “durante lo que dura un cigarrillo”, dijo, para que primero Mara Barros se luciera en Yo quiero ser una chica Almodóvar y, seguido, García de Diego hiciera lo propio en una sentida interpretación de La canción más hermosa del mundo, a la que Sabina llegaría sobre el final para ponerle broche de oro en su último párrafo.

Todavía quedaba mucho por delante. Y promediando la primera hora de concierto, con los condimentos musicales y emotivos de una noche que ¿será finalmente la última?, ¿será la despedida definitiva de los escenarios? presentó Tan joven y tan viejo, con el que el público respondió en una ovación de pie que emocionó a Sabina quien pareció dejar caer unas lágrimas. Venía apareciendo a continuación, como en un horizonte, nada menos que los acordes de A la orilla de la chimenea, en otro pasaje memorable del concierto.

Como un coplero del amor, en su famosa obra Alrededor no hay nada, donde enumera esas partes de la humanidad que son su Patria, se puso en marcha un momento de gran vuelo poético que tuvo su continuidad con 19 días y 500 noches, Peces de Ciudad, y con Y sin embargo, con una destacada introducción vocal a cargo de Mara Barros. “No creais que esto de llevar sombrero es una especie de coquetería, no, el sombrero sólo sirve para quitármelo ante ustedes”, dijo, antes de ponerle música a lo que parecía la última canción del concierto, promediando la hora y media de repertorio, con Princesa.

A medio camino entre lo que aparentaba ser una habitual serie de bises y se convertiría luego, poco a poco, en un nuevo bloque del recital, con cambio de vestuario incluido, quedaba por delante El caso de la rubia platino, sin Joaquín en el escenario al que volvería para hacer Contigo en donde, jugando con las metonimias cambió Venecia por Pichincha sin tí.

 

“Este tramo de la gira argentina, los seis conciertos de Buenos Aires, el de Córdoba y éste de aquí nunca los olvidaremos”, les dijo a los presentes cuando el reloj marcaba las 23.30, antes de hacer Noche de Boda. “Nos dijimos adiós -cantó-, ojalá que volvamos a vernos. Ojalá -resaltó luego-”, continuó en Y nos dieron las Diez, mientras agradecía a los miles que a pesar de las dificultades que plantea el predio elegido para este tipo de espectáculos se llegaron hasta el Autódromo municipal. Para despedirse con alegría, vino el turno de Pastillas para no soñar y un Hasta siempre, que quedó resonando en la platea cuando, a las 23.36, luego de fotografiarse de espaldas a la multitud con una bandera Argentina, Sabina dejó el escenario entre saludos, ovaciones y agradecimientos por volver, contra todo pronóstico.