“La exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todas en la educación. Hasta tal punto precede a cualquier otra que no creo deber ni poder fundamentarla”. Esto decía el filósofo Theodor Adorno en 1966.

Hacer de los campos de exterminio una experiencia irrepetible era, en esos días, un imperativo indiscutible, un axioma político.

Pasados más de 50 años, el discurso del odio constituye hoy una amenaza para los valores democráticos, la inclusión, la diversidad, la estabilidad social y la paz. Tanto en el plano nacional e internacional -exacerbado durante la Covid-19- se instalaron ideologías xenófobas, racistas, discriminatorias e intolerantes. De las tinieblas de la historia renació con bríos un fanatismo irracional y violento cuya retórica incendiaria estigmatiza y deshumaniza. A juzgar por estos hechos parecería que la humanidad aún no aprendió la lección del camino hacia la muerte, el exterminio y la brutalidad que significó el Holocausto.

En la semana en que recordamos el 80 aniversario del levantamiento del ghetto de Varsovia en Polonia, vale la pena subrayar que en nuestro país la democracia es un bien colectivo conseguido por el conjunto del pueblo. Y en aras de preservarla parece oportuno establecer una analogía del contexto que abrió las puertas -después de la República de Weimar- a un mesiánico desconocido que afirmando ser “la encarnación del bien”, en tanto el pueblo judío se presentaba como “la encarnación del mal”. Y en nombre de esa polarización perpetró un genocidio. El director alemán David Wendt, en el film "Él ha vuelto", del año 2015, denunciaba, con sarcasmo, la posibilidad del retorno de estas ideologías y de su recreación por efecto de la mediatización y el show, en el caso de su falso documental.

En la escena política actual crece una oleada de discursos sustentados en el odio y la violencia. En boca de líderes políticos de ultraderecha aflora el negacionismo que viola los acuerdos alcanzados por nuestra sociedad respecto a lo ocurrido durante la última dictadura cívico–militar donde se cometieron crímenes de lesa humanidad, y son imprescriptibles.

Contrarrestar esa postura negacionista y defender esos acuerdos es hoy defender la democracia. Las redes sociales y plataformas de comunicación propagan contenidos donde se banaliza la Shoá y el terrorismo de estado. Un representante de la ultraderecha argentina es glorificado intensa y cotidianamente por parte de los medios hegemónicos.

A la luz de los acontecimientos, cabe preguntarse si hemos tomado conciencia, que, en las próximas elecciones presidenciales, no solo está en juego quién va a gobernar en 2023, sino que está en juego la gobernabilidad y la supervivencia de millones de ciudadanos y ciudadanas. El creciente grado de penetración de ideas nazis y fascistas nos interpela a quienes como educadores promovemos el abordaje de temáticas relacionadas con los Derechos Humanos. Reafirmar nuestro compromiso en la lucha contra el antisemitismo, el racismo y la intolerancia en todas sus formas es, hoy como ayer, es un desafío ineludible. La persecución y el asesinato sistemático, burocrático y auspiciado por el Estado de seis millones de judíos por la Alemania nazi y sus colaboradores también nos permite pensar la experiencia argentina vinculada al terrorismo de Estado.

En este sentido, resulta imprescindible recordar que la escuela es un espacio central para la construcción, transmisión y circulación de la memoria colectiva: es donde las nuevas generaciones tienen un papel activo en la comprensión crítica del pasado desde el presente, pudiendo otorgarles nuevos significados y sentidos. Probablemente por esta función democrática y emancipatoria es que la derecha extrema propone, en estos días, volverla una mercancía posible de comprar con vouchers. Nuestra tarea nos compromete a seguir defendiéndola como el mejor espacio para contribuir a la formación de ciudadanos con capacidad crítica para reflexionar, indagar, debatir, escuchar y construir nuevas respuestas.

El conocimiento que la escuela puede enseñar permite fortalecer los cimientos de una sociedad democrática: el respeto por los derechos humanos, la tolerancia y la pluralidad de ideas, el valor por la libertad, la verdad y la justicia. “Aquellos que niegan Auschwitz estarían dispuestos a volver a hacerlo”, nos advertía Primo Levi. Sus palabras son una huella para transitar el camino de nuestra tarea educativa ante tantas demostraciones negacionistas, xenófobas, discriminadoras y totalitarias. Las políticas públicas de memoria por parte del Estado, el compromiso de nuestros docentes y la empatía de nuestros estudiantes con estas temáticas nos muestran hasta qué punto las palabras de Adorno renuevan su vigencia y convocan a la esperanza.