Un mercado pequeño, movido por un puñado de billetes, captura la atención política. El dólar blue trepa, la economía tiembla. Las corridas financieras provocadas por “tres o cuatro vivos” (¿son solo tres o cuatro? ¿merecen, apenas, el mote de “vivos”?) jaquean a este gobierno. No es su primera vez ni es una experiencia inédita en la era kirchnerista. Los rumores circulan a velocidad parecida a los verdes “con carita grande”: ultrarrápido. Pavotes engolados bartolean chismes sobre entregas anticipadas del poder, asambleas legislativas. Las fuentes son anónimas… “altas” se subraya. La información dudosa. God save the off the record.

La corrida anterior sucedió hace menos de un año tras la renuncia del entonces ministro Martín Guzmán. Sergio Massa llegó como salvador, ocupó amplios espacios en el Gabinete, con el Ministerio de Economía como epicentro. Vitalizó a un Ejecutivo insulso o indolente, impuso hiperquinesis, personalidad, personalismo. Se erigió en término de referencia. Consiguió durante meses el milagro de convivir armoniosamente con el presidente Alberto Fernández y con la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Se erigió como el máximo común denominador para las elecciones. El Plan B para el albertismo (que en aquel entonces existía un cachito) y para el kirchnerismo. El Plan A para el ministro que lo niega pour la gallerie y lo confirma ante quien quiera oírlo.

Entre la semana anterior y ésta la Argentina, el oficialismo y Massa mismo fueron atacados por otra corrida, con la secuela de operaciones, movidas desestabilizadoras. Entre las más fuleras, la denunciada por Sergio Chodos, representante argentino ante el Fondo Monetario Internacional (FMI). Chodos hizo públicas presiones de tres ex funcionarios del gobierno de Mauricio Macri. Los identificó en Twitter de modo preciso o hasta elegante sin mentar sus nombres. Alfonso Prat Gay, Guido Sandleris, Hernán Lacunza. Presionaron al FMI para que les bajara el pulgar a las demandas del gobierno argentino. Los concernidos negaron con escaso entusiasmo, poca gracia y pésima redacción en el caso de Lacunza. Ninguna autoridad del Fondo desmintió la especie. Periodistas especializados de los diarios Clarín y La Nación reconocen la existencia de las conversaciones.

Simultánea y sintomáticamente reapareció el defenestrado funcionario del FMI Alejandro Werner, partícipe necesario en el escandaloso e ilegal acuerdo firmado durante la gestión Macri. Werner desarrolló en varias entrevistas, on the record, los mismos planteos que el trío de ases Prat Gay, Sandleris y Lacunza. Antiguos aliados se re-juntan.

Rezuman credibilidad los comentarios de Chodos, un especialista fogueado en Washington, muy afín a Guzmán, distante de las preferencias de Massa. Nada novísimo bajo el sol: el ex pluriministro Domingo Cavallo dinamitó los últimos meses de mandato del presidente Alfonsín con ruindades similares.

El acuerdo para usar los yuanes en transacciones con China alivia algo la carga sobre las reservas en divisas. La derecha autóctona se reía en 2015 de swaps concertados por Cristina como presidenta. Los ningunearon, casi los empardan con los venerables patacones. Prat Gay fue uno de los chistosos. Amaneció ministro de Macri y al poco tiempo se valió del swap para reforzar reservas. Sin autocrítica, claro, pero dejando de hacer morisquetas

Sugerencia del cronista, para debatir en tertulias, entre colegas, en los quinchos. Para zafar en la contingencia preelectoral, la Argentina necesita apoyos del FMI, de Estados Unidos, el ya mencionado de China. Y, para colmo, el de las grandes corporaciones nacionales. Los poderes fácticos nativos son los más difíciles, los más violentos, los más implacables, intuye sin tanta originalidad quien les habla.

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Cohesión versus poderes: La planificación doméstica de la gente común tiene como horizonte más lejano el mes, en general. Mayormente, la guita no alcanza para llegar al final. Hay que segmentar consumos, achicarse las últimas semanas, endeudarse con la tarjeta, hacer magia artesanal.

El Estado argentino, aquí y ahora, se maneja con plazos acuciantes, asombrosamente breves. Massa reúne a dirigentes sindicales y de organizaciones populares. Se compromete a reordenar los mercados en un par de días y a concertar un pacto de precios y salarios por noventa días. El Plan Primavera y (ni hablar) la Convertibilidad parecen programas eternos, en comparación. La urgencia, el cortísimo plazo, dan cuenta de las necesidades, de la cuerda floja en que se transita.

La corrida duró algo más de una semana. Anteayer cerró la rueda con alivio transitorio. Pero la cotización del dólar blue en un mes trepó más que el imaginable (recontra alto) índice de precios al consumidor. Dos indicadores crueles que no merman.

