Julián López acaba de publicar El bosque infinitesimal (Literatura Random House), su tercera novela. Espesado por su característica prosa poética, el texto se mueve en dos direcciones: hacia las decimonónicas tradiciones de la literatura de terror y el positivismo, y hacia el futuro, donde la ficción científica es definitivamente queer.

Envueltos en la atmósfera ténebre de una ficticia ciudad de Europa del Este, un científico, su mentor y su asistente se disponen a llevar a las últimas consecuencias el resplandor del iluminismo. Para ello secuestran a un orate y operan sobre su cuerpo en busca de la verdad del ser humano con un método poco ortodoxo. Sin embargo, lo que este otro moderno Prometeo revela es la caída del paradigma binario.

Si bien El bosque infinitesimal aparece como el tercer libro de López, en realidad se trata de su primer proyecto de novela, anterior a Una muchacha muy bella (2013) y La ilusión de los mamíferos (2018). Se trata de un viejo documento guardado en una casilla de mail en desuso (la versión actual del antiguo manuscrito escondido en un cajón), perdido y vuelto a encontrar durante la cuarentena. Enfrentado nuevamente a su proyecto, tras haberlo abandonado por una tibia recepción por parte de sus colegas, López encontró el potencial de algo nuevo y completó la redacción, listo para ir en busca de su público.

El bosque infinitesimal mantiene con respecto al tiempo una mirada estrábica. Por un lado, mira hacia el pasado, en tanto la historia narrada transcurre en el siglo XIX. Por el otro lado, se desvía de esa direccionalidad al plantearse como un universo paralelo. La ciudad de Europa del Este en la que se encuentran los personajes, las comidas que consumen, toda su cultura es ficticia. Sin embargo, el pacto de lectura nunca se ve traicionado porque Julián López monta su texto sobre un discurso que al día de hoy sigue rigiendo lo que consideramos verosímil: el discurso científico. Entrelazando su característica prosa poética (la que nace en su primer libro de poemas Bienamado de 2004 y sigue en Meteoro de 2020 e irradia en cada uno de sus libros) con la claridad y oscuridad de un lenguaje que simula poder explicarlo todo, la novela se abre como una flor barroca y embriagadora.

El mismo Julián López confesó que una de sus inspiraciones para El bosque infinitesimal fue el libro Médicos, maleantes y maricas de Jorge Salessi (que Planeta acaba de reeditar con prólogo de María Moreno). En ese volumen imprescindible, clásico de los estudios de género en Argentina, Latinoamérica y el mundo, Salessi se propone indagar en cómo se construye el discurso sobre la homosexualidad en el país a partir de la fiebre higienista que caracterizó nuestro siglo XIX en reflejo de lo que ocurría en las grandes capitales europeas. 

El homosexual surge, en este discurso, como un síntoma del cuerpo enfermo de la sociedad, que debe ser extirpado en nombre de su salud. Esa misma confianza y seguridad en la ciencia es la que guía el emprendimiento de los protagonistas de El bosque infinitesimal

Sin embargo, lo que resulta interesante es los modos en que aquello que el discurso científico quiere sacar por la puerta, vuelve a entrar por la ventana. Y es que el positivismo, en todo su pretencioso carácter de verdad, a fines del siglo XIX se encontraba en un momento bisagra donde los límites de la ciencia ya se habían expandido tanto que toda clase de fenómenos se volvían sujetos del método científico. 

Basado en su tesis de doctorado, Soledad Quereilhac publicó en 2016 Cuando la ciencia despertaba fantasías. Prensa, literatura y ocultismo en la Argentina de entresiglos, un libro esencial para analizar este momento clave en que surgieron las llamadas “ciencias ocultas”, que sive como telón de fondo para El bosque infinitesimal. Una de las figuras más importantes para este momento fue Helena Blavatsky, también conocida como Madame Blavatsky, escritora y ocultista rusa que fundó la Sociedad Teosófica y da nombre al maestro del protagonista del libro de López.

A primera vista El bosque infinitesimal puede resultar desconcertante y mantener poca relación con lo que venía escribiendo López. Él mismo se enorgullece de no tener un proyecto de obra y parece trabajar en contra de esa idea. Sin embargo, hay elementos que permiten unir la línea de puntos entre un libro y otro. 

Además de su sensibilidad, que se traduce en la prosa poética que suele caracterizarlo, hay un permanente diálogo con algunas preocupaciones argentinas. El bosque infinitesimal, después de todo, es la historia de un secuestro, un tema muy caro a nuestra historia. Y no es casual que el proyecto haya resurgido durante la cuarentena y en el contexto de una pandemia, un momento en que la ciencia requirió de nuestro voto de confianza y postergar el diálogo sobre sus capacidades y limitaciones para más adelante. El bosque infinitesimal es esa conversación.