Sobre la vereda de la avenida Rivadavia al 8700, a pocos metros de la casa tomada que sufrió un derrumbe el martes por la noche, sobre colchones donde se apilan bolsos con ropa y con comida hay grupos de mujeres y niños que pasaron allí la noche. “Fue por la lluvia que cedió la columna”, se escucha una explicación entre vecinas. “Fue imprevisible, hace 17 años que vivo acá y nunca pasó nada, a lo sumo se descascaraba una pared”, agrega un hombre, parado al lado de los colchones. Las palabras sirven para ocupar el tiempo mientras esperan. La solución no está a la mano de quienes quedaron a la intemperie. 

Recién el martes habría una reunión entre el Gobierno de la Ciudad, Nación y representantes de los damnificados, para acordar posibles soluciones. Mientras, en el barrio de Floresta, lo cotidiano queda interrumpido por esta intempestiva aparición de la pobreza urbana, descarnada, y expuesta tras el derrumbe del edificio donde vivían, como podían, unas 120 personas.

Es la tarde el jueves y Martha no durmió “nada” explica. La niña que tiene en su regazo, de dos años, está prendida a un celular, como luego lo hará con la teta de su madre. El papá, que trabaja 12 horas diarias en un taller textil --pero desde el martes no va al trabajo--, pasa a dejarles dos botellas con agua. La niña ríe y sale a correr con otros niños. Martha la llama, no quiere que se aleje. “Nos salvamos de milagro. Todo cayó sobre mí, no veía nada” repasa. Mira alrededor. Y espera "alguna solución", junto al resto de las 30 familias que desde el momento del derrumbe están viviendo en la calle.

Son 75 personas adultas y 20 niños, según el último registro de gobierno de CABA, aunque fueron 120 personas en el primer conteo. Y aun cuando hubo un hotel del Gobierno de la Ciudad para pernoctar en la noche del martes. Y otro en Barracas para la noche del miércoles, las familias no aceptan “porque quedan muy lejos, no tenemos la Sube, ni plata, si todo quedó adentro”, detallan con resignación.

En la calle, frente a la fachada celeste de la que ya todos llaman “la casa azul” --la casa tomada--, está la grúa que llegó a las 14 para iniciar las tareas de demolición. Hay carros de Bomberos, del Grupo Especial de Rescate, y de Atención Inmediata de Emergencias de CABA. Hay combis del Gobierno de la Ciudad y personal de la Defensoría del Pueblo de CABA. Y apostados en plena la calle, pero lejos de los vehículos, dos gacebos donde algunas familias almuerzan. También hay colectas de los colegios vecinos, y hay vecinos que se acercan a colaborar, traen ropa y comida.

Quedar en la calle

En los colchones, Marcelo, de 13 años, juega con su celular junto a sus hermanas: Emelí de 21 años y Shomara de 19. Marcelo estaba haciendo su tarea y cuidaba a su "hermanito de 7 años" cuando el martes a las 22.50 escuchó un ruido tremendo y luego “todo polvo”, recuerda. “La gente gritaba, lloraba, yo tenía miedo y agarré a mi hermanito y pudimos salir porque estábamos en las primeras casas, y ya empezaron a llegar los perros, los bomberos, la policía”, describe.

Esa noche, Marcelo y su familia la pasaron “en el coche”: su papá, Juan, es remisero. Sus hermanas reclaman: “no pudimos sacar nada”. Rosario, que tiene 14 años y también pernoctó en los colchones pide: “Sacar los documentos al menos”. Por eso no se van: “Porque no sabemos cuándo vamos a poder entrar a rescatar nuestras cosas”. Incluso corrió el rumor de que “lo quieren derrumbar sin sacar las cosas”, algo que angustia tanto como "quedar en la calle" o "estar sin un techo".

