En noviembre de 1989, cuando cayó el Muro de Berlín, Fidel Castro en uno de sus muchos discursos memorables dijo: “Navegaremos solos en un océano de capitalismo”. El mismo hombre que encabezó la Revolución cubana en 1959 y que en ese acto inauguró un proceso de lucha revolucionaria en toda América Latina; cuarenta años después estaba anunciando que no bajaba las banderas. En sus noventa años de vida y casi cincuenta en el poder, no solo franqueó el paso da varias generaciones, sino también, el de varios paradigmas políticos sucesivos.

Desde el momento mismo de la Revolución, la idea de una corriente de hermandad entre Argentina y Cuba remontó vuelo. La personificaba el Che Guevara, el argentino cubano. Apenas cuatro meses después Fidel Castro llegó a nuestro país, gobernado por Arturo Frondizi.

Cuba era parte de la Organización de Estados Americanos (OEA), la administración de la isla no se había declarado socialista aún y su figura era hasta simpática para sectores que años después lo aborrecieron. El 1 de mayo de 1959 Castro pisó Buenos Aires, y al día siguiente habló durante 90 minutos ante una comisión de la de la OEA, alojado en el Alvear Palace Hotel, debió responder en una conferencia de prensa varias veces la consulta sobre si había comunistas "infiltrados" en su administración. En ese encuentro nació el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

En 1961 Fidel anunció el carácter socialista de la Revolución; un poco por vocación, un poco por necesidad de auto protegerse, aliándose a la Unión Soviética. En 1962, Argentina junto el resto del continente, con excepción de México, decidió romper relaciones bilaterales con La Habana, buscando su aislamiento internacional fogoneado por la derecha cubana instalada en Miami y por el propio Gobierno de Estados Unidos.

Frondizi se opuso a la exclusión de Cuba del sistema interamericano, intentó oficiar de mediador entre Estados Unidos y el bloque socialista. El 18 agosto de 1961, se entrevistó con Ernesto “Che” Guevara, entonces ministro de Relaciones Exteriores de Cuba. Tras la reunión, debió afrontar un planteo militar, siete meses después fue depuesto y arrestado.

Recién con el regreso del peronismo al poder se reestablecieron las relaciones el 28 de marzo de 1973. El acercamiento efectivo entre las autoridades de ambos países se dio durante la gestión del presidente Cámpora y se materializó con la presencia del presidente cubano, Osvaldo Dorticós, durante la ceremonia de asunción. Se lo puede ver en las imágenes de ese día histórico, sentado junto a Salvador Allende. De la multitud que lo recibió se oía: “Cuba y Perón, un solo corazón” o ”Cuba/ del brazo/ de nuestro Cordobazo”. Perón desde el exilio había declarado sus simpatías por Fidel y el Che: “Fidel Castro es tan comunista como yo”. Argentina entonces se convirtió en el tercer país de la región en reestablecer lazos con Cuba, ya lo habían hecho Chile y Perú. El objetivo era romper el bloqueo estadounidense. El activo ministro de economía argentino, José Ber Gelbard anunció acuerdos comerciales y el otorgamiento de préstamos a la isla.

Durante los gobiernos de Cámpora, Lastiri y Perón, Argentina reclamó en numerosas ocasiones la reincorporación de Cuba al sistema interamericano. Con la muerte de Perón, en julio de 1974, y la renuncia de Gelbard en octubre de ese mismo año, el entonces secretario de Agricultura y Ganadería, Carlos Emery, decidió interrumpir los envíos a la isla, sin otorgar ninguna explicación respecto de las razones que impulsaron tal medida.

A partir del Golpe de 1976 las relaciones bilaterales entre ambas naciones se mantuvieron congeladas y protocolares. El 9 de agosto de 1977 fueron secuestrados por una patota, integrada por cuarenta miembros del ejército argentino, los funcionarios de la Embajada cubana, Jesús Cejas Arias y Crescencio Galañena Hernández,  junto a otros cuatro jóvenes argentinos, a escasa distancia de la sede diplomática, la que fue víctima de varios atentados, incluyendo un intento de asesinato contra el embajador. Pese a ello durante la guerra de Malvinas, en 1982, el encuentro de Fidel con el Canciller argentino Nicanor Costa Méndez tuvo ribetes de comedia cuando el barbado comandante lo estrechó en un fuerte abrazo latinoamericano que mostró notoriamente incómodo al distinguido diplomático que puso cara de “en que lio nos hemos metido”.

El regreso de la democracia en 1983 volvió a estrechar los lazos. El 18 de octubre de 1986, Alfonsín se transformó en el primer presidente argentino en visitar Cuba. La empatía entre ambos dirigentes fue fuerte y Alfonsín, con picardía, invitó al Comandante a pescar con él en la laguna de Chascomús cuando terminara su mandato. El líder cubano le contestó: "¿Por qué tenemos que esperar tanto?". Pasarían otros veintitrés años antes de que otro presidente argentino visite la isla. Lo cierto es que año tras año el gobierno alfonsinista votó favorablemente a Cuba en la ONU. Esta conducta se interrumpió con la llegada de Carlos Menem a la presidencia. El alineamiento total del menemismo con las políticas de EEUU llevó a la curiosa situación de que mientras ambos líderes, el cubano y el argentino, se intercambiaban regalos: habanos por vinos riojanos, la política exterior fue claramente hostil. Y justamente en un momento de gran vulnerabilidad para la revolución.

Un punto álgido de la relación bilateral fue cuando Fidel calificó de “lamebotas” a Fernando De la Rua por su condena en la ONU a la política de Derechos Humanos en Cuba. Este alineamiento automático con EEUU se modificó con la presidencia de Duhalde y durante la década larga kirchnerista entró en una fase de empatía histórica.

Fidel Castro fue un referente para todos aquellos para los que la política significa algo. Un mojón desde donde ubicarse, para apoyarlo o criticarlo.

SI como con sagacidad ha señalado Federic Jameson: “hoy es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, uno no puede menos que agradecerle a este enorme líder, que haya contribuido a permitirle a tres generaciones imaginar: el fin del capitalismo antes que el fin del mundo. Eso significa, en definitiva, el saludo, santo y seña ¡Hasta la victoria siempre!