Hace unos días Cate Blanchett dijo que The Little Weaver Bird de Molly Drake era una de sus canciones favoritas. En boca de la actriz Molly volvió a ser noticia, revelación y nostalgia. Sobre todo, nostalgia. 

Molly Drake (se llamaba Mary Lloyd) era la mamá de Nick Drake, el Pink Moon supremo, el músico transformado en mito, el compositor maravilloso que no podía dormir ni tocar en público, el que grabó tres discos tan maravillosos como era él y que casi nadie escuchó mientras Nick vivía, “a salvo en un profundo lugar bajo tierra/ es entonces cuando sabrán lo que realmente valía”. Nick Drake se suicidó en 1974, tenía 26 años.  

Molly nació en Rangún, Birmania (su papá, un sir inglés del condado de Cheshire, era miembro del Servicio Civil Indio en Birmania), estudió como sus hermanxs en un internado en Inglaterra (Wycombe Abbey) al cuidado de una familia conocida de su padre, los Dunn. Cuando volvió al hogar esperó cumplir los 21 años (una exigencia del rigor Lloyd) y se casó con Rodney Drake, un ingeniero en la industria maderera. La Segunda Guerra Mundial los separó a pesar de sus deseos, él se alistó y ella se fue con su hermana Nancy a la India, donde vivieron refugiadas en la casa de un tío. La pareja se reencontró unos años después y en 1952 (ya habían nacido Grabrielle y Nick) se mudaron a Tanworth-in-Arden, Warwickshire, Inglaterra, donde Molly vivió el resto de su vida y donde escribió a puerta cerrada la mayoría de sus canciones (muchas dedicadas a su hijo) y poemas. 

Poemas que hablan de la atemporalidad, de la naturaleza, de corazones afligidos, de nidos y soledades. Un mundo propio hecho para ella, solo para ella. La vida observada desde la casa: “la vida crece a nuestro alrededor como una piel/ para cegar la desolación exterior”. En la India Molly y Nancy cantaban y tocaban el piano para ahogar penas, las llamaban The Lloyd Sisters y sus canciones -aunque no hay registro de esas grabaciones, o eso se cree- vibraban en una radio de Delhi. Cuando dejó la India, nunca más volvió a cantar en público, solo lo siguió haciendo en el caparazón de su casa y para algunos amigos. 

Pero cuando su hija, la actriz Gabrielle Drake, decidió hace pocos años recopilar las grabaciones familiares de la década del 50 y editarlas, sus canciones abrieron aquel caparazón. El mito de los viejos casetes copiados por Molly y su marido para los fans de Nick que iban hasta Far Leys, la casa en Tanworth-In-Arden, revivió con otra voz: la suya, testamento revelador del estilo de su hijo. Herencia y completitud. Desde aquel momento no solo Blanchett la nombra (tal vez después de haberla escuchado muchas veces como parte del soundtrack de Mrs. America, la serie que protagonizó en 2020), también la recita teatral su hija, la rescatan grupos folk y vocalistas, la cantan quienes recuerdan Solid Air de John Martyn, quienes buscan enredarse en agudos dotados, quienes saben que la patria es una causa, un destino y quienes no dejan de escuchar una y otra vez los discos de su hijo. Cómo no hacerlo si el mundo es de nieve cuando el que está cantando es Nick, o Molly.