Marcelo estaba despierto en la noche del martes. Hacía “las tareas del taller de construcciones civiles”, porque cursa el primer año en el secundario técnico Cornelio Saavedra. “Útiles, cuadernos, heladera, cocina”, todo está ahí --dice Shomara—, las cosas grandes no vamos a poder rescatar, porque estábamos en un primer piso, pero al menos la ropa, las cosas más necesarias”, pide. Y explica que la gente que vivía “en el fondo”, no puede llegar por los escombros. “Eso está todo destruido. Ahora no sabemos qué va a pasar”, comparte, intenta disimular la angustia. 

Desde el GCBA les proponen un subsidio habitacional de emergencia. “Pero ellos quieren una casa”, detalla uno de los coordinadores de la Atención Inmediata de Emergencias. “La prioridad es tener un lugar donde estar con nuestros hijos --explica Juan, el padre de Marcelo--, y el gobierno ha ofrecido una casa que podamos pagar. A las 5 tenemos una reunión, ahí nos van a decir qué solución puede haber”, anticipa.

Los hombres se preparan para la reunión. Las mujeres y los niños esperan. Ya saben que se habría encontrado el cuerpo de la tercera víctima fatal: “La señora de 72 años”, como nombran a Felicitas Cherres, la mujer desaparecida desde el martes. Pero para rescatar el cuerpo se deben realizar tareas de demolición, con la grúa que acaba de llegar al lugar. Y eso inquieta tanto como la incertidumbre por lo que vendrá. Como la muerte de Gabriela, de 12 años, o de Jefferson, de 19.

“Yo quiero mis libros, mis carpetas, el cuaderno de comunicaciones”, reclama Marcelo. Es un estudiante agradecido con su escuela: “Nos dejan ir al baño, cargar el celular, me compraron cuadernillos y la comida”, cuenta. La primaria la hizo “en la misma escuela donde iba Gaby”, cuenta. Y añade: “La niña de séptimo grado que murió, íbamos a la misma escuela el año pasado”, lamenta.

El tristísimo velorio de "Gaby"

A la vuelta de esa cuadra, en la avenida Olivera al 74, se realiza el velorio de Gaby. Es en la Iglesia evangelista Cristo es el Cambio, a la que Gaby concurría para participar de las actividades para niños y adolescentes. El pequeño ataúd de madera lustrada está en el centro del salón. Germán, su padre “de crianza” está sentado contra la pared. Mira al ataúd. No se mueve. A su lado está William, el padre de Gaby. Acaba de llegar del Perú y trajo tres ramos de flores que colocó sobre el féretro. Son dos hombres jóvenes y velan a una niña, acompañados, de cuando en cuando por los vecinos, y por sus familiares.

Adriana, la tía de Gaby cuenta, que en el momento del derrumbe "el hermanito de Gaby, Tiago gritaba: ¡mi abuelita Lili, mi mamá! ...porque las veía que habían caído, y se quería tirar al pozo. Le decíamos que vuelva a la  pieza. Y él se quería tirar", recuerda. Su prima Susana, la mamá de Gaby, está con la abuela Lili, en el hospital. La tragedia agazapada en la vulnerabilidad encontró aquí la manera de conjugar el horror y la tristeza.     

Afuera, en la esquina de Rivadavia y Olivera, a las 6 de la tarde se reunieron los damnificados por el derrumbe. En una suerte de asamblea. Elio, quien oficia de portavoz, cuenta qué dijeron desde el GCBA. Y explica “los tres pasos” a seguir para tener “un subsidio de emergencia para un alquiler o un hotel o algún lugar con 25 o 30 habitaciones, y quizá también el Procrear”, detalla.

Según les explicaron, el martes “habría una reunión entre Nación, porque va a estar (la ministra de Desarrollo Social) Tolosa Paz, alguien por la Ciudad, y un representante de nosotros”, explica Elio. “Y todo va a ser por cooperativa”, añade. En la casa comenzaron a trabajar “para sacar el cuerpo de la señora”, agrega. Las preguntas y los reclamos se superponen a las respuestas. Nadie quiere dejar el lugar. Aunque tengan que seguir pernoctando a la intemperie.