Por qué nunca te animaste a preguntarme sobre esto si me conocés desde antes de los Juegos de 2012? Ya tenés confianza conmigo. No es para tanto, che…”. Las palabras de Juan Manuel Cano se topan con un rostro perplejo. Del otro lado, una sonrisa grande, gigante, se extiende a lo ancho de la cara del marchista de 29 años. Por un instante, da la sensación de estar divirtiéndose. Pero no. Cano siempre se muestra medido y respetuoso. Y esta vez no será la excepción. “Si me dieran una hoja en blanco volvería a escribir de nuevo la misma historia: no cambiaría la vida olímpica que tuve por el ojo que perdí”. En silencio, su interlocutor siente que su espalda traspirada rebota contra las cuerdas de un ring como si fuera un púgil torpe sin oportunidad de esquivar los embates (verbales) de su oponente. Las palabras no logran fluir y el sonido de la música se convierte en una daga certera en medio del restaurante Nevado de Cachi, el pueblo situado a 2300 metros sobre el nivel del mar y a poco más de 150kilometros de la capital salteña. 

Sin embargo, los acordes de la peña no logran disipar la atención. Y mucho menos interrumpen la invitación: “Yo te cuento todo lo que en estos años no te animaste a preguntarme sólo si te quedás a cenar con nosotros”, afirma Cano, al tiempo que señala a su entrenador, Alexis Abot. La respuesta afirmativa hace que los recuerdos fluyan a borbotones. Los recuerdos se precipitan en efecto de cascada y por más de una hora el santiagueño por adopción (nació en Tucumán) incita presuroso a subirse a su máquina del tiempo. Ese flash back se detiene en Termas de Río Hondo, en Santiago del Estero, en el mes de agosto de 1999. Por esos días, Juan Manuel tenía 11 años y como todo chico, ilusionado, se preparaba para recibir el Día del Niño. “Nunca le di mucha importancia a los regalos, a lo material. Ya sabía lo de Papá Noel y los Reyes. Pero era un pibe y en esa fecha todo nene aguarda algo. Esa tarde, como casi siempre, estaba jugando en el barrio. De pronto salió uno de los chicos del grupo con una escopeta de aire comprimido. Quiso hacernos una broma y le salió mal. Disparó con tanta mala suerte para mí que me dio en el ojo derecho”, recuerda. Y añade: “Salió con el rifle y nos escapamos corriendo del susto. Apuntó y disparó a la distancia. Sentí el ruido del proyectil que venía viajando como si fuera un avión (hace el ruido y mueve las manos). Sentí puc y me toqué la zona del ojo derecho. Ya estaba reventado por ese maldito balín”. Ante la desesperante situación, su primo lo llevó en brazos al hospital. Esas pocas cuadras parecieron interminables. Con sangre sobre su rostro, Juan Manuel se mantenía tranquilo, casi imperturbable.  

Las primeras curaciones advertían que allí había poco por hacer. Su vida, ese día, daba un vuelco inesperado y trascendental porque aquel accidente sería el responsable definitivo del desembarco de Cano en el atletismo. Si bien ya transitaba la pista del Polideportivo que estaba a unas cuadras de la casa de sus padres, el hoy marchista que posee el récord nacional en 20 kilometros siempre mezcló las carreras a pie con su otra pasión: el fútbol. Incluso, llegó a jugar al tenis. El deporte, claro, estaba en su ADN. Lo que nunca imaginó es que la marcha, la hasta ese entonces ignota marcha, se transformaría en el hilo conductor de su vida. “Sacaba toda la mierda y la bronca que tenía con el atletismo: me internaba en la pista y estaba horas entrenando, solo o con mi profe. Como al adicto a quien es necesario internarlo para sacarlo adelante, en mi caso mi internación fue el atletismo. En la pista hice mi terapia”, dice y sostiene que le debe todo a esta disciplina: “La mujer que tengo (la atleta Sandra Amarillo), mi hijo Tomás de 4 meses, los lugares que pude conocer y cada vez que apoyé el culo en un avión… le debo todo al atletismo”.