Massa impuso un parate usando reservas para intervenir en el “mercado de cambios”, la City, la Cuevalandia o como se prefiera designarlo. El colega David Cufré valorizó ayer la medida que contradijo exigencias previas (recientes) del FMI: “Lo que diga el Fondo no es inamovible. Se puede modificar con fuerza política”, cita textual. La contracara de la buena nueva es también base del interesante artículo de Cufré: “La falta de cohesión política en la fuerza gobernante fue y es un potente desestabilizador para la economía”. Puesto de modo simplote. Los malos son muy malos, con frecuencia aviesos. Quienes aspiran a enfrentarlos (y batirlos en el cuarto oscuro) se equivocan demasiado.

Las internas a cielo abierto constituyen el nodo del problema. Otros comportamientos lo ahondan. Puede parecer anecdótico pero es un gol en contra que en el clímax de la corrida el Presidente se dedicara a hablar en una entrevista radial ajena al contexto, divagando sobre gustos personales o sobre qué actorazo podría encarnarlo en una hipotética biopic. No es serio, no suma nada.

Tras un rapto de sensatez, la renuncia a la imposible reelección, Fernández tendría que consagrarse a lo que prometió en el spot de despedida: la gestión full time. No distraerse en digresiones por los medios dejando la sensación de habitar una realidad paralela.

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Por qué no charlamos un ratito: Una semana atrás se señaló en esta columna que un presidente peronista sin chances para ser reelecto es una rareza, reflejo de las carencias del gobierno en general. Las internas autodestructivas añaden un ingrediente exótico, descriptivo. La vigencia de Massa como potencial presidenciable con 100 por ciento de inflación, concentración de la riqueza y dólar exorbitante subraya asimismo limitaciones del oficialismo, ausencia de candidatos con peso y convocatoria propias, fuera de Cristina Kirchner.

Con ese cuadro, confrontando con dos amenazas de derecha extrema, el oficialismo corre contrarreloj para establecer un programa, definir los límites de la coalición, pactar si habrá listas de unidad o primarias abiertas (PASO) competitivas. El tiempo es escaso, las márgenes legales llegan a junio, el olfato del cronista husmea que “la política” impone decisiones menos remotas.

Las alusiones a la unidad se ponen de moda, se verbalizan y alaban una y otra vez. El entusiasmo retórico no condice con las conductas. Abundan bastones de mariscal aporreando cabezas de compañeros. El consejo irónico de Cristina perdería sentido en caso contrario.

El ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis, incurre en sensatez y sentido común. Propone que AF, CFK y Massa se reúnan, conversen, concierten algo. “Kato” es un funcionario que funciona, conforme señalan sus numerosas contrapartes: colegas, gobernadores e intendentes. No es disruptivo ni fatalista. Todavía se pueden ganar las elecciones, asevera. La militancia pide señales y espera que los dirigentes “coloquen al peronismo en segunda vuelta”, De nuevo, en cualquier otro gobierno justicialista serían obviedades, objetivos accesibles de cajón.

Las provincias definieron sus calendarios. Los gobernadores apuestan a ganar de local y quedar posicionados para el cierre de listas nacionales. Revistan entre quienes piden definiciones sin esperar a junio. Piensan en la Patria, en el Movimiento, también en sus propias expectativas. Alberto F dio el paso al costado, se abren resquicios para imaginar fórmulas federales o cuanto menos no metropolitanas. La semana que viene hay votaciones en Jujuy, Misiones y La Rioja. Los oficialismos son favoritos.

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Recalculando: El equipo económico confía en que el Fondo que toleró el cambio de reglas sobre las reservas, acuerde anticipar desembolsos para fondear, un cachito, las reservas. La sequía terrible y el precedente de haberle concedido una medida similar a Macri fundamentan los reclamos y la fe de los negociadores. En Washington nada es accesible sin el aval de la Casa Blanca.

Recapitulando, pues: China está cooperando y hasta el FMI (con guiño de Estados Unidos) podría reconsiderar los términos del acuerdo. Extorsivo como todos, incumplible como tantos.

El acuerdo de precios y salarios define una meta modesta, en tiempo y alcance. Tres meses de relativa paz social, cabe añadir, cuando acaba un cuatrimestre en el que las grandes empresas formadoras de precios (alimenticias o agroexportadoras en particular) se alzaron con ganancias fabulosas. Las explican los sobreprecios que facturan, con niveles altos de consumo popular. La gestión Massa no ha conseguido persuadirlos, obligarlos, jaquearlos.

Para las megacorporaciones equivaldría a un vuelto frenar las remarcaciones por noventa días. Contribuir a la gobernabilidad en un año electoral. Pinta hasta sensato aún (o sobre todo) sabiendo que leen como casi seguro el relevo del oficialismo a manos de Juntos por el Cambio o (second best) del diputado Javier Milei. La rústica coreografía del hotel Llao Llao sobreactuó sin rubores dichas preferencias.

Pero la ¿burguesía nacional? no brilla por su astucia, por su sensatez y por sus reflejos democráticos. Tal vez le importe más derrumbar al Gobierno, saciar el afán de ganancias inmediato, someterse a atavismos antisociales, insolidarios.

El oficialismo, corrido por la cotización del dólar paralelo, por la inflación galopante y por sus conflictos puertas adentro, necesita reordenarse en gestión para llegar con chances a las elecciones. Nada es imposible todavía pero la cuenta regresiva se acelera.

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