La economía mundial sigue en estado de alerta y no sólo por las tensiones que enfrentan las economías emergentes. Uno de los principales problemas para los próximos meses es la situación de la deuda en Estados Unidos. La titular del Tesoro, Janet Yellen, alertó la semana pasada que a principio de junio el Gobierno podría quedarse sin recursos si no se aprueba un nuevo techo para la deuda en el Congreso. Se trata de una discusión marcada por la fisura entre demócratas y republicanos que cada año parece más compleja de resolver y amenaza la estabilidad del sistema financiero.

La administración Biden plantea incrementar la emisión de deuda para este año por encima de lo proyectado, con el objetivo de pagar gastos del sector público y el vencimiento de capital e intereses con acreedores de los bonos. Para colocar esta nueva deuda necesita un acuerdo con los republicanos de la Cámara de Representantes, que piden para aprobarlo recortar gastos en programas que son impulsados por los demócratas.

Este tire y afloje no es nuevo: hace décadas que los sucesivos gobiernos vienen solicitando la ampliación del techo de la deuda. Se calcula que desde la Segunda Guerra Mundial el techo se modificó más de 100 veces. Sin embargo, la preocupación para este año está latente por el clima político, junto a los niveles cada vez más elevados del endeudamiento.

Actualmente el Tesoro no puede acumular deudas por encima de 31,4 billones de dólares (equivalente al 117 por ciento del Producto Interno Bruto). Si no se modifica esta cifra, según las estimaciones de Janet Yellen, el primero de junio Estados Unidos entraría en una situación de incumplimiento de pagos. Resulta difícil imaginar un escenario en que la economía norteamericana pase al default, pero los riesgos están presentes. No todos descartan el escenario.

El premio Nobel Paul Krugman escribió en su última columna para el New York Times sobre esta situación. “¿Qué significaría si el Congreso se negara a autorizar ese préstamo, es decir, se negara a elevar el techo de la deuda? No sería una forma de restringir el gasto. En cambio, equivaldría a evitar que el Presidente realice los pagos que el Congreso ya ordenó. Sería como comprar un montón de muebles para el hogar, recibir la entrega y luego negarse a pagar la factura. Y sería enormemente destructivo”.

El economista calcula que los costos económicos podrían ser equivalente a una pérdida de más de 8 millones de puestos de trabajo y al mismo tiempo un quiebre del dólar como moneda mundial. “El mundo ha visto la deuda de Estados Unidos como el último activo seguro. Las letras del Tesoro juegan un papel crucial como garantía en muchas transacciones financieras. Hace que estos activos sean inseguros (o sea que no puedan pagarse por un determinado tiempo) y todo el sistema financiero mundial podría congelarse”.

Estas tensiones con la deuda son parte de un combo financiero más complejo, en el que no sólo el Tesoro está en problemas, sino la Reserva Federal y una parte de la banca minorista de Estados Unidos. En los últimos días el presidente de la FED, Jerome Powell, anunció una nueva suba de la tasa de interés. Le llovieron las críticas y se mantiene la encrucijada entre reducir los niveles de la inflación o evitar el quiebre de nuevos bancos. La última de las entidades financieras en caer fue el PacWest, que luego del desplome de su precio en Wall Street terminó siendo absorbido por el JP Morgan.