Desde mediados de la década pasada, se le suele adosar a los eventos musicales masivos el adjetivo de “experiencia”. Al menos se tornó en un lugar común en la Argentina, donde el fenómeno pasó a contagiar, por ejemplo, a las retrospectivas de Frida Kahlo y Vicent van Gogh. Pero antes de que se produjera esta “inmersión”, ya existía Kraftwerk. Si el grupo pionero de la música electrónica fuera un pasaje bíblico, sería el tercer versículo del Génesis: esa luz que limpió a las tinieblas. Y la analogía apunta hacia la cultura pop. Los de Düsseldorf regresan este martes a Buenos Aires para presentarse en el Movistar Arena, a partir de las 20. Y la dimensión del predio es del mismo tamaño que la leyenda del cuarteto alemán... o quizá hasta se quede chico: son los únicos artistas en actividad cuyo legado tiene vida propia. Una característica que, curiosamente, se puede describir con un término creado por el escritor alemán Jean Paul: doppelgänger (el que camina al lado).

A diferencia de su última visita porteña, consumada en 2016 en el estadio Luna Park (donde presentó su espectáculo en 3-D), Kraftwerk retorna básicamente para seguir practicando la gimnasia del show en vivo. En esta ocasión no hay ningún disparador conceptual detrás de esta vuelta más que ésa. Luego de presentarse en Río de Janeiro el jueves y en São Paulo el sábado, su performance en la Argentina será la tercera en lo que va de 2023. Previo a esta gira latinoamericana, la última vez que el cuarteto había subido a un escenario fue el 2 de septiembre del año pasado, en la localidad española de La Cala de Mijas, como parte del desenlace de su tour 3-D. Antes de volver a Europa, el laboratorio sonoro realizó una extensa serie de actuaciones por Norteamérica, que originalmente estaba programada para 2020. Sin embargo, la pandemia le había aguados los planes.

Y bien que le vino el parate, pues, a pocos días de que Alemania decretara el encierro, el grupo recibió una noticia movilizadora. Florian Schneider, fundador de Kraftwerk junto a Ralf Hütter, murió el 20 de abril de 2020, después de que un cáncer lo sorprendiera. Si bien no tuvo tiempo para batallar contra la enfermedad, por lo menos pudo celebrar su cumpleaños 73. La noticia la dio el sello discográfico del grupo, sin ahondar en la afección ni en el lugar donde había fallecido. El músico había dejado de ser parte de su invento en 2008, unos meses antes de que el cuarteto y sus robots le abrieran a Radiohead en su debut acá. Hasta ahora no se conocen las razones que los distanciaron. Lo que sí es un hecho es que vino a Buenos Aires con el proyecto que concibió en 1969 en dos ocasiones. Ambas se produjeron en Obras Sanitarias. Tras su estreno local en 1998, reincidieron en 2004. En esa secuela, Schneider no pudo disimular su cara de desconcierto y hasta de temor cuando de entre el público aparecieron unas bengalas en el clímax de uno de los clásicos de la banda: “The Model”.

Pese al golpe emocional que significó la muerte de Schneider, al igual que el hiato forzado a causa de la covid-19, Ktaftwerk estuvo activo. El 9 de octubre de 2020, el sello Parlophone reeditó parte del catálogo: desde Autobahn hasta Tour de France. Fue una edición especial y limitada de vinilos coloreados. En diciembre de ese año, el grupo lanzó en plataformas digitales el disco Remixes, que incluye remezclas oficiales publicadas entre 1991 y 2007. La rareza del compilado fue el tema inédito “Non Stop” (dura 8 minutos y 32 segundos), difundido sólo por MTV en 1992. Más tarde, en marzo de 2022, el cuarteto publicó de manera física este recopilatorio: dos CDs o tres vinilos, todos coloreados. Y en junio de 2021, la revista alemana Musikexpress editó un disco de siete pulgadas con una versión inédita del single “Heimcomputer”. El vinilo es amarillo transparente y la funda es de diseño exclusivo.

Karl Bartos, exintegrante del grupo (1974–1990), desfiló por los medios en 2022 a raíz de la salida de su libro de memorias The Sound of the Machine: My Life in Kraftwerk and Beyond. “La misión de Kraftwerk era invertir tecnología con humanidad, para hacerla sensible y visible, y esto era diferente a toda al pop electrónico que se inspiró en nosotros”, dijo en una nota. “El disco Computer World (1981) fue nuestro intento más exitoso de traducir el dialecto de la metáfora hombre-máquina en la música. Pero en el siguiente, Electric Café (1986), nos vimos en problemas cuando llegó la computadora al estudio. Una computadora no tiene nada que ver con la creatividad. Es sólo una herramienta, pero le subcontratamos la creatividad. Nos olvidamos del eje. Perdimos nuestro sentimiento físico y ya no nos miramos a los ojos. Sólo miramos el monitor. En ese momento, pensé que innovación y progreso eran sinónimos. Ya no estoy tan seguro”.

Si bien para el artista nacido en 1952 el hecho de llevar los límites de la tecnología primitiva hasta la frontera de lo inconcebible fue lo que convirtió a Kraftwerk en icono cultural, Hütter, único integrante de la banda que participó en todos los discos, está en la vereda de enfrente del tecnoescépticismo. “Siempre intentamos crear arte contemporáneo y, en paralelo, mirar hacia el futuro. La tecnología está en todas partes. No se puede negar o rechazar. Siempre la vimos como una herramienta de creación. Por eso la incorporamos de manera constructiva, para crear arte tecnológico”, jusificó el cacique digital de 76 años, mientras promocionaba en 2016 el show del boxset The Catalogue en los museos Guggenheim (Bilbao) y MoMA (Nueva) York, y la Bienal de Venecia. “Con un instrumento electrónico podés tocar el alma de alguien o romperle los tímpanos. Se utiliza para mejorar nuestra vida o para destruir. Para nosotros, se trata de una colaboración entre un hombre y una máquina. Llegar a una relación de simbiosis”.

Kraftwerk se reencuentra con el público argentino en una época en la que la inteligencia artificial es parte de la agenda noticiosa. Pero si esto se ve como el inicio de la distopía, con una pandemia a manera de preámbulo, Hütter y Schneider lo hicieron a partir del espíritu punk... antes de que este existiera. Y sin rechazar la estética del progreso. Sus canciones versan (a veces con ironía) sobre eso, de la misma forma que sobre autopistas, bicicletas, trenes eléctricos y robots. Eso luego impactó en un puñado de jóvenes afrodescendientes de Detroit, que vieron en ese sonido minimalista (redentor de Stockhausen) y en el espacio exterior su forma de escapar de la marginalidad. Tras más de 50 años de carrera, este grupo-concepto aún sigue dando tela para cortar, al igual que lo hizo con el techno de la “Ciudad del Motor”, Daft Punk, la cumbia o el indie. Y lo dejó muy en claro Glen Johnson, de la banda Piano Magic: “Kraftwerk es donde las máquinas se empañan de emoción”.