Hincha fervoroso de River, el fútbol moviliza las fibras más íntimas de Cano. En rigor, la pelota y los programas de tribuna. “Yo sé que son un show, pero qué lindo poder discutir de fútbol. El fútbol es una debilidad, pero el atletismo es el oficio que me tocó en vida y que sigo eligiendo”, comenta. Por recomendación médica no podía ni debía tener roces ni golpes en el rostro y tras varias cirugías, que incluyeron un viaje relámpago al Hospital Santa Lucía de Buenos Aires, los especialistas lograron rellenarle el globo ocular derecho. “Fue muy difícil porque me había quedado como una pasa de uva en vez de un ojo convencional. Tenía como una pelota de fútbol, pero pinchada. Era un pibe de 11 años con todo por delante. No me quedé pensando por qué a mí me ocurría eso, sino que traté de asimilarlo lo antes posible para que mi vida siguiera adelante”, describe.  Sin rencores ni broncas, Cano sigue cruzándose con Rodrigo, aquel chiquilín de 7 años que le disparó. No recuerda si le pidió disculpas o no. No lo cuestiona, pero se preocupa por el destino que le tocó: “Es una pena, hoy está quemado por la droga. Luego del accidente su vida también dio un vuelco. La madre es prima segunda de mi papá. Tiene el mismo apellido. Después del accidente su familia fue otra y no nos volvimos a ver”.

Cambio de hábitos

Desde que le implantaron una prótesis, cada noche se saca el reemplazo ocular para higienizarlo, limpiarlo y cuidarlo, “casi para hacerle unos mimos” –se burla de sí mismo–, una rutina cansadora a la que debió acostumbrarse. Un ritual que dice definirlo como persona. “Soy tan meticuloso como terco, obstinado y tozudo. Heredé de mis viejos el corazón de guerrero que tengo. Ellos siempre fueron incansables para que no nos faltara nada. Y lo consiguieron. Estoy en la búsqueda constante de mi mejor versión como atleta”, dice. Para el marchista, el ojo nunca fue ni será un tema complejo. “Me obsesiona romper el récord nacional (1h22m10s) que no puedo bajar desde los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Ese día sentí que tocaba el cielo con las manos. El accidente es parte de mi historia, no más que eso”, recuerda.

–Más allá de la prescripción médica, la marcha no es una disciplina sencilla, ¿por qué elegiste marchar y no correr?

–En absoluto es sencilla. Me enseñaron a marchar en una semana y después estaba marchando a buen ritmo. Sabía que, por el accidente, jugar al fútbol sería un problema. A las condiciones hay que acompañarlas con mucho trabajo. En realidad, la marcha es una prueba muy cruel. De los 3000 metros en cadetes pasás a los 10.000 y de los 10.000, de un sacudón, a los 20.000. Los trabajos y las marcas son muy diferentes. Cambia todo, es una prueba para trabajar a largo plazo. Es una disciplina que requiere ser muy constante y eso iba con mi forma de ser.

–A los 17 años viniste solo a vivir en Buenos Aires. ¿Ese forjó tu carácter solitario?

–No considero que sea solitario, sino que soy un remador de la vida que pongo énfasis en lo que verdaderamente me importa. Así como la marcha fue cruel conmigo, yo he sido cruel conmigo con otras cosas. Por decisión propia postergué familia, amigos, salidas, cumpleaños, viaje de egresados. Nadie me lo impuso, yo lo elegí y no me arrepiento. Si tuviera que volver a hacer este camino, sin dudas, volvería a ser marchista.

Tres años después de emigrar a la gran ciudad, Cano ya estaba desfilando en la inauguración de un Juego Olímpico. Pekín y todo su esplendor recibían a un joven de apenas 20 años que no se conformaba con haberse clasificado para la máxima cita deportiva planetaria. “Clasificarme fue una consecuencia. No me podía conformar con eso. Llegar a Pekín fue la consecuencia de mi tozudez. Quería y quiero ser siempre competitivo. Este deporte no te regala nada y yo tampoco quiero pasar de largo como un olímpico y nada más”, explica. Por ello, dos Juegos después (Londres 2012 y Río 2016) Cano piensa en una cuarta y una quita participación olímpica de manera consecutiva. “No voy a ser un viejo ni para Tokio ni para el siguiente Juego. Espero no estar achacado. No me apuro, no me presiono, voy ciclo por ciclo buscando las cosas. Es algo que tengo en mente. Soy el más “viejo joven” porque Leo Price (en 800 metros) y Javier Carriqueo (1500 metros) llegaron a su primer Juego a mi edad actual”, advierte e invita a cambiar de mesa. “La mesa ya está servida para cenar. Vamos a comer algo rico que mañana tengo que entrenar. Y vos también”, concluye y llama a la moza.