Hubo un tiempo en que todas las muy vendidas novelas norteamericanas eran muy buenas como Tan poca vida (Lumen) de Hanya Yanagihara. A saber: tras los pasos del realismo social psicologista de Edith Wharton y Theodore Dreiser, libros amplios y muy ocurrentes dentro de los que se conocía hasta al más mínimo detalle de sus atribulados protagonistas. Lo que pensaban, cómo vestían y, sobre todo, cómo amaban y odiaban. 
  La especie prosperó hasta bien entrados los años 60s –con sagas de épica intimidad con firmas como las de John O’Hara, Mary McCarthy y William Goldman– hasta que primero el posmodernismo, luego el realismo sucio, y más tarde los jóvenes titanes como Bret Easton Ellis y David Foster Wallace hicieron que, para muchos, sonara anticuada, excesiva y demasiado demandante.
  Pero a principios del siglo XXI Jonathan Franzen reanimó a la bestia. Y, tras él, llegaron hitos de esta tendencia vintage ahora tuneada con ritmo episódico à la HBO y títulos como Los hijos del emperador de Claire Messud, El jilguero de Donna Tartt, Los lanzallamas de Rachel Kushner y, más cerca, Ciudad en llamas de Garth Risk Hallberg.
  Hanya Yanagihara (Los Ángeles, 1975, hija de hawaiano y coreana) es, entre todos ellos y ellas, la más clásica. A la vez que la más arriesgada. Yanagihara debutó por todo lo alto en 2013 con The People in the Trees demostrando que no le hacía ascos ni le tenía temor a lo risqué inspirándose en la controvertida carrera del virólogo noruego y premio Nobel Daniel Carleton Gajdusek, condenado por pedófilo. 
  Pero con Tan poca vida ha dado el gran golpe: best-seller de calidad, novelón conmovedor, y finalista del National Book Award y del Booker Prize.
  Y aquí las muchísimas idas y vueltas –entendiendo a la amistad como “la relación central” y “la contemplación del lento goteo de las miserias ajenas”– de cuatro amigos de vínculo mosqueteril y perfiles arquetípicos e irreconciliablemente complementarios. Como The Beatles. Los cuatro egresados de una prestigiosa universidad de New England: el tímido rico arquitecto Malcolm Irvine, el egoísta pintor Jean-Baptiste “JB” Marion, el generoso actor Willem Ragnarsson y el tan solo en apariencia poco interesante abogado/matemático Jude St. Francis. Unos tienen dinero y otros no. Unos son huérfanos y adoptados y otros no. Y uno de ellos, Jude –tan dickensiano, tal vez la criatura más querible y que menos se quiere en muchas décadas de ficción– cambia de tema cada vez que surge lo de ese misterioso accidente de auto durante su infancia. Y –con un cierto aire irreal de cuento de hadas o de brujas– a todos les acaba yendo muy bien en una esmeraldina y casi mágica Manhattan donde nunca parece haber tenido hora y lugar aquel 11 de septiembre de 2001. Y las décadas pasan y hay intentos de suicidio (primero fracasados y finalmente exitoso) y sexo y drogas y enfermedades más del alma que de la sangre y amputaciones y una escena con una violación que ha sido muy comentada (a favor y en contra) por críticos quienes, celebrándola o acusándola, han llegado a considerar a Tan poca vida como “la Gran Novela Gay Masculina escrita por una Mujer Heterosexual” o “pornografía de lo trágico”. Pero no es solo eso. 
  Y Tan poca vida es tanto más que, incluso, tiene sitio para la alegría y el humor.
  Y sí: todo el tiempo no dejan de abrirse y cerrarse puertas para que todos entren y salgan, como en una versión melodramática y neo-gótica de miserables Friends pero, claro, sin risas enlatadas aunque con muchas lágrimas a sacar del congelador. El gran talento de Yanagihara reside en que –a pesar de que por momentos todo adquiera la textura extrema y exagerada de una ópera sin música– uno no pueda dejar de leer. Y de seguir el largo y sinuoso camino (son más de mil páginas las que esperan tras esa sufrida portada con fotografía de Peter Hujar titulada “Orgasmic Man”) de estos, nunca mejor dicho, muy pero que muy dramatis personae. 
  “Una de las cosas que quería crear en Tan poca vida era una variación sobre un subgénero que amo –la novela post-college neoyorquina– rematada por un protagonista cuya existencia jamás mejorase”, adelantó Hanya Yanagihara en una entrevista.
  Así que están advertidos.
  Preparen los pañuelos. 
  Varios. 
  Muchos.
  Y si hay algún productor inteligente por ahí, atención: su hombre para filmar y miniseriar a estos cuatro se llama Pedro Almodóvar. 

Tan poca vida. Hanya Yanagihara Lumen 1008 PÁGINAS